viernes, 30 de diciembre de 2011

El animal: un poema grabado en goear

Pero sigo siendo el rey, candidata en Francia a la mejor novela del otoño.

http://www.polar.sncf.com/index.php?option=com_content&view=category&id=6&Itemid=2



Resulta que me acabo de enterar que la versión francesa de Pero sigo siendo el rey, es finalista para los premios de novela negra de otoño, y si gana, pasa a la final para la mejor del año. Quien quiiera votarla , puede buscar aquí. Mercí. 

LISEZ, NOTEZ, VOTEZ !
Fin du suspense : vous avez désigné le coupable de l’Eté! Avant d’aller dormir de Steve J. Watson (Editions Sonatine) est qualifié pour la Finale de la 12ème édition du Prix SNCF du polar.
A présent, voici 5 nouveaux romans, en lice pour la sélection Automne. A vous de les juger et d’attribuer vos notes.
Cliquez sur les couvertures pour accéder à la fiche de chaque roman et télécharger les premières pages. Vous avez jusqu’au mardi 3 janvier 2012 pour voter.
Le roman ayant obtenu la meilleure note sera déclaré vainqueur de la Sélection Automne.
Et pour satisfaire votre faim insatiable de polars, vous pourrez découvrir et dévorer la sélection Hiver début 2012.
Enfin, au Printemps, les romans finalistes de cette édition 2012 s’affronteront pour décrocher le titre de Lauréat du Prix SNCF du polar.

Hyde & Hyde

Hyde & Hyde

I
Ahora que he renunciado
de momento
a las pociones
toca asumir mi condición de villano de opereta.
La culpa revolotea
mariposa de papel albal
y sus alas cortan como alfanjes.
He fumado demasiado en demasiadas camas
el cigarrillo de después
y en cada tos se me escapa un beso
para nadie
que pueda recordar
sin que otra mariposa
me rebane una loncha del corazón
o de la polla
(aún no aprendí a diferenciarlos).

II
Me gusta de a ratos
ser la bestia que acecha
los callejones sin salida de tus ingles
pero estoy tan cansado de soltar carcajadas de hielo
que para variar y sin que sirva de precedente
seré bueno
hasta el lunes por la tarde.
No me divierte el trabajo de engendro
a jornada completa
pero el mal
apréndelo querida
antes de que sea tarde en tus pestañas
no está en mi triste deambular por las sombras
sino en las aspirinas con receta
que el doctor jekyll te prescribe
para curar melancolías.
El monstruo es él
y yo sólo un adicto del amor que sangra
cazo porque lo que me gusta
no lo envasan al vacío
mato cuando me estoy muriendo
por verte
y me marcho para no saber
que no has venido.

No es un lobo inaudito en la ciudad
ése que ruge de dolor cuando anochece
soy yo
que te busco entre las sombras
de víctima en víctima
sin saber quién eres todavía.

III
Me acusan de tantos crímenes pueriles
que me avergüenza confesar el único
y reciente:
he matado al buen doctor
ya no hay jekyll al que volver por las mañanas
pedirle que recicle y saque la basura
pague las facturas puntualmente
y alimente a la palomas.
Ya no hay jekyll amor
sólo este hyde & hyde que soy
el amante de los eclipses de sol
de las muchachas alunadas
como tú
el habitante de las peludas penumbras
en las que te desnudas
para volver a ser tu propio monstruo.

Así que tú decides
amor:
no vuelvas a llamarme
o deja abierta tu ventana
como todas las noches
para que la bestia vuelva
con el apetito intacto
pero sin moralejas
ni coartadas
a devorarte el coño
y la esperanza.

jueves, 29 de diciembre de 2011

Te traes, un poema en GOEAR



La casa

La casa

Después de limpiar toda la casa
exprimo las botellas y riego el suelo
para que siga oliendo a nosotros.
Con los ceniceros
tardo más
y los dejo rebosar de collillas
y momentos compartidos.

Ya sabes que me gusta escribir en el humo
y la ceniza es la espuma de las olas
que nos mantienen en el aire
y aquí siempre es de noche
porque el sol 
monta guardia fuera
para que nada nos moleste.

Friego todos los jarros de café
para preparate cientos de desayunos
cuando la mañana nos sorprenda.
Dejo la cama para el final
porque me niego a despojar las sábanas
de tu forma o tu esencia
y tu calor sigue en ellas
durante días
hasta que vuelves a encenderlas.
Lavo tu copa negra con cuidado infinito 
para un tipo tan manazas
quiero que llegue intacta hasta el próximo ritual
de amor oculto y evidente.

Antes de dormirme, lo confieso
beso tu tanga 
que más que un trofeo
o una prueba
es el expediente secreto
de las noches que vienen
de camino.

Ventilo la casa.
Me acuesto
y cuando despierto de repente
creo que has bajado al baño
y volverás con tus sonrisas
abiertas
y dispuestas a la dicha.

Comprendo que no estás
y sin embargo
estás toda la noche y todo el día
brindado con mi vida
borrachos los dos de realidad
de la que no se compra hecha
de la que se amasa con lágrimas a veces
de la que puede llegar a marear
pero no deja resaca
esa realidad poco académica
de la que
sin embargo
siempre quieres una copa más
y siempre tengo a mano
otra botella.

Interrogo al silencio
y se ríe de mis dudas
este silencio está repleto
de tus voces
y todas repiten 
pronto
todas cantan una ranchera 
extrañamente feliz
sobre nosotros
una canción con un final por escribir
y a la que le quedan tantos besos
como estrofas.

Estoy celoso
amor
mi casa también 
te ama y te tiene
te busca y te convoca
mi casa 
es nuestra casa desde la primera noche
en que te vimos desnuda
incendiando penas
como una llama
para mostrarle el camino a la alegría.

La casa
nuestra casa
y yo
te esperamos.

miércoles, 28 de diciembre de 2011

Me das

Me das
tu valor acobardado de razones
tus necesidad de hacerlo bien
mientras lo haces
todos esos miedos que no logran frenarte
tu elegancia para andar a tientas
o a copas
tu saber estar y ser
(incluso cuando crees que no sabes)
tu amor con y sin dudas
que vale mas que siete reinos.

Me das
tus ganas de reír sabiendo por qué
tus llantos de felicidad en la burbuja
tu impulso de abrazarme por la calle
tu incredulidad llena de fe en mí
tus preguntas eternas y fugaces
esa pena sin nombre ni cara
que a veces te acompaña
y a veces te persigue.

Tu latido por dentro que inunda
días y colchones
todos los poemas que contienes
y no dejas volar por pudor
pero se asoman
por las puntas de tus dedos.
Esa mirada que cura y mata
con la misma pervertida inocencia

Me das tus manos
no sabes cuánto dan tus manos
cuánto te delatan
y te explican sin palabras
tus manos.

Me das la pantera del siempre
y la del ya veremos
la fiera en pompa
y la ranita
la mujer mas mujer
y la niña perdida
con miedo a crecer pero que crece
y no deja de creer desde las alas.
La jovencísima cómplice
la amante sin edad
la que se asusta si la quieren demasiado
la que exige sin decirlo
ser querida.

Me das lo que ya has dado antes
lo que no volverás a dar a nadie
lo que puedes ser
lo que todavía desconoces
pero intuyes.

Me das tu decisión de ser como quieres
y no como digan
tus miedos a no llegar
tus futuras partidas
tus regresos a mí.

Me das tanto
que voy a necesitar
cientos de noches y poemas
para explicártelo.

Y como también me das
tu obstinación
al preguntar qué veo en ti
me temo que tendré que volver
a explicarlo otra vez.

martes, 27 de diciembre de 2011

(Texto completo del artículo publicado en Culturamas)

