Madriz
La vieja niña que no acaba de crecer,
se entrega por la noche a los extraños,
usa la mascara de lo que pudo ser
y busca el paraíso en los andamios.
Esta ciudad mordisquea mis poemas,
bebe mi sangre y se marcha sin pagar,
siembra muchachas tristes por la acera,
que no están cuando las vuelvo a buscar.
Me hace el amor si solo quiero sexo,
si me enamoro, se va con otro chulo.
Se sabe lo de cóncavo y convexo,
camina lento, pero meneando el culo.
Es callejón que a veces lleva al cielo,
la mecha que recorre los andenes;
caballeros sin honra que se baten a duelo
por doncellas que no bajan de los trenes.
Te llama por tu nombre
un día cualquiera,
pezones de semáforo,
corazón de ladrillo;
al mismo tiempo humilde y altanera,
corona de princesa,
bragas por los tobillos.
Aunque te deje lamerle las caderas,
nunca sabes si te volverá a llamar.
Guarda en las ingles todas las fronteras
que jamás me canso de cruzar.
Me deja pernoctar entre sus piernas,
me desaloja
si le da por recordar.
Me declara su amor
por las paredes.
Cuando amanezca,
Madriz
me volverá
a olvidar.
(Foto: atardecer en el templo de Debod, después de una carrera de infarto para llegar antes que el sol se fuera. Y como siempre, mereció la alegría).