(Este cuento se publica para desmentir ese falso ymalvado rumor que preende convencer a los incautos de que yo no soy capaz de escribir cuentos de amor)
"En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor..." El sonido del timbre la dejó fuera de la lectura de domingo y lluvia.
No esperaba a nadie.
Nunca esperaba a nadie.
Nadie era su mejor amiga, su amante, su memoria.
Fue a abrir en braguitas y camiseta. Tenía la calefacción a tope, desdeñando la primavera pasada por agua llorada.
Abrió y era él.
Después de tanto tiempo, dijo "hola". Y la besó.
Se desnudaron abrazados sobre la alfombra, a tres metros de la puerta y dos de la ventana y la lluvia. Fumaron y ella lloró en silencio, nueve pares de lágrimas, uno por cada año sin su piel.
Se durmieron así.
Al despertar, lo vió mirando por la ventana, desnudo, y apreció el paso del tiempo en su cuerpo, dibujando lo que entonces era un boceto.
Volvió al libro, para no pensar.
Él recorrió su espalda con un dedo, después con la lengua, después con toda la piel.
Ella se abrió sin dejar de leer, siempre la misma frase.
Él entró y leyó en voz alta mientras se movía al ritmo de la lluvia lenta en la ventana y el domingo. Dijo que si lo esperaba, porque leía el mismo libro que en el instituto, cuando todo empezó.
Ella dijo que todos los domingos leía ese libro, mientras lo esperaba.
Él siguió, sin dejar de leer la frase, los dos a dúo, en voz alta partida de gemidos.
Ella gritó de cuyo nombre no quiero acordarme mientras aceleraba el ritmo y él se derramó repitiendo de lanza astillero. Después fumaron, como estaban, ella sin verle la cara, él ya rocín flaco, dijo buscando la broma. Ella le dijo que había sido galgo corredor y que cuanto hacía que no. Él le recordó que había otras cosas, como entonces, sólo que ahora iba en serio y estaba en peligro.
"No ha mucho tiempo vivía", dijo ella como un rezo.
Y él agradeció el recuerdo y el cumplido del recuerdo.
Como entonces dijo.
Entonces hace una década, dijo ella, y ni una carta, ni un mensaje, sólo una espera y este libro, hasta esta tarde.
Me escondo, dijo él.
¿De ellos?, preguntó ella.
De todos, dijo él.
He visto tu foto en los diarios, pese a la barba y los años, supe que eras.
Soy, dijo él, más bien fui, lo la bomba en el colegio fue demasiado, todos están locos y yo sólo quería justicia, como el hidalgo.
Él mataba molinos, nunca niños, dijo ella.
¿Quieres que me marche?, preguntó él.
Quiero que te quedes, respondió ella, saber como acaba el libro, y tal vez, por qué te fuiste hace tantos años, sin avisar, sin preguntar, sólo esa frase, "nos vemos el domingo".
No tuve elección, dijo él, sintiendo que el calor del cuerpo amigo volvía a despertarlo, muy despacio. Se frotó contra ella, que preguntó, sin dejar de mirar el libro, si sus andanzas habían valido la pena, si los entuertos que entonces quería desfacer seguían igual, si esas sirenas policiales un rato antes de su llegada no habían sido sus trompetas de anuncio, si hacía mucho tiempo que conocía su dirección en Madrid.
Éla todo respondió que sí, urgido de ganas y de perder respuestas entre sudores.
Quiero verte mientras te amo, dijo.
Ella se tendió boca arriba, con el libro a un costado y la mano sobre la página abierta.
El trató de imponer el cuerpo a los reproches, de recordar con más detalle el sendero secreto de aquellos primeros placeres juntos.
Ella sonrió cuando él preguntó, mientras la abrazaba, que qué era eso tan importante que tenía que decirle aquel domingo nueve años atrás.
No tiene importancia, dijo ella mientras se movía como una ola con otra ola dentro, cosas de chicas, siempre con miedo, nunca fui una buena Dulcinea, así, como entonces, por fin lo encuentras, sólo que tenía dos atrasos, que estaba embarazada y poco más.
Éll abrió la boca para una pregunta que sonó como un disparo y cayó sobre su cuerpo.
Ella lo rodeó con un brazo, mientras la otra mano devolvía la pistola a su preciso hueco perforado en las páginas del libro y sintió su sangre resbalar y lo acunó como a un bebé y lo consoló diciendo que él, al fin y al cabo, no podía saber que ese colegio y ese niño y ese domingo de lluvia, eran los suyos.
Después cerró el libro.
Para siempre.