http://www.culturamas.es/blog/2011/12/27/gonga-se-fue-a-otro-bar/



Gonga se fue a otro bar

Carlos Salem


Odio los panegíricos y la costumbre de santificar la memoria de la gente cuando muere, en lugar de conocerla en vida. Gonzalo Torrente Malvido, Gonga para unos pocos, quedará a salvo de eso, supongo, porque hizo de si mismo su mejor personaje. Amaba la literatura como un amante y no como un marido, y nunca dejó de quererla de cerca y lejos.
Anduvo por todos los mares y todos los bares que encontró, y siempre lo recordaré un domingo a medianoche,en el Bukowski club, bailando apretado un tango de Gardel con una preciosa muchacha morena que -le dije, para provocarlo- podría haber sido su nieta.
"Pero no lo es", me contestó.
Como la fama lo esquivó (o cuando vino a buscarlo él andaba en otra cosa), su muerte y su vida no serán objeto de casquería. Y mira que habría anécdotas que contar sobre Gonga y sus andanzas. Pero no hace falta. Ninguna falta.
Y digan lo que digan, será inevitable verlo derivar por las noches de Lavapiés o Malasaña, con su gorra de capitán sin barco y su excelente mal carácter, tejiendo una historia inacabable con sus propios días.
Quien quiera saber más de su obra, que busque en wikipedia y otros archivos. El último libro, Puro cuento, es una joyita en la que volcó lo que pensaba y sabía sobre el asunto. Y sabía mucho.
Tuvo acceso a todos los cenáculos literarios y de todos de alejó o hizo que lo alejaran. La gustaba comer bien cuando había con qué, pero si no había mucho, preparaba un caldo gallego de antología y lo hacíamos bajar con vino blanco de tetrabrick, que al fin y al cabo es vino o algo parecido.
Compartió conmigo lo nervios de mi primera publicación y me dijo que Camino de ida sería mi ganzúa para entrar a la literatura por la puerta del costado, "que es la que a ti te gusta, y además, en la otra, la grande, siempre hay cabrones vigilando para que no se cuele gente como nosotros". Pensaba, como yo, que el que se sienta a escribir un cuento sin haberse bebido antes a Conrad, London, Stevenson, Cortázar y Borges, pierde el tiempo y se lo hace perder a sus lectores. Decía que escribir bien no era un don sino una obligación, y cuando leía algo bueno de verdad, se entusiasmaba como un crío travieso que ve el primer arco iris o la primera teta de su vida.
Se fue. Me enseñó lo que no está en los libros, me dijo que tenía que seguir escribiendo para que no crecieran mis demonios, que yo escribía porque no me aguantaba a mi mismo, y que ese era un buen combustible.
Hace unos años, cuando en el Bukowski club Inés y yo empezábamos a jugar en serio a que la literatura se bebiera unas copas y que quitara el refajo, Gonga era el crítico más feroz y el más feliz cuando descubría un talento entre el humo del local. Por ese tiempo, Igor Heras le hizo de memoria esta exacta caricatura y yo el poema inexacto que la acompaña.
Él andaba en la calle, donde la vida se levanta la falda en los portales o vomita una pena de más; y en los bares por los que dejaba caer su socarrona forma de verlo todo con los ojos entrecerrados, como si no acabara de creerse el mundo o se lo creyera demasiado. O cantando una bossa nova  ante un micrófono afónico y  peleón, tras leer su poema dedicado a una rubia tonta americana o a la eterna nostalgia de la mar, esa otra mujer que nunca te suelta del todo.
Siempre fue un seductor, y citando a otro canalla de los que no deben faltarnos nunca, un tal Sabina, no puedo escribir un versos mejores que los que él parió con Fito Páez para la canción-epitafio de otro persojane singular:

Parece que fue ayer cuando se fué
al barrio que hay detrás de las estrellas,
la muerte, que es celosa y es mujer,
se encaprichó con él
y lo llevó a dormir siempre con ella.

Aunque, bien pensado, ni él ni yo creemos en eternidades, que no cunda el pánico en el cielo ni hace falta esconder a las angelitas de minifalda que por allí pulularían, si el cielo existiera.
Pero esté donde esté, estará en otro bar, pegado a la barra, sorbiendo un chupito de whisky y leyendo a la gente sin prisas, como esa novela que soñaba escribir, "para darle en los morros a muchos gilipollas", y que nunca terminó, porque estaba demasiado ocupado viviendo.

Salud, Gonga. La borrachera de esta noche, va por ti.

Y la de mañana, también.

Gonga se fue a otro bar

Hace unos años, cuando en el Bukowski club jugábamos en serio a que la literatura se bebiera unas copas y que quitara el refajo, Gonzalo Torrente Malvido, Gonga para unos pocos,  era el crítico más feroz y el más feliz cuando descubría un talento entre el humo del local. Por ese tiempo, Igor Heras le hizo de memoria esta exacta caricatura y yo este poema inexacto. Se fue. Me enseñó lo que no está en los libros, me dijo que tenía que seguir escribiendo para matar mis demonios, que yo escribía porque no me aguantaba a mi mismo, y que ese era un buen combustible. Se fue. Ni él ni yo creemos en eternidades, que no cunda el pánico en el cielo ni hace falta esconder  a las angelitas de minifalda que por allí pulularían si el cielo existiera. Pero esté donde esté, estará en otro bar, pegado a la barra, sorbiendo un chupito de whisky y leyendo la vida sin prisas, como una novela por escribir. 
Salud, Gonga. La borrachera de esta noche, va por ti. 

lunes, 26 de diciembre de 2011

Nochebuena

El teléfono enmudece y es probable que no tengas nada que decirme.
O que el dolor te emborrache como un vino traicionero y se lleve tus palabras a otra parte.

Esta noche que te intuyo herida y mis manos no te encuentran,
reniego de mis manos.

Si estos poemas no sirven como breve combustible
para encender una hoguera que te abrigue cuando estás perdida,
¿Para qué sirven?

Te siento en todas partes pero no estás en ninguna.

Intento consolarme repitiendo que sabes donde hallarme,
si te hace falta recordar quién sueles ser cuando te gustas.

O que prefieres lamer a solas tus heridas
para comprobar que aún sabes como hacerlo.

No lo digo para agregar una pena ajena a las que ya acarreas,
sino para que le cuentes a tu soledad que ya no está tan sola.

Sin más recurso que el respeto, acaricio la nada y te acaricio toda

Que diría González

Algunos lunes me levanto pero sigo tumbado por dentro.
O admito que me conozco demasiado y no me quiero ver despierto.

Esos días con redacción de ultimátum para nadie,
que nacen atardeciendo, y sin tenerte a mano de mis manos,
cuando me pesan los años, y me aplastan los destierros.

Nada grave, que diría don Ángel.
La vida, la muerte. Nada grave.

Jornadas en las procuro olvidar quien fui o como me llamo,
enemigo a muerte de mi mismo por sólidos motivos,
emboscadas en las que no te escribo ni te busco temprano.

Esos días, que saben a sopa de ceniza y tienen el color de mi colada,
salta la alarma en tu instinto de gacela con garras de pantera y llamas,
con esa voz tuya que me lame las angustias, y  me cambia las mañanas.

Nada grave, que diría González.
El tiempo, el amor. Nada Grave.

Digamos que hoy me levanté otoñal,
pero hablé un rato contigo
y ya tengo los bolsillos llenos de veranos.

Cuando quieras/puedas
ven a buscarlos.

Memorias circulares del hombre-peonza



Comencé a girar
con dos años y medio
a la hora de la siesta
cuando metí el brazo
hasta el hombro
en el sexo-volcán de un hormiguero
y no he dejado de girar desde esa siesta
en contra del sentido
de las agujas del reloj
un coriolis sin pasaporte
ni hemisferios.

Dicen que cuando giras
todo el tiempo
contra el tiempo
se pierden los detalles
pero no es cierto:
es la estela del detalle lo que tienes
espumas de un paisaje
comisuras de labios
que te llaman sin nombrarte
un huracán de pestañas
una mano que roza el movimiento
y poco más.

Porque el que gira
mas que perderse los momentos
los congela
y en la próxima vuelta
ya forman parte de su piel de madera.

Rotación y traslación
como la tierra
y al igual que el planeta
el hombre peonza
no pregunta porque gira
lo hace
y gana tiempo
mientras el tiempo se pierde
en cada giro.
No creas que el oficio de peonza
es cosa fácil
tiene sus riesgos
sus leyes
sus renuncias
a veces quieres quedarte en un aroma
y cuando vuelvas a pasar
ya no será mismo perfume.
Tenía razón el griego aquél que dijo
que no vuelves a cruzar el mismo río
sólo olvidó decir
que el agua nunca cambia
eres tú quién no vuelve
a ser el mismo.
Tampoco creas que tu eje
se mantiene estable
horadando la vida de los otros:
ser peonza es pasar
estar a solas
hablar con los espejos
y no estar casi nunca
de acuerdo con ellos.
No se elige girar
se gira
y punto
a los dos años y medio
a los cuarenta
o cuatro horas antes de palmarla
sólo giras
y vas
en este viaje circular y necio
que no empieza ni termina en punto cierto.

Yo no decidí ser esta peonza humana
sólo lo he sido
recopilando fragmentos de miradas
palabra
que acaban siempre en on
alguna lagrima que enseguida se despega
la duda de lo que hubiera podido ser
y no será

esta 
pregunta fija
que me impulsa 
a pensar qué debo hacer 
ahora que empiezo a girar
cada vez un poco
más lenta
men
te.


sábado, 24 de diciembre de 2011

Te traes

Te traes


Saber que andas por ahí
chiquita
comiéndote el mundo con esos ojos
que ya han visto demasiado.
Que no discutes con los pájaros
porque sabes que siempre tienen la razón
(hasta los buitres).
Y que tus piernas largas
dibujan signos de pregunta
que la vida se niega a responder.
Que duermes poco para no perderte nada
y sospechas que todo ocurre en el instante
en que descansas.
Que no les robas las monedas
a los ciegos de amor
ni les compras cupones de la ONCE
para no ganar con trampa.

Que has llorado lo justo y la injusticia.
Que te abres como se abre la mañana
cuando el día merece la alegría.
Que eres tímidamente temeraria
escandalosamente discreta
coherente hasta la contradicción
cometa subterráneo
volcán hecho de nubes
sangre que enciende fuegos
en lugar de apagarlos.

Saber que andas por ahí
chiquita
y que en algún parpadeo me tocas
o te tocas
sin analizar el precio de los besos
ni la cotización bursátil del deseo
hace que el día siga teniendo
el tacto de tus noches
y por lo tanto
me río en la cara de los calendarios
mientras las sábanas bailan
cuando no las veo
un tango feliz de bienvenida.

Y yo
bicéfalo al pensarte
sonrío a nadie
o sea a ti
que llegas y te traes
con esos ojos que ya han visto demasiado
y por suerte
no se cansan
todavía
de mirarme.

jueves, 22 de diciembre de 2011

Las despedidas

He conocido ya contigo una infinita variedad de despedidas.
(Esta manía mía de acompañarte hasta el anden,
solo para olvides que otro extremo del trayecto
no hay nadie que te entienda y te reciba.)

