Experimento Azul, epílogo
Supongo que es sábado. Todo ha terminado y demoro un bourbon en la barra de Diablos Azules.
Hay noches en las que apuro la copa.
Hoy la hago durar, necesito que algo dure.
Queda poca gente en el bar, pero nunca falta alguien que olvida que no es martes ni miércoles, es decir que no estoy aquí para presentar la jam session de poesía o la de Minificción. Y siempre viene alguno a preguntarme "si hoy hay poesía", como quien pregunta a cómo tienes los tomates. Los espanto llevando con hastío la mano hasta el bolsillo interior de mi abrigo negro, abultado por un forma alargada y sólida.
Tragan saliva -menudo desperdicio, con los cócteles tan buenos que prepara Pilar-, me dicen cuídate, Salem y se van a seguir preguntando por ahí si esta noche hay poesía, que es lo mismo que asumir que si se tropezaran con la poesía en plena calle, no la reconocerían.
Poesía con piernas -y qué piernas- es la rubia que bebe un bloody mary en el otro extremo de la barra. Rubia de las de verdad, las que los son por vocación y no por la quiniela amañada de los genes. En otro momento me acercaría, intentaría comprobar que no me mira porque le llama la atención el pañuelo negro que envuelve mi cabeza o le recuerdo a un hámster que tuvo de pequeña y acabó metiendo en el microondas. Pero hoy no.
Hoy toco el bolsillo interior de mi abrigo y el peso de la Nintendo DS XL me dice una y otra vez que el Experimento Azul ha terminado.
Llegué al final del Ghost Trick y aún sigo sorprendido, desconcertado y, nostálgico. Porque ya nada será lo mismo.
Llevo un par de días evitando las llamadas de mis compañeros de experiencia, Vanessa Montfort y David Torres. No quiero soportar sus burlas. Tampoco llamo a Fernando Marías, cerebro del experimento. No quiero compasión.
Tal vez por eso bajo mirada hasta el charco ambarino que espera en mi vaso cuando la rubia me sonríe con clase. En El largo adiós, la novela que me cambió la vida a los trece años, Raymond Chandler establecía una completa clasificación de rubias, pero como la que traía de cabeza a Philip Marlowe, pobre detective sin más gloria que su código de honor y callejones, esta rubia de la barra de Diablos Azules no encajaría en ningún apartado. Hay mujeres que despistan a los tópicos porque los tópicos se distraen mirándoles las piernas y pierden la ocasión de encasillarlas, que es lo suyo.
Eludo la mirada amigable de la rubia, que no parece ser de las que buscan, sino de las que se dejan sorprender por los encuentros.
Saco del bolsillo la Nintendo, seguro de que así la ahuyentaré, como quiero ahuyentar esta noche todo lo que no sea la pena por el final del Experimento Azul.
Tenía un mes para responder a una pregunta: ¿Se puede hacer novela negra en un videojuego? Y me dejé llevar por el absurdo cotidiano que ronda mi vida, por locas aventuras y frenéticas obsesiones, para no responder. Vaya si se puede. De hecho, soy incapaz, estos días, de avanzar en mi novela, porque cada capitulo me sugiere una ramificación probable de un improbable juego.
Cierro los ojos y antes de abrirlos, un perfume rubio me informa que no estoy solo.
-¿Por qué estás tan triste? -pregunta la rubia y tiene la voz adecuada, la ronquera que exijo en un rubia de verdad. Para otros la blondas voces de pito, el aflautado tono que anuncia, siempre, palabras vacías o elogios al nuevo disco de Bustamante. Una rubia como esta debe tener una voz como esta: de esas voces que curan o te hieren para siempre.
-Se acabó el Azul- le digo-. He llegado al final y ahora no sé qué hacer.
- Hay más colores- insinúa.
-Ya. Pero...
- No entiendo qué os pasa a todos con el azul, esta noche- me corta-. En la esquina, cuando venía para aquí, vi a un tipo con pinta de sin techo, sentado en la acera y pidiendo a los paseantes: "un poquito de azul, por caridad". Y el caso es que su cara me sonaba, juraría que era el novelista David Torres... Y si te asomas a la puerta del bar, verás a una pelirroja alta, encadenada al portal de al lado. Vanessa Montfort, creo que se llama... Está envuelta en una pancarta que reclama "Azul libre, gratuito y obligatorio para todos"...
