Resulta que uno va por la vida con las ventanillas subidas casi por completo, para que la vida no lo salpique. Uno deja siempre una rendija, una mínima abertura para que pueda entrar la voz de los otros y, de vez en cuando, responder con ramilletes de consejos que no sirven de mucho pero ahí están, para demostrarle auno que uno sigue vivo y la interesan los demás.
Uno tarda décadas en edificar unas pocas amistades que lo soportan aunque escriba cada muerte de obispo y siempre olvide los cumpleaños.
Uno es así, se dice uno. Y más o menos se soporta.
Pero un día, cuando uno ya le ve las bragas desde abajo a su medio siglo de vida en las escaleras mecánicas de estos grandes almacenes achatados en los polos, un día uno cambia.
Puede que ocurra de a poco, o que sea una noche cualquiera , por culpa, probablemente, de una pandilla de tarados que frecuentan un bar llamado Bukowski. O por lo que sea.
Pero el caso es que uno baja las ventanillas sin darse cuenta, para que la vida lo toque, y de pronto no le importa que la vida le de una hostia de cuando en cuando (aunque uno no aconseja a los lectores hacerlo, ya que uno tiene la pésima costumbre de devolverlas); y uno es feliz, de otra manera. Se descubre capaz de amistades verdaderas cimentadas en tres o cuatro concidencias, y de afectos que antes le eran ajenos o eso creía.
Y uno se alegra.
Aunque siga siendo un desastre y se olvide de escribir a tiempo, a veces uno se acuerda casi a tiempo de dar las gracias.
Ha sido , hasta ahora, un año de locos, de aquí para allá, cambiando de libro a presentar,de paisaje y de país, pero con el mismo desconcierto.
Y aunque las novelas vayan bien (y ojalá vayan mejor todavía), uno a veces se pregunta, en meio de un recital ¿qué coño hago yo aquí, entre poetas, si sólo escribo poemas?
Uno nunca sabe cuando empieza todo y teme olvidarse nombres, pero ahí anda, como siempre, a la cabeza de la troupe de los locos, de los poetas que no se averguenzan de disfrutar de un partido de fútbol, Marcus Versus, alias Marcos Almendros, alias el hijo de pródigoprodigio de Casimiro Parker. A a su lado,nunca detrás, Isabel García Mellado, madre postiza que no artificial. Juntos iniciamos el recorrido de una editorial que es más que eso, rodando por carreteras de españa al son de un GPS cuya voz me sigue acojonando un poco. Ya no sé si fue primero Barcelona, creo que sí, junto al elfo abséntico y entrañable que es Oscar Aguado, y la complicidad de Fernando Clemot, Arturo Martínez, Olaia Pazos y Ariadna, entre muchos otros.
Luego fue Zaragoza, con el agregado de la casimira adoptiva
Ada Menéndez, que contagia unas ganas de vivir contra las que, por suerte, no se ha inventado la vacuna.
Y más tarde, Huelva, Punta Umbría o lo que es lo mismo, EDITA. Allí, pese al escarnio del partido Barça-Barça (sigo pensando que el Madrid no se presentó al campo de juego), la sensación se seguir en casa, porque no podías dar un paso
sin encontarte con
Gsus Bonilla,
Mónica,
Daniel Orviz, el quintillizo
Naveiras o l
a reina
Reyes Monje.
Y luego Valencia, aunque llegara por los pelos, para acompañar a los dos nuevos tripulantes de la navve de los locos que es
Ya lo dijo Casimiro Parker:
José Angel Barrueco y
Javier Das, una pareja y un libro que darán que hablar.
También se present
aba el libro de Isabel, esperado, deseado y necesario. Aunque le di la vara con el título, basta leerlo para coincidir con la sentencia de Ada:
"si no te guesta este poema, es que estás muerto". Pues eso.
Hace algo más de seis meses, cuando Marcos me propuso abrir el fuego Casimiro junto -nada menos- que Oscar Aguado, no lo dudé un instante. Luego hubo gente, no mucha, bien y mal intencionada, que me preguntó si estaba seguro, que si yo tal vez podía sacar el bloody mary en una editorial "más grande", "más afianzada", y hasta hubo uno que dijo "más seria" (seguro que habia visto a Marcos disfrazado de turista yanqui...). Creo que no mandé a la mierda a ninguno de los consejeros/as, fiel a mi propósito de ser, en 2009, un nuevo carlos, nada borde, gentil y delicado. Objetivo que, como cualquiera que haya tratado conmigo en este año, he alcanzadom joder!
Pero no pude evitar cierto asquito en la tripas al ver, en más de una ocasión, a parte de esos consejejros comiéndole la oreja a Marcos al comprobar que Casimiro vive, pelea y sigue andando.
Por eso, cuando la semana pasada me tocó ir al Salón del Libro Iberoamericano para presentar mi libro casimiro, lo hice orgulloso. Tanto cuando leí ante los presos de la Cárcel de Villabona, como cuando tres días más tarde me tocó hacerlo en la gala oficial "Palabras del agua", que cerró con talento y emoción el poeta resistente Marcos Ana, prisionero durante más de veinte años de las cárceles franquistas. Y todo con la sombra-agujero negro de la ausencia de Benedetti, a quien le hubiera encantado esta editorial de locos y estos libros paridos con más sonrisas que dolor.
Lo mismo ocurrirá, estoy seguro, cuando dentro de unos días de un recital de poesía casimira en la librería Albatros de Ginebra: será sólo una estación más de este juego de la oca en el que marcos e isa tiran los dados y leemos, porquenos toca.
Uno nunca ha creído demasiado en las tribus, desde que en aquellas pelis de Tarzán al nativo amigo del hombe mono siempre lo pisaba el elefante. Pero uno ha descubierto, junto a muchas otros cosas, la importancia de ser un Casimiro.
Tal vez porque es más que una empresa editora aunque no juguemos todo el tiempo al corro del buenrrollismo, o porque Marcos sabe que la seriedad no se proclama ni se exhibe, se practica cuando hace falta.
Y cuando no haca falta se pone una camisa hawaiana y unas gafas que ya quisiera para sí el Sonny Crocket o como coño se escriba, y sale a por ahí a jugar con "klovos" y poemas.
De ahí el título del post y el arranque de este listado de gratitudes que me llevará, me temo. hasta fin de año. Porque no dejo de encontrarme con gente que intenta ayudarme. Y eso que cuando uno empezó a publicar, estaba preparado para ir sorteando zancadillas y cabrones a cada paso.
Y cuando uno se encuentra con todo lo contrario, uno se pregunta si de verdad habrá tantos cabrones o es que uno los evita sin darse cuenta. (Bueno, alguno me he encontrado, pero son tal inocuos que ni los menciono o recuerdo).
A lo mejor es que los cabrones lo evitan, a uno.
Porque uno no es tan iomportante como para intentar hundirlo.
O porque uno es un casimiro.
Y a mucha honra.