Te has  despedido con prisas,
con ebria euforia sin recato,
com besos para el escándalo de pasajeros que no saben que lo son,
con piquitos por si acaso,
te has despedido dejando en mi dedo medio tu sabor más profundo,
preocupada por lo que te espera en un pueblo al que no perteneces,
impaciente por llegar allí para volver a mi en un par de horas,
agobiada por problemas o secretos,
y creo recordar que una vez,
enfadada por no recuerdo bien qué exceso mío
que juré  no volvería a repetirse.

Y lo que me asombra
no es la versatilidad de nuestras despedidas,
sino que cada vez te digo adiós
como si te dijera "bienvenida".

Eso me gusta, porque es otra forma de tenerte,
cuando crees que te vas
y la parte de ti que no se rinde
 se queda conmigo.

Eso me gusta.
Pero por si acaso, vuelve.

martes, 20 de diciembre de 2011

Mis con-razones

Hace ya unos años, mi amigo Escandar Algeet, uno de esos poetas necesarios que modelan sus versos con las palabras de cada día, escribió un excelente texto llamado "Co-razones". Lo abría con un verso mío, soltado al azar, y al difundirlo, mencionaba mi nombre. Toda vez que Escandar tenia la costumbre de no firmar o hacerlo con pseudónimo, y que a partir de ese poema, Patty de Frutos realizó uno de sus vídeos mágicos, Co-razones alcanzó una extraordinaria difusión por la web, y una extraordinaria confusión, ya que mucha gente cree que es mío y así lo reproduce. Lo he aclarado miles de veces, en todos los espacios posibles, pero el texto se me sigue adjudicando. Nuestro común editor y amigo, Marcus Versus, tampoco sabe ya que hacer para aclarar el asunto, mas que nada por una cuestión de justicia básica.
Así es que, como la confusión sigue,aportemos algo a ella.
Aquí va mi propio con-razones, que seguramente no será tan bueno como el de Escan, que ademas de escribirlo antes, lo hizo de maravillas.

Pero no hay musa que se iguale a mi musa.




Mis con-razones

Es que no la conocéis, aunque la veáis pasar enamorando aceras
con ese moño de fotógrafa italiana que talla cada luz en su retina
y te la devuelve mejorada.

Es que no podéis saber cuántos brindis le caben en el cuerpo
ni ella sabe cuántas lagrimas le quedan, y por eso las regala.

Os conformáis con atisbar de reojo la amenaza par de sus pezones
o medir el largo interminable de sus piernas,
cuando lo que importa son sus pasos y hacia donde la llevan.

Es que no tenéis ni puta idea del poder que se siente
cuando me abraza dormida y se sabe en casa,
de la angustia acristalada cuando se queda pero se marcha,
de la caliente felicidad con que regresa, a derretir escarchas.

Es que no la habéis visto leer el diario e indignarse,
empañar con canciones tristes sus opacos ventanales,
o usar las gafas de sol cuando anochece,
para proteger de su mirada a los mortales.

Es que en su cuello podrían tatuarse, en espiral,
los poemas que explican mi verdad,
Y en su nuca caben, en tres signos tipográficos,
todas las palabras que jamás he pronunciado.

Es que cuando la maquina del mundo se detiene
y todo me sabe a error por repetir,
ella funciona.
Cuando me caigo en la trinchera que llevo años cavando,
ella sonríe y me levanta.

Cuando teme que el futuro pueda quedarle grande,
me llama y le hacemos un corte de mangas
y un tajo que va del ayer a su cadera,
que es donde empieza y termina la mañana.

Y aunque la hayáis tenido, espléndida y desnuda,
con ese galopar de felino desbocado,
si no os cambió la vida su manera de entregarse,
es que mirabais hacia el lado equivocado.

Es no la conocéis.
Es que por suerte, no acabo de aprenderla
ni la quiero descifrar.
Es que nunca sabré con cuál de ellas me acuesto
y con cuál me levanto,
pero disfruto tanto
de esta poligamia singular.

Es que no quiere hacerle daño a nadie
aunque la simplifiquen o lastimen.
Es que parece tan frágil y está hecha de acero inolvidable.

Se cree tímida, pero no sabe ni quiere estarse quieta.
Es que teme ser libre, pero no admite ataduras.
Salvo algunas noches,
cuando su espalda vuelve a ser montura
y me ofrece el animal mas bello del planeta.

Es que no podéis saber.
Es que no tenéis ni puta idea.
.
Como decía mi amigo Escandar Algeet,
hablando de otra musa,
entiendo que perdáis el culo por su culo,
o por su manera de ser como ella es,
sin condiciones.

Entiendo que queráis quererla.

Pero yo la quiero
por muchas más razones.

lunes, 19 de diciembre de 2011

A eso

A tierra fértil
recién besada
por la llovizna.

A planta marina
de un mar en el que
los sueños no se hunden.

A sutil especia oriental
que no esconde los sabores
y siempre los mejora.

A mineral precioso
frutal y blanda piedra
que late y se estremece.

A miel salada y dulce
el vino de un río subterráneo
que felizmente me emborracha.

A hembra que siempre será joven 
mientras recuerde
que son alas sus piernas.

A ciudad que amanece inaugurada
tras cada noche que ha gozado
sin dormir.

A un cuadro de klimt
pintado por Modigliani
mientras Lautrec se tocaba.

A un poema feliz de Alfonsina
entre  las olas ( si Alfonsina
hubiera sabido ser feliz).

A zumo de nube blanca
a pez de humo de hachís
a  rosa de carne inmortal
a pétalo bañado de regaliz
a manantial que hierve
a perfume de la vida.

A sonrisa 
que podría ser herida
pero no.


A todo eso

saben y huelen
tu coño y tu alma

y quiero seguir 
devorándote
los dos.

domingo, 18 de diciembre de 2011

Casi nada has cambiado

Soy el mismo Hyde & Hyde
que escribió aquel poema
cuando no te conocía
y empezaba a esperarte.

He fumado desde entonces
demasiado cigarrillos del después
en camas  que  comienzan
a olvidarme
y sigo sin diferenciar del todo
mi corazón de mi polla
porque ambos laten.

Nunca miro hacia atrás
para no saber lo poco
que me queda por delante.
y me gusta que me quieran
pero me cuesta horrores querer
sin la premonición de los finales.

Casi nada has cambiado
porque soy el mismo monstruo
sin coartadas mi pociones
a las que culpar de mis delitos.
un lobo viejo al que le sientan bien
las pieles de cordero
un asesino de ilusiones ajenas
un cazador cebado con el gusto
de su propia sangre.

Y sin embargo
ahora sonrío sin motivos
velo tu sueño con celo de poeta
te hago el café como si te bebiera
y asumo que me importas sin reservas.

Soy el mismo monstruo
te lo advierto
aunque quiera quedarme eternamente en tu tejado
y espantar con rugidos
 las penas que te siguen
 como una segunda sombra empecinada.

El mismo monstruo
pero enamorado.

Casi nada has cambiado
amor.

Solo a mí.

Y para siempre.

Exilio temporal



Toque lo que toque
te estoy tocando
si separo las páginas de un libro
abro tus piernas
ya no puedo meter con inocencia
la llave en su ranura
y el eco de tus besos
me asalta en el primer descuido
mientras te acarcio en todas partes.

No te cuento a qué sabe mi saliva
pero mi dedo sabe
y me ofrezco voluntario
para que rayes los cristales de mis gafas
con  el diamante primoridal de tus pezones.

Este exilio temporal de lo más hondo
duele más que una herida permanente
tal vez porque en lo más hondo de ti
está mi barrio y mi aeropuerto
el lugar en el que nacen mis novelas
el centro de la tierra que descubro
el secreto de todas las mareas. 

Ahora que lo pienso
tengo los mismos síntomas
que cuando vivía 
más  tiempo dentro que fuera 
acaso sigo dentro
acaso siempre me sientas dentro
y este exilio temporal tenga por fin
enseñarme que este hambre de ti
va para largo
viene de lejos
y va hacia arriba
siempre hacia arriba.

Ya
falta
un 
día
menos.

Amor y catarros

Hoy prometí no escribirte ningún poema
para que la costumbre no esconda a la sorpresa,
vuelvas a revisar tu móvil con intriga
y te sientas otra vez, la cazadora y  la presa.

Hoy es domingo y tuve fiebre y algún miedo,
y el gato sin ganas de jugar y el café me sabía a calendario.
Hoy me dije que no debía decirte tanto y convertir la interrogación
en un anzuelo para pescarte el corazón y masticarlo.

Hoy me desperté prudente, timorato, conciente de mis años,
memorioso de mis  viejos fracasos programados.
Hoy fui un hombre normal durante un rato,
un fiable comprador de algo que nunca había necesitado.

Hoy, durante un par de horas, me di asco.

Pero luego recordé que te traías esta tarde,
con los ojos llenos de preguntas cuyas respuestas sabes,
con esa temerosa decisión irrevocable
que me borra cicatrices y me escribe lo importante.

Y me dije que te traes por razones
que no alcanzo a entender pero merezco,
que toda fiebre que no sea de ti es pasajera,
y no me corresponde ser normal, solo ser cierto.

En fin, es lo que tienen el amor y los catarros:
unos te hacen sentir al borde de la muerte,
el otro buscar el filo de la vida y afilarlo.

