La gente cruza los puentes
como si ese acto trascendental
no tuviera la menor importancia.
Como si los puentes fueran
meras prolongaciones
voladizas de las aceras
obras de ingeniería
cálculos de un señor
que nunca
cruzó
nada.
Un puente es
en realidad
un animal con la piel extendida
desafiándote a que lo pises.
La lengua de un dragón
que puede quemarte
de horror o de alegría.
Un puente
es la escenificación
del ego humano
que decide dónde cruzar un río
cuando el río
generoso
siempre ofrece
si lo caminas con calma
un lugar por donde cruzar
sin ahogarte.
Cruzar un puente es
cómo volar
sobre el vacío
sin abandonar la seguridad
del suelo.
Es decir que no es vola en modo alguno.
Lo que ignoramos
es que cada vez
que cruzamos un puente
el puente nos gasta
un poco más
y nos va comiendo los pasos
hasta que no nos quede
ninguno.
Cuando eso ocurre
solo tenemos dos opciones:
rendirse
cómo lo hacen
quienes nunca merecieron
llegar al otro lado,
o aprender a volar
de una puñetera vez.
Y sonreír
todo el tiempo
que dure
la caída.