Paradójicamente, me siento mejor.
-Los conozco -admito-. Los tres formamos parte del mismo experimento...
-Sí, estaba segura de que alguien había experimentado contigo -comenta la rubia.
La miro. No puedo dejar de mirarla y por suerte Pilar ha puesto un disco de Sabina, que me echa un cable con Peor para el sol. Canturreamos un par de estrofas y ella desafina bastante, como debe ser. Una rubia vocacional no puede cantar bien. Remember Norma Jean.
-No soy una buena compañía esta noche, rubia -le advierto-. He llegado al final del azul y no sé que hay más allá.
Se acerca hasta que sus labios rozan mi oreja:
-Después del azul viene el púrpura. ¿Quieres venir a descubrirlo conmigo?
Me ofrece un sorbo de su Bloody Mary y le cuento que en un tiempo, no hace tanto, tuve un bar en el que yo preparaba ese trago y hasta Dios bajaba a beberse unos cuantos.
-¿Y qué pasó para que dejara de ir?
-Tuve que echarlo porque siempre se marchaba sin pagar argumentando que había olvidado la cartera.
-Tú estás majara- dice como si eso le gustara-. Vamos, y llévate la consola, que el juego tiene buen pinta y mañana podemos echar unas partidas
en mi casa... Si te quedan fuerzas para encenderla.
Pagamos y detecto cierto tono de envidia en la voz grabada de Sabina cuando canta "volví al bar a la noche siguiente, a brindar con su silla vacía..."
En el portal vecino, Vanessa Montfort aúlla una consigna política según la cual los semáforos deberían tener tres luces azules, y un poco más allá mi amigo David Torres mendiga limosnas azules a personas grises.
-¿No tienes algo que darle? Me pena... -le digo a la rubia.
Ella rebusca en el bolso hasta encontrar un lápiz de ojos con el que pinta una espiral en la mano de Torres.
-Pero...-dice el insigne escritor-, es de color verde.
Tiene razón: el mismo tono de verde que dibuja una línea al final de los ojos de la rubia.
-Sí, es verde -contesta ella-. Pero una vez fue azul.
Nos alejamos abrazados en busca de un taxi.
-¿Así que después del azul viene el púrpura? -pregunto en su oído.
-Profundamente púrpura -promete ella.
Y la luna, que también es rubia de bote, es decir porque quiere, se pone verde de envidia.
domingo, 20 de febrero de 2011
lunes, 14 de febrero de 2011
El Experimento Azul, número 8
- “Querido desperdicio; te envío este cedé porque supongo que estarás sumido en profundas reflexiones filosóficas, como tu vieja preocupación sobre la identidad sexual de Pikachu. Y por eso es probable que olvides ¡qué hoy es San Valentín y como no me hagas un buen regalo este año, te la cargas! Y no intentes escabullirte con excusas banales, como que te dejé por mi profesor de Tai chi -¿o fue por el chinito de la lavandería? Da igual: tenía ojos rasgados-, porque no cuela. Para que lo sepas, pienso a menudo en ti, en especial cuando tengo la tele puesta en La 2 y ponen un documental sobre la vida íntima de las babosas. Además, si no me haces un buen regalo, le diré a mi nuevo novio que me has tirado los trastos. Se llama
Iñaki y fabrica palillos de dientes a partir de troncos de roble. Con las manos. Un beso, Carlos. ¡Ah! Me olvidaba: como no pienso dejar que uses este cedé en mi contra, te advierto de que se autodestruirá en 15 segundos. Procura no tropezarte con el sofá cuando corras a apagar la cadena: uno, dos…"
Dejé a un lado la Nintendo DS XL, aunque estaba a punto de pasar otro nivel del Ghost Trick, y corrí hacia mi cadena de música, atento al sofá, salté con gracia incuestionable y lo esquivé.
-…cuatro, cinco, ese sofá, no, bobo: el pequeño, siete, ocho…
Me levanté del suelo y maldije el sofá pequeño. Me distraje un momento porque en la tele pasaban un documental sobre la vida íntima de las babosas y lo encontré sugerente, pero la voz grabada de Gertrudis me distrajo:
- doce, trece, catorce…
Salté hacia mi cadena de música. Demasiado tarde. De los altavoces salió un sonido indescriptible. Pedro Ruiz cantando a dúo con Pitingo Hacían los coros los expulsados de Operación Triunfo. No alcancé a reconocer el tema ejecutado. Salió humo de los altavoces y mi cadena se derritió.