Ah, y el poema que no debía escribirte es éste.
Mira en tu móvil,
acabo de enviarlo.

lunes, 12 de diciembre de 2011

Cumpleganas

Cumpleganas

imposible rodearte/ encerrarte en una jaula de cariño de canarios.
Y mira que lo he intentado sin querer.
Contigo /con la vida/ con la muerte tan pequeña
solo vale abrir la puerta y salir a jugarse el alma o lo que sea.

Ganar o perder no es cuestión de goles o de besos
sino de atrapar la eternidad en una mano
y gozar mientras se escapa entre los dedos.

Todo el tiempo que tengo es el que tuve
el que venga que venga bienvenido
y si viene contigo
le improvisaremos una fiesta de cumpleganas
con vino y canciones eufóricamente tristes
con un coctel de sudores y miedos granizados
con errores tal vez.

Pero sin alpiste
amor.
Sin alpiste.

miércoles, 7 de diciembre de 2011

Puente

Voy a salir de la cama, para buscar los retazos de mí
que anoche dejé caer en la escalera.
Me toca una vez más pelearme con el gato
para que haga sus cosas en el lugar correcto,
como si yo lo hiciera.
Terminar de escribir esa novela juvenil
porque quiero y no porque tengo que venderla.
Y aprender a extrañarte si no estás,
de un modo que no te salpique ni me duela.

Demasiadas tareas para un puente de diciembre
que si pienso en ti me huele a primavera,
y para un viejo novato que nunca supo ser feliz sin redes
y creía conocer cada respuesta.
Me has cambiado todas las preguntas
y no hay "chuleta" que resuma tus caderas.

Eso es lo bueno de este dulce desconcierto:
sé que te traes, pero será siempre una sorpresa.
Contigo hasta una pena es una fiesta.
Gracias por eso y por todo lo que venga.

Me pongo en marcha,
debo ocupar las manos y la mente hasta que vuelvas.
Después,
estarán muy atareadas en decir a tu piel
lo que nunca podré decirte en un poema.

En El Periódico de Catalunya

martes, 6 de diciembre de 2011

Dos latidos

Dos latidos

Hoy soy feliz aunque no sé si lo merezco
prefiero no indagar sobre mis méritos
(tu anillo me recuerda que vuelves esta noche
otra fecha sin fecha que celebro).

No consigo imponer a mis poemas
la angustia que los vuelva respetables.
Se indignan mis escasos seguidores.
y he sabido que planean secuestrarte.

Los comprendo, aunque ellos no comprenden:
añoran al viejo cascarrabias
que iba por la poesía pegando cabezazos
y echaba a dios de un bar por insolvente.

¿Olvidan que la pena siempre vuelve?

¿Ignoran que la muerte no descansa?

No se si ahora soy sabio o inocente,
mi peonza gira con más fuerza que antes
y cuando la pena vuelva
acaso no me encuentre,
y la muerte tendrá primero
que alcanzarme.

He comprendido que la felicidad
dura apenas dos latidos
pero entre ambos cabe
la palabra siempre.

domingo, 4 de diciembre de 2011

15 de diciembre: confieso que he bebido

El ring

El ring

Este combate de la vida ya solo puedo ganarlo por nocaut. 
No me fió de los jueces ni del arbitro con pajarita al cuello.
Nunca supe llevar la cuenta de los puntos a favor o en contra
porque dependen del lado del guante en que te sientas.

A veces me tambaleo y me pesan las  piernas.
¿Cuantos rounds llevo  ya en esta pelea?
¿Los cuento en años, es sueños con tacto de toalla,
o en los escasos ganchos de izquierda que he podido conectar?

La lona me llama, como una promesa de descanso
y empiezo a estar tan harto de que me salve la campana...
El publico quiere condecorar con mi sangre sus solapas
y alguien prepara los dedos para contarme hasta diez.

No apaguen las luces todavía.
No he caído del todo.
Y si crees que me tienes 
muerte
contra las cuerdas 
tal vez te lleves mi mejor golpe por sorpresa.


Aunque la vida sea un ring sin flores en las esquinas
yo sigo aquí, lejos de mi rincón,
peleando con mi sombra,
a ver cual de los dos
cae primero.

Trailer de El torturador arrepentido

http://www.youtube.com/watch?v=rBgS-S_n7cQ&feature=youtube_gdata_player

miércoles, 2 de noviembre de 2011

martes, 1 de noviembre de 2011

Un jamón como homenaje a Raymond Chandler

Carlos Salem vuelve al humor y la sangre en su nueva novela

PAULA CORROTO MADRID 01/11/2011 11:25 Actualizado: 01/11/2011 11:25

El escritor Carlos Salem (Buenos Aires, 1959) nunca olvida su pañuelo negro anudado a la cabeza. Ni esas camisetas oscuras que le dan un aire de pirata del siglo XXI. Ni su acentoargeñol, mezcla entre su argentino materno y el castellano aprendido tras más de veinte años en España. Salem evoca al héroe bueno y al crápula que conoce bien los ambientes menos selectos de la noche. Un calco de su último personaje, Nicolás Sotanovski, antihéroe de su novela Un jamón calibre 45 (RBA). "Sí, es mi novela más autobiográfica. Lo que ocurre en la novela me ha pasado más de una vez y no hace mucho", sostiene.
Y lo que sucede bebe también de la esencia literaria que el escritor ya ha plasmado en obras como Matar y guardar la ropa, Camino de ida y Pero sigo siendo el rey: varios muertos, mujeres atormentadas "que gozan de esa lucidez momentánea que nos está vedada a los hombres", mucho sexo, una investigación algo rocambolesca por el barrio madrileño de Lavapiés y Marruecos, y un hombre con tintes chandlerianos dispuesto a conocer la verdad, aunque le digan una y otra vez que "la verdad es un coño". Esta vez, además, Salem se desnuda ante la voz de la primera persona.
"La novela negraya es un protogénero que lo invade todo"
"Yo creo que vamos incorporando lo que nos ocurre a la literatura. Por otro lado, en muchas escuelas se enseña que la tercera persona es la mejor, pero yo creo que es la primera. La tercera es la más mentirosa, puesto que es Dios, y Dios no existe", afirma el escritor.
Salem habla como escribe: frases lapidarias, ritmo frenético. "Si te subes en la novela, te subes. Ese es el juego con el lector", recalca. Siempre, eso sí, con humor a borbotones. En sus novelas hay asesinatos y sangre, pero están aderezados con situaciones tan delirantes y patéticas que el lector no puede evitar la sonrisa. "Algún día escribiré la novela de una asesino despiadado, pero el problema es que suelo tratar a personajes con mejor vida que yo. Y el humor es inherente a la vida. Yo nunca lo busco cuando escribo, sale solo. Por otro lado, todos somos bastante patéticos y del patetismo al humor hay un paso muy corto".

Una historia existencial

Dos décadas después de bregar en múltiples trabajos (era la persona que contestaba las cartas del consultorio de una conocida revista femenina), Salem se ha hecho un hueco entre la nueva hornada de escritores de novela negra en español. Sus libros han sido editados en Francia, donde ha conseguido premios como el París Noir en 2010 y capitanea en Madrid el club Diablos azules, refugio de poetas y autores de policiaca. "No creo que se trate de una nueva generación, sino de una nueva camada de gente que está entrando en el género para contar historias. Y eso permite que sea un tipo de novela, no con pretensiones, sino con acción literaria", objeta.
"Sin perder su parte social, el género policiaco ahora es más de personajes" 
Un jamón calibre 45 se acerca mucho a esa novela negra cuyo estereotipos chorrean por los márgenes del género. Parece una novela existencial: el protagonista Sotanovski siente nostalgia de Argentina. "Sin perder su componente social, la novela negra está reforzando su papel de novela de personajes. De Marlowe apenas sabemos nada, pero ahora sí hay una mayor profundidad en los detectives. La novela negra se ha convertido en un protogénero. Lo invade todo", ataja.
Y de ahí, sostiene, puede retratarse con mayor facilidad la rabia e indignación que atenaza a la sociedad. "En mi próxima novela quiero que salga la crispación. Creo que estamos en un fin de ciclo. Nos hemos dado cuenta de que el capitalismo ha muerto de éxito y el socialismo, de burocracia. ¿Y ahora qué coño hay? Ahora vendrá lo salvaje", asegura este escritor que no confía en los participios y prefiere quedarse con el gerundio yendo.

martes, 25 de octubre de 2011

Alma de cometa






Según los astrólogos
está escrito en el cosmos
que me vas a romper el corazón.
Lo ven con implacable claridad
cuando estudian sus mapas.

Pero los astrólogos ignoran
que una estrella fugaz solo es fugaz
para el que la ve como un destello
sin saber cuantas galaxias
ha devorado en su vuelo.

Ellos conocen de estrellas detenidas
no de muchachas
con alma de cometa
y una supernova entre las piernas.

Ellos miran el futuro en sus mapas
pero jamás miran al cielo
y por lo tanto
no pueden saber cómo brillas al arder
arañando telescopios con los dedos.

Los astrólogos ven
con oficinesca precisión
que te voy a romper el corazón

pero
¿te has fijado en un detalle
amor?
Todos ellos llevan gafas
y cuando tú sonríes
plena
los astrólogos del mundo
se asustan
                 y parpadean.

lunes, 24 de octubre de 2011

Un gato contigo


Quiero tener un gato 
contigo 
que crezca viéndonos volar follando 
y crea que las personas vuelan 
si se abrazan.


