A esta hora de la noche,
Madrid es una luciérnaga apagada que admite su derrota.
Cada chicle aplastado en las aceras representa la huella digital de una pisada incierta.
Una colección de flecos telefónicos se adhiere a las farolas, ofreciendo efímeros futuros que no sucederán.
Como un lujoso hotel del desamparo,
los soportales de la Plaza Mayor
conceden techos altos
a los que duermen en el suelo.
Tres amores terminan.
Dos empiezan.
Una muchacha camina con miedo.
Un borracho zigzaguea
en bicicleta de alquiler.
Los súper héroes nunca existieron.
Un pato del lago del Retiro
asume que nunca será un cisne.
Una ambulancia gime, lejana,
y la sirena de un patrullero
le devuelve el canto de cortejo.
(A saber si son emergencias divergentes, o la cosa acabará en apareamiento).
¿El insomnio es causa
o consecuencia?
Alguien se rinde,
esta vez para siempre.
Un temporizador municipal
inicia la cuenta atrás
para liberar el agua de las fuentes.
La ciudad no solo llora
cuando llueve.