Hace casi siete años y medio, yo era un autor inédito, con varias novelas que esperaban su momento, que parecía no llegar nunca. Como lo que quería era escribir, en lugar de amargarme o suponer conspiraciones de silencio, seguía escribiendo. Para un tipo tan poco práctico como yo, creo que era una actitud razonable. En cierto modo, sabía que acabaría por tener mi oportunidad.
Y la oportunidad llegó, en 2007, con la publicación de mi primera novela,
Camino de ida.
No era la primera que escribía. Pero sí la primera que se publicó.
Inicié esa andadura casi al mismo tiempo que
Salto de Página, la editorial que confió en un texto tan atípico como difícil de clasificar.
Luego ocurrió todo, como ocurren las cosas importantes: casi sin darte cuenta de que estás viviendo lo que querías vivir. Esa historia tierna, delirante y canalla, fue ganando lectores y abrió la puerta para mucho más que tenía por contar. En poco más de un año salió mi segunda novela, mi primer poemario y también la primera colección de relatos.
Pero
Camino de ida seguía ahí, recordándome lo que quería contar y porqué quería hacerlo.
La primera novela de un autor desconocido, editada por una editorial independiente, suele tener una vida corta, salvo que incurra en best seller o pelotazo editorial provocados por oportunismo o coincidencia con las necesidades del mercado. No era el caso de mi novela. Ni el mío.
Y sin embargo, el libro se negó al olvido.
Al año siguiente, fue seleccionada por la
Semana Negra de Gijón como finalista para el
Memorial Silverio Cañada a la mejor primera novela negra escrita en español. Y para mi sorpresa (ya que no era una historia negra en el sentido clásico), ganó.
Allí mismo, en Gijón, una editorial francesa independiente, guiada por una excelente editora,
Judith Vernant, adquirió los derechos de traducción y así nació
Aller Simple y el tatuaje de mi antebrazo izquierdo.
Creí que sería un asunto anecdótico, darme el gusto de publicar en francés,
el sueño del pibe de todo escritor nacido en Argentina. Pero el libro siguió ganando lectores, gracias a los buenos oficios de Vernant y a la generosidad de personalidades del
Polar francés como
Claude Mespléde y
Jean Bernard Pouy, que sin conocer de nada a un tipo con pinta de pirata, cumplieron el único deseo de un novelista: que lo lean. Ellos (y muchos otros) leyeron. Y les gustó. Y hablaron y escribieron sobre
Camimo de ida.
Y así, al año siguiente, contra todo pronóstico, la novela fue seleccionada como finalista de los prestigiosos
Prix 813 a la mejor novela extranjera traducida al francés.
Y contra todo pronóstico, aunque no ganamos, quedamos segundos detrás del gran
Dennis Lehane, y delante de novelas de maestros como mi admirado
Andrea Camilleri,
R.L. Ellory o
Craig Johnson.
No escribo esto para regodearme, si no para dejar constancia de que a esas alturas yo, que andaba metido en varios otros libros a la vez, empecé a sospechar que
Camino de ida tenía "algo".
Y lo tenía. La gran editorial francesa
Actes Sud se interesó por el libro y por el autor, y desde entonces he publicado con ellos seis novelas y la séptima verá la luz en enero.
Y a todo esto, Aller Simple sigue su camino de ida en sucesivas ediciones de bolsillo y cada vez que voy a un festival literario en Francia me toca firmar pequeñas montañas de ejemplares porque la novela sigue viva y ganándome lectores. Mientras tanto, en España, el libro siguió a un ritmo tranquilo y constante, con varias ediciones y reimpresiones, pero lógicamente fue quedando atrás en la memoria de potenciales lectores, frente a mis nuevos libros.
Todo esto empezó hace siete años y medio. Y en breve, los libros que he publicado desde entonces sumarán una veintena entre poesía, relatos, novelas negras, juveniles y teatro.
Llevaba años sin asomarme a
Camino de ida.
Por eso, cuando mi actual editor de novela, el infatigable
Pere Suereda de
Navona Negra, me propuso volver a lanzar mi primera novela, me asusté un poco.
Venimos de publicar, con una excelente aceptación,
Muerto el perro, que hasta tuvo la suerte de alzarse con el
Premio Valencia Negra a la mejor novela de 2014; y el año que viene volvemos a la carga con otro delirio negro que probablemente se llamará
En el cielo no hay cerveza.
Tras publicar diez novelas (tres de ellas para público juvenil, pero con más compromiso, si cabe, que en las de adultos), ¿convenía volver a lanzar mi primera novela?
Disimulando esas dudas, le dije al editor que me diera 48 horas para pensarlo.
Y tras buscar bastante, me hice con un ejemplar de Camino de ida (casi nunca tengo mis libros porque los voy regalando), abrí la primera página y leí, con más miedo del que me atrevía a confesar.
Lo leí una vez, de dos sentadas.
Y otra dándome el tiempo y la actitud
cabrona de quien quiere ponerle pegas a algo, detectar la impostura, saltar en el sillón y gritarle al libro, como si fuera el autor:
"¡Te pillé, farsante!"
No fue así.
Reí. Bastante.
Me emocioné. Bastante
Disfruté. Mucho. Como cuando la escribí.
Y llamé a Pere y le dije:
"adelante".
Y me deprimí un poquito.
Porque había descubierto algo terrible: que en estos años no he aprendido nada.
Porque no puedo escribir mejor que cuando escribí Camino de ida.
Y ojalá sea capaz de seguir haciéndolo así.
Porque ahí está todo lo que quería decir, de allí vengo y hacia allí sigo yendo.
Ahí están todavía y siguen, las ganas de juntar en la sábana de una página, narrativa y poesía, humor y erotismo, ternura y crueldad. Y que hagan sus cosas, aunque protesten los vecinos.
Ahí estoy yo, escribiendo mi primera novela y mi primer poema, como si fuera el último.
Y ahí sigo, conjugando mi verbo favorito:
yendo.
En las entrevistas nunca incluyen esta pregunta, pero cuando tienes encuentros colectivos con lectores, no falla:
"¿Cuál es tu novela preferida de las que has escrito?".
Y uno responde, siendo sincero, que la que acabas de publicar o la que estás comenzado a escribir. Son los amores nuevos o recientes, están tan frescos o por hacer, que estás pendiente de ellos.
De ahora en adelante, cuando me hagan esa pregunta, probablemente, tendré que mentir.
Porque mi novela favorita es
Camino de ida.
Espero que lo sea también de los nuevos lectores que tendrá a partir de noviembre.
¿Y de qué va?
Cuando Dorita, su pequeña y tiránica mujer, muere durante la siesta en un hotel de Marrakesh "para terminar de amargarme las vacaciones", el apocado Octavio Rincón experimenta dos cambios radicales: deberá comenzar a tomar decisiones, por primera vez en su vida, y su sexo parece haber crecido de un modo descomunal.