Quiero tener un gato 
contigo 
que se restriegue en tu mano 
cuando llegues 
mientras yo me restriego con tu cuerpo 
despertando tus entradas .


Quiero tener un gato 
contigo 
que  aprenda a lamer su plato
como yo te lamo sin descanso.
y que piense
(quiero tener contigo un gato 
capaz de pensar )
que tus orgasmos son fiestas
y mis embestidas juegos
que sonría como ellos sonríen 
cuando  nos espía 
que  pueda leer a la luz de las velas   
que encendemos
para vernos sin los ojos 
que imite tu estirarte satisfecha 
o se retuerza como te retuerces 
cuando mas que gata eres pantera. 


Quiero tener un gato 
contigo  
que se cuele en la cama
para ver películas 
y se deje acariciar dormido 
que ronronee cuando ronroneamos 
y sepa escapar a tiempo del colchón
para que el deseo que nos tiene por mascotas 
no lo aplaste.


Quiero tener contigo un gato
que arañe los  relojes
y se salte los  miedos 
que venga con nosotros 
por las noches 
a sonrojar la luna 
mientras nos amamos 
desnudos como gatos 
erizando los tejados.

domingo, 23 de octubre de 2011

‘El torturador arrepentido’ de Carlos Salem


@pabloalvarezmendivilAutopsia social

por Laura Muñoz (texto) /Fotografía de Pablo Álvarez Mendivil.

El torturador arrepentido de Carlos Salem. Editorial Talentura, 2011. 136 pp., 13 euros.

El torturador arrepentido es una de las últimas publicaciones de Carlos Salem, su primera obra de teatro que ha sido representada en la Sala de Cincòmonos Espai d’Art de Barcelona por la compañía Brétema Teatro.
Tras su lectura entra una necesidad frenética de contar a todo el mundo lo que pasó, lo que ocurre ahora en una sociedad que empieza a oler fatal.
Julio y Jorge Luis.
El adolescente y el adulto.
1979 y 2000.
Argentina y España.
Dos almas en un solo cuerpo y muchas preguntas: ¿Tiene un torturador sentimientos? ¿Se arrepiente? ¿Puede amar a alguien? ¿Extraña a alguien?
En medio de este lío, Carlos Salem desatando nudos.
A través de la rabia de lo vivido y un encabronamiento importante, Salem nos acerca a las experiencias de la lucha contra el sistema establecido de una Argentina corrupta e infecta que, ahora, podríamos ubicar en casi cualquier sitio del planeta.
El protagonista, la goma-2 al mezclar Julio-Jorge Luis, llena la estancia de dolor mientras el olor a podrido, ante un posible engaño, atora el resto de sentidos; la traición pide paso a cada rato y el planteamiento de si debe olvidar o dar paso a la venganza sobrevuela el ambiente en cada una de las bajadas de telón.
Julio permanece en una celda a la espera de un sonido: la puerta que se abre y da paso a Lobo Morales que, probablemente, le torturará; la vibración de la picana que se acerca; golpes  que le avisen que al otro lado de la pared sigue habiendo vida.
Siempre esperando.
Una tela tapa su cabeza, no le deja ver. Sonidos, sólo eso. Intensos, sentidos y culpables del crecimiento de su rabia interna, de la furia contenida de vivir conteniendo las ganas de pelea. Una cama es el mobiliario, tres golpes su esperanza. Al otro lado de la pared, el amor de su vida.  En su orilla, la incertidumbre del maltrato al que puede estar siendo sometida la que cree LA mujer. Primer brote de venganza.
Julio crece y es Jorge Luis.
El adolescente se olvida de sí mismo y se convierte en otra persona en busca de justicia pero, ¿será capaz de convertirse en el torturador que le hizo mutar de una persona a otra para darle al castigador lo suyo? ¿Podrá obligarse a matar el impulso de venganza y empezar de cero una vida feliz que merece?
Carlos Salem, a través de los actos que componen esta obra teatral, nos conduce en el tiempo y el espacio para desnudar la hipocresía de una sociedad que, aún disfrazada, convive con nosotros. Una obra con un sistema inmune propio y completo: impunidad, memoria, justicia, añoranza, culpa.
Sin duda, El torturador arrepentido es la autopsia dramática del monstruo social creado por el mecanismo individual que estábamos esperando leer.

UN JAMON CALIBRE 45, en El Mundo


FESTIVAL | Getafe Negro

'¿Poemas policiacos? ¿Por qué no?'


Carlos Salem, argentino y de Madrid, el escritor de policiacos extraterrestres con pañuelo de filibustero años 80. Su trayectoria en alza, que parte desde la publicación independiente en 2007, se materializa en que su última novela: 'Un jamón calibre 45'. Nos llega editada por el sello poderoso de RBA, colección Serie Negra. Es decir, Salem está junto a Ross McDonald y González Ledesma, con Harlan Coben y Lehane. Humildemente, Salem saborea éste y otros éxitos recientes desde su lado de sus gafas y del humo de sus cigarrillos. Va a editar también un par de novelas en Francia. Ha estado paseando su voz rasposa por un par de mesas redondas en Getafe Negro, el festival de novela policiaca. La compañía catalana Brétema Teatro va a llevar a escena su obra 'El torturador arrepentido'. Carlos Salem está bastante animado.
"Getafe se está consolidando en un momento muy difícil. Cada año se nota más. Es ya el cuarto". ¿No hay un cierto aire de compadreo entre los autores hispanos de género? Asiente Salem: "El ambiente de novela negra es más solidario que otros. Los poetas, en general, son más cabrones que los novelistas. Yo he sido muy ayudado. David Torres o Juan Madrid han sido un apoyo muy importante en mi carrera. De hecho, cuando leí 'El gran silencio', de Torres, pensé: ¡Esto es lo que quiero hacer, pero a mi manera!".
"La novela negra es un género abierto. Ahora es un protogénero. A los autores les seduce" opina el Salem "porque exponen una situación límite, y además tiene toque comercial. 7 de cada 10 series de la tele son de investigaciones policiacas. La base de la novela es que alguien investiga algo de lo que a nadie importa. Un pequeño código ético. Mis novelas hablan todas de la amistad, con una persona normal en una situación extraña”. Hizo hincapié el escritor en la importancia esencial del humor, del sexo y del delirio en novelas suyas como 'Camino de ida', 'Pero sigo siendo el rey' o 'Cracovia sin ti'. "Me gustaría ser un Eduardo Mendoza del género negro. Me encanta el cachondeo de sus novelas", comenta Salem, que se ríe pero no mucho, ya está pensando en lo próximo que va a decir.
¿Y César Aira? "No. Cuando yo saco marcianos, es por un motivo, no como él. Además, una vez le oí meterse con Julio Cortázar, y si te metes con Cortázar es como si te metes con un primo mío. Aunque reconozco que Aira tiene varias novelas muy buenas. Osvaldo Soriano o Paco Ignacio Taibo sí me han influido. Sus novelas sí me producen ese estremecimiento que busco cuando leo".

Poesía y 'noir'

Como Benjamín Prado o John Banville, autores de esta edición del festival madrileño , Salem tiene una dimensión lírica y otra policiaca. Así, Salem tiene tres poemarios de bares gamberros y cerveza, 'Si dios me pide un bloody mary', 'Orgía de andar por casa' o 'Memorias circulares del hombre-peonza'. "Escribiendo novelas piensas que te desnudas menos, pero no es así. Quizá el ser poeta te condicione para escribir novela, pero no lo veo como algo diferente". ¿Poemas policiacos? "¿Por qué no? No es la primera vez que lo oigo".
¿Larsson? "Una ensalada sueca un poco aliñada". Por cierto, ahora que viene de hablar en Getafe, ¿no se habla siempre de Hammett o de Chandler, no son las grandes referencias constantes? "Sí, pero si me hablas de cubismo también saldrán los mismos de siempre, ¿no?". ¿Tu última novela, 'Un jamón calibre 45'? "Quería escribir una novela sobre Madrid en verano. En cada novela mía doy una visión de Madrid, por varias circunstancias, yo me he pasado muchos veranos aquí. Es un momento muy loco del año, en esta ciudad". Salem, ex periodista y noctámbulo de Lavapiés y Malasaña, ha recitado versos en el Club Bukowski y ahora en Diablos Azules, y posiblemente también por las callejas, por la noche, al que pasara por allí o a unos palomos posados en un alféizar.
Se va asomando Salem, el hombre del pañuelo, al panorama internacional y a las grandes firmas. Su caso tiene esa épica singular de escritor, que es la de andar por casa. Concluimos con unas palabras de Salem que mucho resumen: "Al principio no encontraba mi voz, pero me fueron animando. Poco a poco lo fui consiguiendo. Y me organicé las superviviencia".

viernes, 9 de septiembre de 2011

Pero sigo siendo el rey comienza su andadura en francés

http://action-suspense.over-blog.com/article-carlos-salem-je-reste-roi-d-espagne-actes-noirs-83765540.html

Carlos Salem : Je reste roi d'Espagne (Actes Noirs)
 
