La mayoría de nuestro pasado se escribe en personas, en nombres que pasaron por nuestra vida dejando un rastro de minas o de flores (a veces dudo de si son lo mismo).
Quizás el amor y el odio sean igualmente lo mismo, quizás el recuerdo y el olvido también.
¿En qué se diferencian pasado y futuro si el último se escribe a partir de lo sucedido en lo primero?
A lo mejor todo es una misma manera de mirar pero con un horizonte distinto.
El tiempo tiembla y tambalea porque sabe que en el fondo sólo pone el camino, y que nosotros somos los que ponemos la historia.
Salem dice que “volver es el título de un tango y un verbo con trampa”, y tiene razón. Nunca se sabe si el que vuelve es el cobarde o el valiente, el hijo pródigo de una historia sin terminar o la pieza indispensable para que vuelva a funcionar el engranaje.
El amor dispara y la vida se improvisa, y esa es la premisa que rige el mundo. Las estaciones y el amor construyendo el camino, como ocurre en este libro.
Esta no es más que la historia de dos tarados (porque sólo los locos se enamoran hasta la médula) que deciden venir a sacarte de tu rutina de raciocinio y oficina, de trayectoria pactada.
Te das cuenta, sin embargo, de que a tu vida le hace falta una pizca de magia y vuelo, de locura y desenfreno, de Cracovia.
Pero bueno, eso es lo que ocurre cada vez que uno se sienta a hablar con Carlos, porque es lo que se llama un contador de historias. Siempre he admirado la manera en la que cose y teje, enreda y libera los hilos perdidos de una anécdota y, sin saber cómo, acaba convirtiéndolos en historia.
Salem ronda el rock y el tango, como una canción que te hace bailar incluso cuando todo lo de alrededor se derrumba. Justo como el amor. Justo como todo lo que merece la pena.
Por eso también este libro se lee en braille, como un corazón se puede descrifrar en morse, como se puede sobrevivir a la hecatombe de una historia que ya no fluye sino que cruje.
Un recuerdo es una telaraña, un buen libro también. Y por eso tienen la capacidad de atraparte hasta querer convertirte en víctima sólo por el placer de poder compartir hilo y boca, justo antes del primer mordisco (que además tú imaginas como beso), con tu asesino.
Somos todo lo que hemos leído, todas las historias que hemos vivido entre las páginas de un buen libro. Buscas convertirte en el espejo de sus personajes, quieres encontrar el paralelismo con la realidad, y yo sólo sé que al terminar estas páginas vas a querer vivir esta historia.
Vas a querer ser Daniela y Daniel, Gato, incluso primavera.
Empecé a leer a Salem hace algunos años y no sé cómo lo hace que siempre acaba sorprendiéndome.
Cada vez que la vida y un bar nos ha juntado, he acabado escuchándolo y asistiendo a sus historias como si fueran el oráculo de Delfos, ahí donde los griegos se consagraban a las musas.
Decía antes que es un contador de historias, pero también es un maestro. Y con este libro no hace más que demostrarlo una vez más, jugando a un ajedrez en el que incluso los detalles que aparentemente son insignificantes luego se convertirán en alfiles desafiantes, como queriendo recordar que una guerra la gana un ejército, y no un sólo rey.
Juntando azar y destino, amor a destiempo y tiempo conjugado en un “quizás” que al pronunciarse se confunde con promesa; Salem consigue de nuevo combinar el desastre de dos historias que parecían imposibles en un amor tan real como la herida y tan dulce como un reencuentro.
Parece sonreír al otro lado de las páginas, como observándote en su tela de araña mientras tú sólo quieres ser víctima sólo por el placer de compartir historia con tu depredador.
Ese es el pacto que asumes al empezar esta novela: dejarte atrapar sabiendo que la trampa, como es propio de Salem, es una buena historia. Sabiendo que él siempre gana, quizás porque es el primero que nunca sabe cómo acabarán sus propias historias, “acaso por sabe algo que los demás ignoran”.
Loreto Sesma
2017
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