Maldito San Valentín. No podía fallarle a Gerturdis, era por una buena causa. Desde hace años organiza en marzo un rastrillo con los regalos que recibe de sus ex novios por San Valentín. Quiso fundar una ong para recibir subvenciones oficiales, pero cuando los ex nos reunimos en asamblea, rechazamos por unanimidad el nombre de Idiotas sin Fronteras.
Regalos de amor, una condena sin libertad condicional. Dar mucho para recibir fruslerías. O no recibir nada. Me sentí injusto. En San Valentín de 2007, Gertru me había hecho un regalo valioso que nunca olvidaré. Era la factura de mi teléfono móvil, envuelta en cuatro kilos de papel de regalo, y correspondía al mes en el que mantuvo conversaciones de cuatro horas diarias con su amiga Yokería, de Tokio, para quejarse de mi falta de generosidad. Era un papel de regalo muy bonito. Y sabroso. Fue lo único que comí durante ese mes hasta que pagué la factura. Conservo un par de kilos para una cena especial.
Regalar a las ex, detalle de caballero. Un casanova arruinado pero gentil, un amante inolvidable que debe repetir su nombre para ser recordado, además de explicar fechas y ofrecer fotografías y otros datos. Ese soy yo. Pensé en regalar este San Valentín a todas mi ex. Cada una tendría un regalo acorde con su personalidad.
Por ejemplo, el primer amor.
Laura. Laura. Laura.
No es que la añore tanto, es que se llamaba así: Laura Laura Laura. Sus padres querían trillizas y sólo la tuvieron a ella. Pero valía por tres. Y abultaba por tres. LLL era tan impetuosa que cuando sus hormonas se disparaban, saltaba sobre mí en cualquier lugar, sin avisar. En su caso, lo de aquí te pillo, aquí te mato, era casi una descripción forense. Lo dejamos porque no le gustó mi propuesta de sexo telefónico: mi salud no admitía más encuentros cuerpo a cuerpo al cubo. Voy a regalarle las radiografías de mi última fractura múltiple: eso siempre la puso a cien.
¿Y la hiperactiva Leticia?
Bella, inteligente, muy sensual y expeditiva. Tan expeditiva, que cuando iniciábamos los juegos del amor y yo iba por el tercer grado en la inspección de sus zonas erógenas -consultando atentamente en el mapa que llevaba con ese fin-, ella ya estaba saliendo de la ducha. Una vez que me detuve en los prolegómenos de una larga noche de pasión carnal, me llamó desde el cine para contarme que la película estaba muy bien y que cuando acabara le diera de comer al gato. Era como hacer el amor con el Correcaminos. Decidí regalarle un cronómetro.
¿Y la psicóloga?
Siempre me fascinaron las psicólogas. Era bella, apasionada con grado 7 en la escala Mercalli y no dejaba de analizar las motivaciones de nuestros encuentros íntimos. Durante nuestros encuentros íntimos. No me molestaba tanto su análisis horizontal de mis caricias, como que dijera ajá en lugar de ¡huummmm! cada vez que le buscaba un punto de placer. Y siempre que alcanzaba el éxtasis me decía “¡Papá, Papá!” Eso acabó por molestarme y un día le dije: “Mira, Electra, yo no soy quien para medir tus complejos sexuales, pero me preocupa que cada vez que lo hacemos pongas una foto de tu padre delante de mi cara…”
Cortó de inmediato lo nuestro. Y casi corta lo mío cuando me persiguió con aquél cuchillo. No le regalaría nada.
En cuanto a Lorna, es imposible localizarla.
La última vez que llamé a su madre, me informó que había pasado a mejor vida. Pregunté por el lugar en que descansaban sus restos, y la madre me informó de que descansaba en las Islas Mauricio, con un financiero cachas y triunfador y que había pasado a mejor vida porque ya no salía con desechos como yo.