Après “Aller simple” et “Nager sans se mouiller”, ses deux précédents romans disponibles chez Babel Noir, voici le troisième titre de Carlos Salem “Je reste roi d’Espagne” (Actes Noirs).
À Madrid, José Maria Arregui est un ancien policier âgé de 44 ans. Plusieurs fois, il a été décoré pour avoir mis sa vie en danger dans l’exercice de ses fonctions. Il a même sauvé le roi Juan Carlos, aux prises avec des malfaiteurs. Ce jour-là, il a aussi perdu la femme qu’il aimait, Claudia. Surnommé Txema, Arregui a quitté la police pour créer une agence de détective avec un associé, Máximo Legrand. Il dispose de nombreuses relations, voire de conseillers occultes. Tel Nemo, un ado spécialiste des réseaux informatiques, dont la mère est fort séduisante. Côté cœur, Txema entretient une relation virtuelle via Internet avec la belle Olivia. S’il se réfugie parfois dans des cabines de sex-shops, c’est pour y trouver la concentration nécessaire afin de réfléchir, de résoudre certaines affaires. Une de ses méthodes consiste à cogner sévèrement un fautif, en guise de leçon, avant de lui pardonner et de venir en aide à celui-ci, qui commettait une erreur.
Des clients comme Iñaki Zuruaga, Txema ne les apprécie pas du tout. Promoteur immobilier, il veut contraindre le détective à collaborer. Txema ne cache pas avoir la trouille de son homme de main, Terreur. Mais il ne capitulera pas si vite. Zuruaga devient une obsession pour Txema, car il pense l’avoir connu jadis, sous un autre nom peut-être. Le détective est sûr que Zuruaga n’est pas le chef, qu’il agit pour les intérêts d’un supérieur — aussi fantomatique soit-il. Txema finira par découvrir que celui-ci, très puissant, est appelé “le Chasseur”.
Le ministre de l’Intérieur contacte Txema, se montrant plutôt insistant. Les deux hommes se respectent, ayant des souvenirs en commun. Le ministre a une mission urgente à lui confier. Le roi Juan Carlos a disparu volontairement, laissant un message sans signification évidente. Les fêtes de Noël approchant, il faut absolument le retrouver avant. Fatigué, Txema préfère prendre quelques jours de vacances. Voyageant sans but précis, c’est au bord de la mer, à Estoril (Portugal), que le détective déniche le roi. Repérant un faux marin suspect, Txema s’aperçoit vite qu’ils sont pistés par les hommes de Zuruaga, dont le redoutable Terreur. Grimé, le duo arrive à Lisbonne. Le plus sage serait d’aller à l’ambassade d’Espagne. S’ils sont si aisément suivis, c’est à cause du ou des GPS placé(s) dans leur véhicule. Trouver l’appareil, ruser pour échapper à ceux qui les pourchassent, ça ne suffit pas. Txema appelle le ministre, mais le rendez-vous prévu pour mettre le roi en sécurité s’avère un piège monté par Zuruaga.
Grâce à leur rencontre avec Sosiris, un devin qui ne devine que le passé de ses clients, Txema et le roi vont poursuivre leur route, non sans troubles. Ils finissent par trouver la rivière qui leur donne le chemin de Madrid. Parvenus dans la capitale espagnole, la mission de Txema vis-à-vis du roi ne s’arrête pas là : “Il doit le protéger mais pas pour ce qu’il représente ni pour ce qu’ils ont partagé, simplement parce qu’il est son client et lui un détective.” Vrai, sans doute, pourtant ils vont tous deux vivre encore bien des tribulations avant que Juan Carlos ne soit à l’abri. Alors, la vengeance de Txema contre Zuruaga pourra s’accomplir…
 
Ce troisième roman de Carlos Salem est encore une belle réussite (ce résumé ne donnant qu’un faible aperçu de la fantaisie exprimée ici). Si ses histoires sont si délicieuses à lire, c’est clairement parce que cet auteur aime jouer. Avec sa propre imagination, d’abord. Quoi de plus excitant que d’alimenter les multiples péripéties en utilisant toutes bonnes les idées, y compris les plus farfelues, qu’elles soient délirantes ou mélancoliques, drôles ou plus graves. Le résultat de ce jeu, c’est une road-story débridée, une pétarade de rebondissements et de trouvailles sympathiques. Ce qui ne doit d’ailleurs pas masquer “l’écriture” de Carlos Salem, vive et précise, souvent inspirée.
Il s’amuse également avec des références polardeuses. Par exemple, le chat du devin se nomme Marlowe, et on nous glisse un hommage à Montalbano. Plus fort encore, l’écrivain hispano-mexicain Paco Ignacio Taibo apparaît dans son propre rôle, secondaire mais bien présent. À Madrid, le détective et le roi vont avoir besoin de l’aide de l’Argentin débrouillard Raúl Soldati et de son associé Octavio Rincón, qui furent les héros de “Aller simple”. Tout est jeu chez cet auteur, on le vérifie à chaque scène. Et c’est probablement cet enthousiasme ludique partagé avec ses lecteurs, qui fait qu’on adhère totalement aux romans de ce diable de Salem.

miércoles, 17 de agosto de 2011

Diario de una gripe de verano: PUNTO DE FISIÓN

Una vez escribí que un catarro en agosto es algo así como una muestra gratis de la agonía.
Estaba en lo cierto.
La tele se repite, aunque esquive con habilidad los telediarios. Este fin de semana decidí levantarme y dejar que el sol me viera. Para que no me eche de menos. Caminé por mi nuevo barrio hasta tropezar con pequeño parque enrejado, media manzana de verde acorralada por edificios de Chamberí.
Y leí, leí durante horas.
Recorrí las ruinas todavía tibias de Chernobyl, y paseé por un Madrid amenazado por una banda de terroristas chulapos que se cubrían los rostros con caretas de Lenin. Sentí cierta empatía con un editor hipocondriaco que descubría -tarde- que un hombre empieza a morir por la polla, y con un cínico madero de vocación sonetista. Y deseé-odié-añoré a una muchacha que se tatuaba los amores perdidos en forma de versos en lenguas tan diferentes como las lenguas añoradas.
Y supe que la única justificación para dedicarte a escribir novelas es que te caiga un rayo en la cabeza
Y me sentí bien.
Y me reí de la agonía y sus muestras gratis.
Y cerré el libro, PUNTO DE FISIÓN, de David Torres.
Y recuperé las ganas de escribir que creía perdidas.
Como aquella vez, en 2004, cuando leí otra novela de Torres, El gran silencio, la misma semana en que yo había decidido dejar este rollo de la literatura porque nadie me publicaría jamás.
La misma semana en que empecé a escribir una novela que terminaría y publicaría y sería traducida a varios idiomas.
Me lié un cigarrillo (esta vez sin maquinita), y me quedó de puta madre.
Y fumando me fui del miniparque antes de que cerraran las rejas.
Y aunque al volver a casa me sentí un poco débil y tuve alucinaciones en las que hordas de jóvenes sosos invadían la ciudad con canciones bobas para adorar a un viejo vestido de blanco, me sentí mucho mejor.
No sé si ya tienes seleccionados tus libros para lo que resta de verano, ni hasta que punto te pueden influenciar las listas de los más vendidos, pero con o sin gripe de verano, te recomiendo Punto de Fisión si quieres vacunar tu estío contra el hastío de las novelas pre-cocinadas.
Punto de fisión. Recuérdalo. Puedes confiar en mi palabra.
Cuando tienes una gripe de verano,no te quedan fuerzas para mentir.
Ayer empecé a escribir mi nueva novela.
Me gusta y creo que a ti también te gustará.
Porque, una vez más,gracias al cabrón de Torres,recordé lo que es un buen libro y tal vez pueda escribirlos,además de leerlos.

viernes, 12 de agosto de 2011

Una bicicleta roja

Una bicicleta roja


Odiaba ese barrio. Odiaba ser pobre. Odiaba al Viejo y, sobre todo, me odiaba a mí. También odiaba las bicicletas. Las de los demás y la mía. La mía más que ninguna.

La casa era de madera y ellos no hacían más que decir que pronto saldríamos de ahí. Todos trabajaban para salir de ahí. Mamá, El Abuelo, el Viejo, no paraban de trabajar para salir de ahí. A mí me importaba un carajo porque estaba AHÍ, mi futuro no iba más allá de la semana siguiente, y a la semana siguiente seguiría AHÍ. Y para ellos tenernos ahí era una culpa que se apresuraban en pagar. Yo extrañaba mi brazo de río, la cantera, el bosque de árboles cortados y la soledad en la que podía leer o inventar cosas. En la casa nueva, la casa pobre, no había lugar para los libros y estaban empaquetados en cajas, esperando que nos fuéramos de ahí. Pero lo que más extrañaba de la Colonia era el río helado y transparente que me hacía pensar que no me importaría morir en esas aguas.

Las bicis eran lo que marcaba diferencias. Estaban de moda las que tenían ruedas pequeñas y trepaban las cuestas con rapidez. Eran de colores y si no tenías una propia, es que todavía eras un nene. Yo vencí el orgullo que siempre me volvía mudo frente al Viejo, y un día, a la hora de comer, dije que me gustaría TANTO tener una bicicleta. El Viejo empezó un discurso en el que todos teníamos que colaborar para salir de ese barrio, que había que sacrificarse y que, al fin y al cabo, él me llevaba al colegio y para qué necesitaba una bicicleta. Mamá le hizo un gesto y calló en mitad de una frase.
Yo no volví a pedir una bicicleta.

