jueves, 28 de agosto de 2008

Los cuentos del huevo izquierdo


(Foto Guadalupe Alonso)


Un lunar con forma de estrella


Estoy harto de majaras. Se me pegan sin previo aviso y la naturalidad con que asumo sus delirios me preocupa, a veces. Cuando estoy sobrio. Me preocupa pocas veces.
Entra esa mujer y los clientes contienen el aliento Hay mucha gente hoy porque tocará alguna banda de jazz con muchas ganas pero poco talento. Se sienta a mi lado. Pide un whisky y me dice:
—No pienso follar contigo. Eres un canalla.
Va a empezar. Estoy harto de majaras. De verdad. Pero ha dicho “canalla”. No ha dicho mamón, maldito cabrón, jodido hijo de puta, o definición parecida. Una mujer que dice canalla frunciendo así los labios, tiene algo de reina. Aunque esté loca.
Lleva un vestido rojo y el amarillo de su pelo en un sol de bote pero le sienta muy bien. La tela roja ciñe su cuerpo y no le sobra nada. El escote podría servir de escenario para la actuación de un coro de pueblo, pero dudo que nadie prestara atención a las voces ni a la melodía. Lola me asesina con la mirada pero nunca dirá nada. Nadie es de nadie y yo soy nadie.
—Eso es lo que eres: un canalla. Y ni sueñes en llevarme al servicio de este bar y romperme las bragas y hacérmelo contra los azulejos. Ni lo sueñes—. insiste ella.
—Llevo siglos sin soñar —informo—. Y sin romper bragas.
—No intentes liarme con tus tretas de poeta. He leído tu libro.
—No esperes que te felicite.
Se remueve en el taburete y el movimiento agita su cuerpo. Joder. Necesito otra cerveza.
Busco las cerillas en el bolsillo y las arrojo sobre la barra.
Cuento. Diez. Diez es par. Par es sí. Joder.
—La sexta, Poe —contabiliza Lola mientras me alcanza mi Maohu.
—No te hagas el apático —dice la rubia—. Sé que eres un maldito canalla. Con el cuento del escritor te dedicabas a engañar jovencitas ingenuas para tirártelas.
No discuto. Hace tiempo que sospecho lo mismo, pero entonces era tan idiota que pensaba lo contrario. Hasta que empecé a caer. Aún estoy en ello.
—“Pájaros de amor pegados en los azulejos y en los cuerpos”— declama con tono burlón. A mí también me suena muy cursi—. Menuda chorrada. ¿Te suena el nombre de Daniela? Tenía dieciéis años, hace unos siete..., delgada, cintura estrecha, caderas generosas, un lunar con forma de estrella en la teta izquierda...
Lo del lunar con forma de estrella sí que me suena de algo. Hubo un tiempo en que me interesó la astronomía. Luego dejó de interesarme todo.
La mujer abre su bolso, espia el contenido, comprueba que todavía lleva lo que busca y sigue hablando. Por algún motivo el bolso me parece muy pesado para ser tan pequeño.
La banda se prepara y antes del primer acorde se que atacarán con una versión de La chica de Ipanema. Atacar es el verbo adecuado.
—El taller literario. ¿Recuerdas? Daniela era sensible y tierna, llena de ideas y ganas de escribir. Y llevaba tu libro a todas partes. Su poema preferido era el de los azulejos, decía que dentro de la brutalidad de tus descripciones, había mucha dulzura...
Un lunar con forma de estrella en la teta izquierda. Diez cerillas y es un sí. Joder. Estoy harto de los majaras. La rubia se acerca y ya va por el tercer whisky sin soltar el bolso que pesa demasiado. Tiene un cuerpo de pecado y aunque intenta ser vulgar no puede ocultar que tiene clase. Y un pecho impresionante. Dos.
—Daniela hizo de todo para conocerte, y en cuanto supo del taller literario, se apuntó sin dudarlo. Decía que tu decisión de hacer las reuniones en un bar era un rasgo de autenticidad. JA.
No me gusta esto. Ella se acerca más en cada frase y las cerillas han dicho sí y el bolso entreabierto es una fea promesa. Recuerdo un lunar pero no en una teta.
—Daniela hizo lo posible por destacar, por llamar tu atención. Tenía una fotocopia de una foto tuya de una revista, ampliada y pegada sobre su cama.
—No es para tanto. Hay gente que tiene la foto de Michael Jackson.
—No juegues al cínico conmigo, Poe. ¿Así te llaman ahora, verdad? Me costó encontrarte, nadie sabía de tí y no pensé que hubieras caído tan bajo. Pero te encontré. Cuando una tiene una misión, acaba por cumplirla.
Mete la mano en el bolso pero se arrepiente. No es el momento.
Bebemos un rato en silencio. Varios moscones se acercan a ella pero los espanta con una mirada de desdén.
—Daniela estaba obsesionada por ese poema. Una guarrada más, un listo describiendo cómo se tira a una tía en el baño de un bar. Pero ella se lo sabía de memoria y siempre lo recitaba. Pero tú sólo tenías ojos para esa jodida cría calva… Una noche, la última noche que fue a tu asqueroso taller literario, no lo soportó más y se coló en el baño detrás de ti, se desnudó para ofrecerse, y tú la rechazaste.