¿Y Lois, la fanática de la vida natural, la ecología, los safaris y los porteadores de los safaris? Recuerdo que para definir mis habilidades sexuales, me asociaba con animales. Me encantaba oírla decir que en la cama yo era sutil como un colibrí, ágil como un tigre y contundente como un hipopótamo. ¿O era ágil como un hipopótamo, sutil como un tigre y contundente como un colibrí? Da igual. Era algo de bichos. Opté por regalarle la biografía de Félix Rodríguez de la Fuente o las Memorias del Marqués de Sade. En ella, ambos libros harán el mismo efecto.
Dejé lo más difícil para el final: Gertrudis.
Tras revisar mi situación financiera, descubrí que la importante cifra que tengo en el banco, al llevar delante un signo negativo, me impedía presumir de mis ingresos.
Comenzaba a desesperar cuando tuve esa idea. Hice las llamadas oportunas y despaché los e-mail necesarios. Será un San Valentín inolvidable. Para todos. Mis ex y los de Gertrudis podrán conocerse, compartir afinidades y arruinarse las vidas mutuamente.
En cuanto a Gertru, estaba claro.
Suspiré, me duché y me rocié con mi única mejor colonia. Después de secarme, comencé a envolverme con cuidado con el bonito papel de regalo, y antes de cerrar el envoltorio, encendí la Nintendo y volví al juego, que ya estoy a punto de concluir, llamé a la mensajería para que vengan a retirarme. Pegué la etiqueta con la dirección de Gerturdis y rodé hasta la puerta.
Será un regalo original. Sólo espero que el novio de Gertrudis no me confunda con un tronco de roble antes de que logre resolver el enigma del Ghost Trick
Iñaki y fabrica palillos de dientes a partir de troncos de roble. Con las manos. Un beso, Carlos. ¡Ah! Me olvidaba: como no pienso dejar que uses este cedé en mi contra, te advierto de que se autodestruirá en 15 segundos. Procura no tropezarte con el sofá cuando corras a apagar la cadena: uno, dos…"
Dejé a un lado la Nintendo DS XL, aunque estaba a punto de pasar otro nivel del Ghost Trick, y corrí hacia mi cadena de música, atento al sofá, salté con gracia incuestionable y lo esquivé.
-…cuatro, cinco, ese sofá, no, bobo: el pequeño, siete, ocho…
Me levanté del suelo y maldije el sofá pequeño. Me distraje un momento porque en la tele pasaban un documental sobre la vida íntima de las babosas y lo encontré sugerente, pero la voz grabada de Gertrudis me distrajo:
- doce, trece, catorce…
Salté hacia mi cadena de música. Demasiado tarde. De los altavoces salió un sonido indescriptible. Pedro Ruiz cantando a dúo con Pitingo Hacían los coros los expulsados de Operación Triunfo. No alcancé a reconocer el tema ejecutado. Salió humo de los altavoces y mi cadena se derritió.
Maldito San Valentín. No podía fallarle a Gerturdis, era por una buena causa. Desde hace años organiza en marzo un rastrillo con los regalos que recibe de sus ex novios por San Valentín. Quiso fundar una ong para recibir subvenciones oficiales, pero cuando los ex nos reunimos en asamblea, rechazamos por unanimidad el nombre de Idiotas sin Fronteras.
Regalos de amor, una condena sin libertad condicional. Dar mucho para recibir fruslerías. O no recibir nada. Me sentí injusto. En San Valentín de 2007, Gertru me había hecho un regalo valioso que nunca olvidaré. Era la factura de mi teléfono móvil, envuelta en cuatro kilos de papel de regalo, y correspondía al mes en el que mantuvo conversaciones de cuatro horas diarias con su amiga Yokería, de Tokio, para quejarse de mi falta de generosidad. Era un papel de regalo muy bonito. Y sabroso. Fue lo único que comí durante ese mes hasta que pagué la factura. Conservo un par de kilos para una cena especial.
Regalar a las ex, detalle de caballero. Un casanova arruinado pero gentil, un amante inolvidable que debe repetir su nombre para ser recordado, además de explicar fechas y ofrecer fotografías y otros datos. Ese soy yo. Pensé en regalar este San Valentín a todas mi ex. Cada una tendría un regalo acorde con su personalidad.
Por ejemplo, el primer amor.
Laura. Laura. Laura.