El Abuelo tenía una furgoneta Citroen que nunca arrancaba. Había que empujarla. La dejaba fuera, cerca de una pendiente, y cuando tenía que salir con Mamá a vender las enormes bolsas de caramelos que cargaba en la furgoneta, yo y otros chicos del barrio lo empujábamos hasta que el motor tosía y se ponía en marcha. Luego iban a hacer su recorrido y no paraban el motor hasta que no volvían a casa.
Cuando todos se iban y yo había vuelto del colegio, me quedaba solo en la casa, porque mi hermanita no contaba más que el perro. Le ponías la tele o se quedaba con alguna vecina y te olvidabas de ella. Toda la casa para mí. Eso era lo peor. Era como si yo me mereciera esa casa revestida por dentro con un cartón marrón hecho con pulpa de madera, el mismo que había visto en las casas pobres de algunos clientes del Viejo. Casas llenas de gente con la siesta pintada en los ojos y que en cada palabra parecían decir que no había forma de salir de ahí.
Pero lo peor era el baño. Estaba afuera, al fondo, detrás de la casa. Era un cuartito de tablones de madera, por el que se colaba la luz desde todos los ángulos cuando era de día, y el acecho de la noche amenazaba voces desde la oscuridad. Nunca ibas al baño de noche, porque se oían las voces de los borrachos, las peleas y a veces sonaban tiros.

El Viejo tramaba algo. Lo sabía, porque hacía comentarios destinados a despertar mi curiosidad. Y yo fingía entrar en el juego para darle el gusto. Entonces él se cerraba y pretendía que yo insistiera para que me revelara el secreto. Yo no insistía. Hasta que una tarde me lo dijo. Para mi cumpleaños me regalaría una bicicleta. Salté de alegría y en ese mismo momento la imaginé: moderna, con ruedas pequeñas, roja. No sé porqué la imaginé roja. Tendría detrás una parrilla para llevar paquetes y con esa bicicleta roja yo recorrería el mundo. Él me dijo que no quería hablar más del tema y que dependía de que me portase bien hasta mi cumpleaños.
Yo no entendía nada. Porque me portara bien o me portara mal, él no se enteraba.

En el tiempo que habíamos pasado en la Colonia, algo había cambiado en el país y no lo vimos, como si la realidad también estuviera esperando a que construyeran el puente para cruzar hasta allí. La gente hablaba de política casi sin miedo, en la radio nombraban a Perón, y el Presidente seguía llevando uniforme, pero ya no tenía bigote, era calvo y parecía menos enojado con nosotros.
Yo me había olvidado de Batman, porque El Abuelo me había hablado del Che Guevara y me había prestado unos libros, y pensé que el Che, que tenía asma y peleaba, era mejor que Batman, y por lo menos, daba la cara.

Con la promesa de la bicicleta, dejé de pensar en la muerte. Una bicicleta roja es un buen motivo para seguir viviendo. Y ganarle carreras al agrandado de enfrente, cuyo viejo había construido la mejor casa del barrio y cambiaba de coche cada tanto y nos miraba como desde lo alto cuando empujábamos la furgoneta de El Abuelo, cargada de caramelos. Una bici roja para derrotar al viento y salir de ese barrio y ganarle a la muerte la carrera. Empecé a imaginarme la bici cuando iba al baño de madera, viajaba hasta el fin del mundo sentado en ese cajón de madera que tenía un agujero y daba a un pozo presentido y horrible. Me llevaba un libro para disimular, pero en realidad, en ese baño de madera, yo preparaba mi fuga en una bicicleta roja y el libro quedaba al costado, sobre los tablones de madera.
Nadie es del todo pobre si tiene una bicicleta roja.

No me enteraba de lo que pasaba en casa. No me importaba mucho, tampoco. Sólo que los días cayeran rápido para traerme mi bicicleta. Cuando veía a los otros chicos pasar con las suyas, decidía que yo no iría en grupo, yo iría sólo, mi bicicleta roja y yo, dos lobos sin manada. Detecté alguna conversación entre ellos, y por algún motivo supuse que tenía que ver con mi bicicleta. Todo tenía que ver con mi bicicleta roja. El Viejo decía que eso era cosa de él, que lo dejaran, carajo, que al fin y al cabo, yo era su hijo.
Intenté sonsacar a El Abuelo, pero sólo me dijo que si mi padre me había prometido una bici, la tendría. Y me tranquilicé, porque El Abuelo era de fiar. Pero la sola idea de quedarme sin bicicleta me asustaba más que las voces de la noche, y empecé a ocuparme de las tareas que antes eran obligadas por el Viejo. Le lavaba el jeep, acomodaba su almacén, barría, lo que fuera. Y el tiempo pasaba lentamente, demasiado. El tiempo, pensé, no tiene una bicicleta roja y por eso es tan lento.

Me despertó temprano y era el día.
Mi cumpleaños.
Jugó un poco a que no pasaba nada especial y luego, con cara de risa, me mandó a buscar algo al patio. Yo sabía lo había en el patio. Mi bicicleta roja. Acaso estuviera envuelta en un paquete de regalo, con cintas. O en una caja, plegada todavía. Así las había visto en los comercios cuando entraba, cuatro o cinco veces por semana para espiar las bicicletas rojas que podían ser la mía. Tenían tacos cuadrados en las ruedas y colgaban de hierros gruesos, como murciélagos dormidos.
En el patio encontré una bicicleta negra, enorme y usada. Era como las que usaban los albañiles que pedaleaban sin ganas hacia el trabajo, que volvían vencidos por la tarde.
Peor aún: era una bicicleta de mujer, una bicicleta de albañila.

Dejé de sacar libros de las cajas porque habían quedado debajo de las de la mercancía del Viejo y no podía saber dónde estaban mis libros y dónde la vajilla y el resto de los muebles de una fuga que no llegaba. Cuando quería leer, me hacía con algún libro de ellos o de El Abuelo. Daba igual, porque leer era sólo una manera de no pensar en la bicicleta roja que tendría, o en la bicicleta negra que tuve.

Esa noche discutieron, en la cama. Pude oír todo. Siempre oías TODO en esa casa de juguete. Lo que decían y lo que hacían. El Abuelo roncaba en el otro sofá del salón que en realidad era poco más que un pasillo, pero aún así pude oír que ella le decía por qué no había preguntado, por qué no había esperado a saber qué bicicleta quería yo, en lugar de comprar la primera que encontró barata.
Él le dijo que era una buena bicicleta, sólida y que me duraría toda la vida.
Eso fue lo que más me asustó.
Me vi de pronto, viejo, con treinta años o más, arrugado y montado en esa bicicleta de albañila. Él dijo que la había conseguido a buen precio, de un cliente que le debía dinero y nunca acababa de pagar la deuda, y ella le respondió que podíamos permitirnos una bicicleta como la que yo quería, que eran mis once años, y que a esa edad, una bicicleta era la vida.
Ella sabía. Nunca le pregunté por su propia bicicleta roja. Pero seguro que la tuvo. O que no la tuvo. Como yo.

El Viejo se empeñaba en convencerse de que la bicicleta de albañila me gustaba, y me lo preguntaba tres veces por día. Yo lo miraba a los ojos y pensaba que decirle la verdad no serviría de mucho.
Le decía que sí.
Que estaba muy contento.


El baño de madera se convirtió en mi refugio, pobre y lleno de hilachas de luz. Allí me encerraba por las tardes, con un libro de ellos que no leía pero servía para explicar el tiempo pasado entre esos tablones. Y trataba de convertir en mi cabeza la bicicleta negra en mi bicicleta roja.
Y pensaba en el agua helada del río.
Todo el tiempo pensaba en el agua helada, pero quedaba tan lejos que me sentía pobre hasta para comprarme la muerte adecuada.

Él me mandaba a buscar cosas con la bicicleta. Lo hacía con orgullo, sonreía, como si esa bicicleta nos uniera para siempre. Y yo iba, rogando que nadie me viera, porque esos encargos eran por la mañana temprano, cuando faltaba leche o azúcar y el único lugar abierto quedaba a cierta distancia. Cuando pedaleaba, forzando mis piernas para completar el recorrido eterno de esos pedales, a veces me mezclaba con la nube de albañiles que rodaban hacia sus obras. Todos tenían esa cara de carrera perdida que evitaba buscarme en los espejos. Eso era lo bueno del baño de madera: no tenía espejos. Bueno, había uno, redondo, pequeño y con un marco de plástico. Pero yo lo descolgaba de su clavo y lo ponía boca abajo sobre el suelo de madera y soñaba con mi bicicleta roja o con el agua helada del río.

El perro salió de la nada. Era negro, enorme, desgarbado. Como mi bicicleta. No se limitó a ladrar. Me perseguía, cada vez más cerca. Pedaleé con todas mis fuerzas, pensando que si fuera en mi bicicleta roja, jamás me alcanzaría. Y por un momento, pareció que tampoco me alcanzaría con la bicicleta de albañila. Yo me ponía de pié en los pedales, completaba el giro y volvía a empezar, y en cada movimiento pensaba que lo dejaría atrás. Estaba casi orgulloso de mi bicicleta negra, íbamos a ganar esa carrera, lo sabía. Sentí el tirón en el tobillo pero seguí dándole a los pedales un poco más, hasta que el peso del perro me hizo caer. El paquete de azúcar reventó contra el suelo de tierra y el perro era enorme, todo boca y dientes y mirada alucinada. Soltó el tobillo y avanzó, buscando mi entrepierna mientras lo pateaba con el pie herido. Una vieja gorda y despeinada apareció con una escoba casera, de palo grueso como un tronco, y empezó a pegarle en el lomo. Era una vieja con la cara roja y el pelo gris desordenado y la boca sin dientes. Pero si yo hubiera creído en dios, me habría parecido más bonita que la virgen.