Veo un desfile de baños y azulejos, estrellas que brillan en tetas izquierdas, y el humo de unos ojos que no consigo recordar. Eso fue antes de caer el todo, y desde entonces he oído varios cracs y muy pocos clics. Uno puede seguir tirando cuando oye un clic de vez en cuando. Pero cuando todo son cracs, sólo puede dejarse caer.
El local se anima y sólo veo la mano dentro del bolso. Termino mi cerveza. Las cerillas pares te arruinan la vida, porque significan “sí” y contra eso no se puede hacer mucho.
—Vamos —le digo y tomo su mano.
Nos mezclamos entre la gente que sigue el ritmo con la cabeza o con sus vasos. Lola ha quedado atrás. Entramos a los servicios. El Flautista loco mira su flauta extrañado. Sólo consigue tocar cuando se sienta en el váter y entonces sopla maravillas. Pero esta noche la flauta sigue muda. Me mira un momento y sale.
—Daniela...—dice ella.
La empujo sin violencia hacia una de las puertas. Busca con la mano en el bolso pequeño y pesado. La abrazo por detrás pero no se resiste. Le muerdo el cuello y gime. Mis manos caminan por su cuerpo, se meten debajo del vestido rojo, aferran sus caderas como si fueran asas de un ánfora llena de un líquido caliente y volátil. Encuentro las tiras del tanga y al sentir la presión se revuelve contra mí. Tiro hasta romperlas y la tela resbala hacia abajo. Juego con dedos en su sexo y está húmeda. Otra mano recoge el vestido rojo, acaricia su vientre y sube hasta el pecho. También bajo los tirantes y enrollo el vestido en su cintura. No lleva sujetador. No lo necesita.
—Daniela... dice otra vez pero se interrumpe.
Entran un par de clientes a descargar para hacer sitio para más cerveza. Hablan a tropezones pero comentan lo buena que está la rubia de la barra y que no se explican cómo pierde el tiempo con el borracho de Poe. Yo no pierdo el tiempo y buscó en mi pantalón y entro. Los tíos se van y nuestros gemidos rebotan en los azulejos del baño. Ni siquiera era un buen poema, no sé por qué a todas les causa el mismo efecto. La rubia colabora, gobierna con la cara contra los azulejos, ataca y vuelve, parece no advertir que su cabeza golpea contra la pared al volver. Todo es brumoso y ruin, todo es brillante. Sigo hasta estallar y un poco más, mientras ella se sacude. Y cuando salgo, suspira y recupera la decisión. Se vuelve con la mano dentro del bolso y ya no me importa.
—¿Por qué? —pregunta.
—¿Por qué no?
—¿Por qué ahora y no entonces, cuando Daniela...?
—Porque era una chiquilla tierna, porque hasta yo tengo mis principios, y, seguramente, porque estaría muy borracho. Además, el baño de aquél bar donde nos reuníamos, era muy cutre.
Me mira a los ojos y me sorprende que tenga unas ojeras nuevas, de sexo, y ese brillo en los ojos. Se baja el vestido. Antes se subir la parte superior, se exhibe. En la teta izquierda tiene un bonito lunar con forma de estrella.
—Llevo tiempo buscándote —dice mientras mantiene la mano en el bolso—. Tengo algo para ti.
Cierro los ojos. No vale. Quiero verlo venir. Los abro.
Saca un sobre que contiene un tarjetón de color sepia. Es una invitación para la boda de una tal Daniela López con un tal Orlando Sanz. Es un tarjetón caro, como la sala de fiestas donde se celebrará la fiesta.
—He podido olvidarte, canalla. He conocido a un chico bueno y sensible y me caso el sábado.
—Ya.
—¿Irás? —pregunta.
—No lo sé. ¿Habrá buena bebida?
—La mejor y en cantidad. Yo misma me ocupé de elegir el menú y la sala. Además, tiene unos baños impresionantes.
Se arregla el vestido y se marcha, como una reina.
Fumo un cigarrillo sentado en el inodoro.
Estoy harto de los majaras. De verdad.
Salgo al bar y eludo la mirada de Lola.
Busco la puerta de la calle y me siento en la acera.
Necesito mirar las estrellas.

5 comentarios:

Baco dijo...

Sublime relato, Carlos.
Tengo que leerme por narices esas dos novelas tuyas.
El jueves estaré en lo de Gsus.
Un abrazo, tío.

Anónimo dijo...

Eso es un relato , qué ritmazo "canalla".Me gusta como escribes,si que me gusta

Anónimo dijo...

Escribes de gloria, me llevas en tu lectura y no me dejas salir.
Me debes un pequeño. obligado, aparente, disimulado saludo.
Chao pirata quizás nos veamos en alta mar....

Erev dijo...

Reconozco, algo avergonzada, haberte conocido este año en la Feria del libro.
Sin embargo , he echado de menos aquí la jodida historia de amor de la que hablas en "Ventanas".
Un placer.

Phereinike dijo...

reina total! es que cuando alguien utiliza la palabra "canalla", evoca a la sarli! Que pretende usted de mi??