lunes, 4 de julio de 2011

Un cuentito melancólico para empezar las vacaciones

Atestado


(....) y entre las pertenencias halladas junto al cuerpo del ciudadano Nicolás Sotanovsky, llaman la atención de los investigadores los  siguientes objetos:

Bolsillo izquierdo de la chaqueta.
1) Una libreta llena de poemas ininteligibles para los investigadores (el agente Martínez declara que no tiene «ni puñetera idea» de lo que quiere decir ininteligibles, pero que le suena a subversivo). El inspector jefe señala que la extravagancia de los poemas no sería llamativa, dado el aspecto del sujeto en cuestión, de no mediar un detalle: todos los versos finalizan con palabras rimadas con clítoris, lo cual, además de revelar las tendencias obsesivas del difunto, resulta, según el agente Martínez, «difícil de cojones».

2) Tres docenas de sobres de papel corriente, cada uno de ellos con una inscripción manuscrita en una letra irregular que parece ser la del difunto. Cada sobre lleva, sobre una fecha de diferentes años, la leyenda «grandes planes y proyectos de futuro». Los treinta y seis sobres estaban abiertos y vacíos, aunque el agente Martínez afirma que de uno de ellos, el más antiguo a juzgar por la fecha, cayó una lágrima seca al revisarlo. El inspector jefe, no sin cierto paternalismo, aconseja a su subordinado que «se deje de mariconadas».

3) Una fotografía de tipo Polaroid, bastante antigua y borrosa. En ella se atisba la silueta de un hombre, que por sus características podría ser el difunto hace unos años, abrazando a una mujer joven cuyo rostro ha sido borrado. Es una imagen supuestamente tomada en una playa nudista, ya que el hombre y la mujer están desnudos. Curiosamente, según afirma Laboratorio, los diferentes grados de nitidez no responden a ningún proceso químico detectable: el fondo se percibe a la perfección, pero el hombre está difuminado por completo; y la mujer, pese a que el espacio correspondiente al rostro está en blanco, aparece con el resto del cuerpo claramente visible y «un buen par de tetas». (El inspector jefe ordena al escribiente anular esta última afirmación y amenaza a Martínez con meterle «un paquete que te vas a cagar».)

4) Una caja de cerillas de madera usadas, cortadas por la mitad probablemente con un bisturí.

5)  Un número aún no determinado de palabras recortadas de diferentes libros, utilizando al parecer el mismo bisturí. El orden de selección de las palabras no parece responder a lógica criminal alguna, aunque «de un cabrón como este, vaya uno a saber», afirma el inspector jefe. Algunas palabras muestran un desgaste progresivo, «manoseo», según el agente Martínez y el asentimiento de cabeza del inspector jefe,  que se ha quedado detenido en la palabra ilusiones y permanece en silencio hasta que Martínez declara  alborozado  haber hallado la palabra coño.
Los dos funcionarios se dedican a examinar las palabras, separándolas de sendos montones, y el inspector jefe cae en un nuevo extravío al comprobar que su montón no contiene ningún verbo. «Sería inútil, el capullo», murmura más para si mismo que para el escribiente, pero yo igual lo apunto que este cabronazo tiene una mala leche los lunes… Martínez descubre que a su montón han tocado los verbos y ofrece cambiarlos con su superior «por algún adjetivo apañado». El inspector jefe, alterado, responde que no está para juegos, y que si tiene el verbo amar, se lo cambia por  tres gerundios. Martínez responde que no hay trato, que le deje algo así como whisky y luego hablarán. El jefe busca pero sólo halla una resaca y dos sueños. Realizan el trueque y Martínez ofrece el verbo solidaridad a cambio de algo «más cachondo», pero el jefe asegura que eso no es un verbo, aunque no recuerda qué significa.

(Pausa para el desayuno.)

Bolsillo derecho.