Empecé a llevarme siempre el mismo libro. Aunque nunca lo leía más allá del resumen de la portada. Era una explicación confusa, el que la había escrito pretendía demostrar que sabía mucho, pero contaba poco de la historia. No recuerdo el título ni el nombre del autor, sólo que sonaba cercano. No era inglés o chino. El color del libro era fucsia, o rojo, o algo así. Y la portada poco atractiva. Era diferente a mis libros. Pero mis libros tampoco me atraían ya. Nada me atraía. Sentado en el cajón de madera sostenía el libro entre mis manos y pensaba en la muerte y en que no sólo podía encontrarla en las aguas heladas de un río inaccesible como mi bicicleta roja.

Todo fue revuelo. El perro estaba rabioso y en la ciudad no tenían la vacuna. Había que traerla por avión y tardaría varias horas. Me pusieron una antitetánica y me dieron dos pastillas de un antibiótico muy bueno, para prevenir infecciones. Tendido sobre la camilla, sólo veía las cosas de costado. El Viejo que me miraba de vez en cuando y sonreía sin confianza para darme confianza. La enfermera joven me trataba como a un bebé y decía que todo iría bien.
Y algo no iba bien.
Lo sabía. No era el susto ni la sombra del perro ni el recuerdo del río helado. Era que algo extraño me pasaba y no podía explicarlo. Tampoco podía hablar. Tenía la lengua dormida y me sentía más grande que mi cuerpo, a punto de explotar. El Viejo se acercó y me miró a los ojos y quise decirle con la mirada que me estaba muriendo, que sabía que me estaba muriendo y que era tan ridículo que me fuera a morir en la camilla de un hospital. Él me pasó la mano por la frente, sonrió con cariño y me dijo:
—Tranquilo, a la bicicleta no le pasó casi nada.

A veces abría el libro. Pero nunca leía. Era un libro de mayores. No porque dijera nada prohibido, hasta dónde yo sabía. Pero no traía ilustraciones ni parecía que te fueran a explicar la historia desde el había una vez. Eso no era malo, porque mis libros de siempre me aburrían. Sentía frente a ellos lo mismo que con mi bicicleta de albañila. Mis libros de chico ya no eran para mí, y si Mamá no hubiera estado tan ocupada trabajando para salir de ahí, se lo hubiera podido explicar. Sin libros estaba indefenso. Porque todas las historias que yo inventaba en ese tiempo, terminaban en la muerte. Y en niños que se perdían y nunca volvían a casa.

La enfermera me vio, entre una y otra broma que le gastaba el Viejo para pasar el rato. Me miró y dijo:
—Al gordito le pasa algo.
Yo odiaba que me llamaran gordito por culpa de mis mofletes llenos. Pero esa vez me encantó el adjetivo. Lloré de alegría porque llevaba horas, o eso me pareció, intentando no dormirme como ellos aconsejaban. Sabía que algo raro me pasaba por dentro, que tendría que ver con los antibióticos, y que si me dormía no volvería a despertar. Pero en el momento en que ella dijo que al gordito le pasa algo, yo pensaba que no era mala forma de morir, que era como el agua helada. Me pusieron una inyección, unas pastillas, y a la noche estaba en casa, una especie de héroe por haber sobrevivido por los pelos a una reacción alérgica provocada por esos antibióticos que me hubieran matado en pocos minutos más. Eran unas pastillas rojas, en un frasco de color marrón. El frasco quedó en casa, junto a otras medicinas.

La reparación de la bicicleta se fue postergando. El Viejo estaba ocupado y yo no insistía. Él me prometía que el domingo, pero el domingo también salía a vender y la bicicleta con la rueda torcida fue quedando oculta por nuevos envíos de mercancías. Yo iba por la casa disimulando la melancolía y pensado una historia. En esa historia, un chico se encerraba una tarde en un baño de madera y se tomaba un puñado de pastillas rojas y se moría. Al morir no iba al cielo ni al infierno, sino a una llanura interminable, sin casas pobres a la vista. Sólo un árbol enorme.
Y apoyada contra el árbol, lo esperaba una bicicleta roja.

Fue una tarde cualquiera. Creo que era primavera. Estaba decidido. Esperé el momento justo, la casa vacía, todos trabajando lejos para poder salir de ahí. Nadie me encontraría hasta la noche. Me fui al baño con una botella de cocacola llena de agua, el libro y el frasco de pastillas. Estaba atardeciendo, porque el sol se colaba oblicuo entre las tablas. Recuerdo que abrí el frasco y calculé la cantidad de pastillas y no tuve ninguna duda de que lo haría. Mamá no sufriría, porque le había dejado una carta y ella entendería. Dejé las pastillas sobre el libro, en el suelo, tomé un trago de agua, y miré por última vez el paisaje entre las tablas. Bajé la vista y vi que un hilo de luz que pasaba a través de un agujero minúsculo, proyectaba sobre el rincón la escena del exterior, pero cabeza abajo. Sabía lo que era. A mamá le encantaba la fotografía y soñaba con una buena cámara, pero eso sería cuando pudiéramos salir de ahí. Cuando pudieran.
Pensé que en mi carta tenía que haber repartido mis pertenencias, pero ya era tarde para rectificar. Además, aparte de los libros perdidos en cajas, sólo tenía la bicicleta negra. Y nadie se merecía que le dejara esa herencia. Ni siquiera mi hermanita.
Siete pastillas. Sobrarían. Al bajar a recogerlas, tuve una idea. Puse el libro contra el rincón en el que pegaba el rayo de luz invertido y pude ver la escena: el árbol raquítico del fondo, arbustos, una casa tan pobre como la nuestra. Quise ver más y reuní las pastillas en una mano, mientras con la otra abría el libro por el centro y lo apoyaba en la pared de madera, frente al rayo de luz. La escena se vio mejor, sobre las letras negras y la página blanca. Me despedí un rato de ese paisaje que nunca había sido mío, y con los dedos de la otra mano comprobé que tenía las siete pastillas. Una frase se despegó del paisaje, fue como si se pusiera encima de las imágenes invertidas. Decía algo de la Bella Remedios, que hacía suspirar a los hombres y marchitaba las flores con su belleza.
Sin mover el libro seguí leyendo esa historia que no sabía cómo empezaba ni cómo acabaría. No era una aventura de Sandokán o una astucia admirable del Príncipe Valiente. Los personajes eran pobres pero estaban llenos de magia: presos que hablaban con sus antepasados, patrones feroces que podían más que la muerte, campesinos sin zapatos. Y la Bella Remedios. Era tan hermosa que parecía de aire, pero tenía un cuerpo de pecado, decía el libro, y la describía. Los pechos de la Bella Remedios eran inolvidables, y los hombres que los mordían cantaban ópera entre la espesura de la selva o partían a pelear sin armas. Había un tren, creo. Y siempre me gustaron los trenes. Y saltando páginas con una mano, me encontraba cada tanto con la Bella Remedios, que supe, tenía solo cinco o seis años más que yo. La vi desnuda, bañándose con una esponja, desnuda y brillante.
Bebí un trago de agua y seguí leyendo.
Remedios era diferente para cada hombre que la miraba, pero ellos también cambiaban después de tocarla. El taciturno se volvía alegre, el sabio ignorante, el ciego veía por la punta de los dedos tras rozar sus pezones. Sus pezones. Salté más páginas y más, buscando partes de la Bella Remedios y la vaga sombra de la historia me atrapó. En algún momento se hizo real, no estaba en el baño pero la veía, desnuda, con esa mirada entre la inocencia y la estupidez, con los pezones en punta y el sexo brillando en la oscuridad. No recuerdo cuándo solté las pastillas, porque necesitaba esa mano por primera vez en mi vida y por nada del mundo iba a dejar el libro. Nunca antes me había masturbado, pero Remedios me ayudó. Y cuando todo terminó seguí leyendo hasta el anochecer. Al ponerme de pie para salir algo crujió bajo mi pie.
Supongo que era una pastilla.
Roja.
Como la bicicleta que nunca tuve.

Jamás supe qué libro era. Dejé que se perdiera para no recordar las pastillas. Lo mismo hice con la carta para mamá, que llevé entre mis libros del colegio algunos meses, para no olvidar. A Remedios jamás la olvidaría. Durante un tiempo, después, pensé que era un libro de García Márquez, pero ninguno de los que leí en estos años era la historia del baño de madera. Puede que ni siquiera se llamara Remedios y que la vergüenza de mi memoria la identificara con un personaje del Nobel para otorgar valor literario a mi suicidio fallido. La busqué también en otras novelas, otros autores. Per ninguna Remedios era mi Bella Remedios y a veces creo que todavía la sigo buscando.

El viejo propuso comprarme otra bicicleta, la que yo eligiera. Pero le dije que no. Que ya tenía una y que además, las bicicletas eran cosa de chicos. La negra se perdió en alguna mudanza o la regalé, con su rueda torcida, no lo recuerdo. Ese fin de semana acomodé el almacén del Viejo y cuando se dio cuenta de que había separado las cajas por proveedor y por mercancía, apilando a un lado las que contenían nuestras pertenencias, me abrazó y me dijo que sin que él se diera cuenta, yo me estaba haciendo un hombre.
No dije nada y seguí ordenando cajas.
A un lado estaban las de la familia, sueños empaquetados.
Al otro, las de mis libros. Quería revisarlos, descartar los más infantiles, escoger los imprescindibles.
Los que me llevaría conmigo cuando saliera de allí.