La gente cruza los puentes como si ese acto trascendental no tuviera la menor importancia,
Cómo si los puentes fueran meras prolongaciones voladizas de las aceras, obras de ingeniería, calcúlos de un señor que nunca cruzó nada.
Un puente, en realidad, es un animal con la piel extendida desafiandote a que lo pises,
la lengua de un dragón que puede quemarte de horror o de alegría.
Un puente es la escenificación
del ego humano,
que decide dónde cruzar un río, cuando el río, generoso,
siempre ofrece si lo caminas con calma, un lugar por donde cruzar sin ahogarte.
Cruzar el puente es cómo volar sobre el vacío sin abandonar la seguridad del suelo.
Lo que ignoramos
es que cada vez que cruzamos un puente, el puente nos gasta un poco más,
nos va comiendo los pasos, hasta que no nos quede ninguno.
Cuando eso ocurre,
solo tenemos dos opciones: rendirse, cómo lo hacen quienes nunca me hicieron llegar al otro lado, o aprender a volar de una puñetera vez.
Que ustedes lo vuelen bien.
sábado, 4 de febrero de 2017
Desenmascaramiento de los puentes
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