1) Un papel chamuscado con apariencia de carta manuscrita. Su lectura es difícil y Martínez declara, tras acercarlo a la ventana y ver volar por la habitación los restos renegridos, que «sería alguna gilipollez». El inspector jefe  está de acuerdo.

2) Un bolígrafo  normal, marca BIC, con restos de tinta negra. Está seco.

3) Una pequeña agenda telefónica de cubiertas de color gris, repleta de números, pero sin nombres u otros signos que los identifiquen. El Inspector jefe propone llamar al primero de ellos para obtener más pistas, y el agente Martínez pide que conste en el atestado que su jefe «tiene un coco privilegiado». Tras conectar el sistema de megafonía para grabar la conversación, proceden a llamar al número, que es el 645 45 67 89, y el inspector espera junto al aparato contando los tonos de llamada, mientras Martínez se ausenta con urgencia para atender su teléfono móvil que suena en el despacho adjunto. Cuando por fin el comunicante descuelga, el inspector jefe se identifica como oficial de policía, aclarando que se trata de un asunto oficial y que todo ciudadano honrado tiene el deber de colaborar con la justicia. Martínez responde que a colaborador no le gana nadie, que ya lleva tres años con el salario congelado y sin embargo, cuando pilla a un chorizo «le doy de hostias con el mismo celo profesional que cuando salí de la academia». Al inspector le resulta familiar la voz del comunicante y su condición de policía, por lo que recita su cargo y nombre y exige al otro que se identifique. Martínez, que con tantos años de oficio se ha vuelto susceptible, demanda que recite su número de placa y le advierte de la gravedad de su acción al hacerse pasar por el inspector jefe, al que ha dejado en el despacho vecino, examinando las pertenencias de «un fiambre muy raro». El inspector pierde los nervios y amenaza a su interlocutor, pero Martínez no se arredra y levanta también la voz, desafiándolo a determinar en qué nalga tiene el inspector jefe una mancha de nacimiento con forma de melocotón. El inspector jefe dice que en la derecha, pero ante la risa triunfante de Martinez, demanda la ayuda del escribiente, quien le baja los pantalones y comprueba una mancha de nacimiento con forma de melocotón está en la nalga izquierda. «Otra vez se ha cambiado», murmura el inspector jefe mientras prosigue la discusión colocándose de espaldas a la pared ante la mirada equívoca del escribiente. Martínez dice que acabará con la farsa y se dirige al despacho contiguo, para denunciar ante el inspector jefe que «hay un tío con voz de mariconazo que se hace pasar por usted», pero al hallar a su jefe con los pantalones por los tobillos y el escribiente intentando tocarlo con la mano izquierda mientras con la otra continúo transcribiendo este atestado, se  arrepiente y declara que se refería «al otro mariconazo, jefe, el del teléfono».
El inspector hace polvo con sus zapatos de tacón el teléfono móvil de Martínez, se coloca el lunar con forma de melocotón en la nalga derecha, y prosigue la investigación con otros números.
Al marcar el segundo número, comenta que juraría que es el de su hogar, en el que a estas horas sólo se encuentra su santa esposa. Se produce un tenso silencio, roto sólo por los tonos de llamada amplificados, las risitas ahogadas de Martínez y los codazos que el inspector jefe propina al cuerpo del difunto, en el espacio intercostal derecho, entre la segunda y la tercera, para ser exactos. Un voz de hombre, entrecortada, responde con malos modos, y el inspector jefe suspira aliviado y anuncia un error, hasta que se suma la voz de su santa, también agitada. El inspector jefe se dispone a bramar como un tigre, pero cambia a maullido de gatito cuando el otro se identifica como el Jefe de Policía, quién lo increpa rudamente por realizar llamadas personales en horario de trabajo. La mujer del inspector jefe está de acuerdo, pero intercede por él, rogándole a «pichurrín» que no se lo tenga en cuenta a su marido. Finalmente el enfado no pasa a mayores, y el inspector jefer recibe, en lugar de una reprimenda, el encargo de pasar por una pizzería al volver a casa, ya que a su santa no le ha dado tiempo de cocinar. Insiste en que la pizza sea sin anchoas, porque a «pichurrín» le repite, y cuelgan.
El siguiente número resulta ser el del  domicilio del escribiente, quién aprovecha para avisar a su mujer que volverá más tarde y que le prepare pescado al horno.
El inspector jefe repite el intento con los números sucesivos y  consigue hablar con la secretaría del Papa, con una casa de citas de Budapest, con la Liga Internacional de Escritores en Huelga de Inspiración, con tres fabricantes de armas, cuatro hogares para perros abandonados, seis señoritas de moral dudosa, nueve sin duda ni moral, un pastor protestante, dos rabinos, y un cuñado lejano del Dalai Lama, obteniendo siempre la misma respuesta cuando el inspector jefe menciona al difunto Sotanovsky: un insulto y la inmediata interrupción de la comunicación.
El inspector jefe propone deshacerse del cuerpo utilizando algún método que no deje huellas, y Martínez asevera que él también usa ese friegasuelos «y va de maravillas» .
Tras extraer el tubo del teléfono de la glotis de Martínez, el escribiente calma al inspector jefe, al tiempo que le sugiere que vuelva a mostrarle las posaderas, por si la mancha de nacimiento con forma de melocotón ha vuelto ha cambiarse de nalga. 2””%%&&//))””$$ $WW ? ?**++ Se produce un forcejeo (de allí las abundantes tachaduras en esta página del atestado), pero Martínez, con un hilo de voz, informa que aún les falta llamar a un número de la agenda.
Con visibles muestras de emoción, el inspector jefe se sobrepone y marca los números. Los tonos de llamada retumban en la oficina. Una voz de hombre responde, y cuando el jefe le explica el motivo de la pesquisa, el interlocutor pregunta si ese cuerpo llevaba en los bolsillos una libreta de poemas rimados con la palabra clítoris, treinta y cinco sobres vacíos y uno lleno, una carta chamuscada, una caja de cerillas usadas, un manojo de palabras perdidas y una agenda de teléfonos de cubiertas grises.  Ante la afirmación del inspector jefe, el hombre dice conocer a la víctima. El inspector jefe requiere al ciudadano su colaboración y le ruega que se identifique, cosa que el sujeto hace, afirmando llamarse Nicolás Sotanovsky. Ante el silencio que se produce, informa que el cuerpo que están intentado identificar es el de su conciencia, que le ha salido un poco rebelde y al primer descuido se escapa y luego no sabe volver. 
Solemne, el inspector jefe le anuncia la triste noticia de que su conciencia ha muerto, a lo que Sotanovsky responde que no se fíe de las apariencias, «que sabe hacerse la muerta, para evadir responsabilidades». Como si quisiera enfatizar las palabras de su dueño, la conciencia de Sotanovsky se incorpora, da unos pasos tambaleantes y recoge sus pertenencias. Ante el asombro de Martínez y el inspector jefe (el escribiente ya no se asombra por nada), deja escapar un gran suspiro, lo captura antes de que huya, lo dobla y lo guarda en uno de los sobres, antes de salir por la puerta del despacho. La voz de Sotanovsky, por los altavoces, comenta que «si ya le han hecho la autopsia, quédesela usted, total para lo que me servía. Pero por favor, que me devuelvan las pertenencias, en especial la agenda telefónica de cubiertas grises, que tengo el número de una señora bastante cariñosa, cuyo marido es inspector jefe de policía y  tiene una una mancha de nacimiento con forma de melocotón en la nalga izquierda».
(Hesto último lo escrive el ajente Martines, porke el jefe  se ha ido con el escriviente, cojiditos de las manos de los dedos, y a mi me parese que esto de la inbestigasion policial ya no es lo fuese, con unos cadáberes tan raros).