No es que la añore tanto, es que se llamaba así: Laura Laura Laura. Sus padres querían trillizas y sólo la tuvieron a ella. Pero valía por tres. Y abultaba por tres. LLL era tan impetuosa que cuando sus hormonas se disparaban, saltaba sobre mí en cualquier lugar, sin avisar. En su caso, lo de aquí te pillo, aquí te mato, era casi una descripción forense. Lo dejamos porque no le gustó mi propuesta de sexo telefónico: mi salud no admitía más encuentros cuerpo a cuerpo al cubo. Voy a regalarle las radiografías de mi última fractura múltiple: eso siempre la puso a cien.
¿Y la hiperactiva Leticia?
Bella, inteligente, muy sensual y expeditiva. Tan expeditiva, que cuando iniciábamos los juegos del amor y yo iba por el tercer grado en la inspección de sus zonas erógenas -consultando atentamente en el mapa que llevaba con ese fin-, ella ya estaba saliendo de la ducha. Una vez que me detuve en los prolegómenos de una larga noche de pasión carnal, me llamó desde el cine para contarme que la película estaba muy bien y que cuando acabara le diera de comer al gato. Era como hacer el amor con el Correcaminos. Decidí regalarle un cronómetro.
¿Y la psicóloga?
Siempre me fascinaron las psicólogas. Era bella, apasionada con grado 7 en la escala Mercalli y no dejaba de analizar las motivaciones de nuestros encuentros íntimos. Durante nuestros encuentros íntimos. No me molestaba tanto su análisis horizontal de mis caricias, como que dijera ajá en lugar de ¡huummmm! cada vez que le buscaba un punto de placer. Y siempre que alcanzaba el éxtasis me decía “¡Papá, Papá!” Eso acabó por molestarme y un día le dije: “Mira, Electra, yo no soy quien para medir tus complejos sexuales, pero me preocupa que cada vez que lo hacemos pongas una foto de tu padre delante de mi cara…”
Cortó de inmediato lo nuestro. Y casi corta lo mío cuando me persiguió con aquél cuchillo. No le regalaría nada.
En cuanto a Lorna, es imposible localizarla.
La última vez que llamé a su madre, me informó que había pasado a mejor vida. Pregunté por el lugar en que descansaban sus restos, y la madre me informó de que descansaba en las Islas Mauricio, con un financiero cachas y triunfador y que había pasado a mejor vida porque ya no salía con desechos como yo.
¿Y Lois, la fanática de la vida natural, la ecología, los safaris y los porteadores de los safaris? Recuerdo que para definir mis habilidades sexuales, me asociaba con animales. Me encantaba oírla decir que en la cama yo era sutil como un colibrí, ágil como un tigre y contundente como un hipopótamo. ¿O era ágil como un hipopótamo, sutil como un tigre y contundente como un colibrí? Da igual. Era algo de bichos. Opté por regalarle la biografía de Félix Rodríguez de la Fuente o las Memorias del Marqués de Sade. En ella, ambos libros harán el mismo efecto.
Dejé lo más difícil para el final: Gertrudis.
Tras revisar mi situación financiera, descubrí que la importante cifra que tengo en el banco, al llevar delante un signo negativo, me impedía presumir de mis ingresos.
Comenzaba a desesperar cuando tuve esa idea. Hice las llamadas oportunas y despaché los e-mail necesarios. Será un San Valentín inolvidable. Para todos. Mis ex y los de Gertrudis podrán conocerse, compartir afinidades y arruinarse las vidas mutuamente.
En cuanto a Gertru, estaba claro.
Suspiré, me duché y me rocié con mi única mejor colonia. Después de secarme, comencé a envolverme con cuidado con el bonito papel de regalo, y antes de cerrar el envoltorio, encendí la Nintendo y volví al juego, que ya estoy a punto de concluir, llamé a la mensajería para que vengan a retirarme. Pegué la etiqueta con la dirección de Gerturdis y rodé hasta la puerta.
Será un regalo original. Sólo espero que el novio de Gertrudis no me confunda con un tronco de roble antes de que logre resolver el enigma del Ghost Trick
domingo, 13 de febrero de 2011
El Experimento Azul, nº 7
Querido diario:
Decidí buscar la ayuda de unpsicólogo, para que me ayudara a comprender lo que me ocurre con el Ghost Trick de Nintendo, el juego que llevo un mes probando y me ha cambiado la vida. La ha cambiado para mejor, porque peor no podía ir. Creí que al bucear en mis recuerdos podría también recordar en qué momento dejé de ser un niño prodigio para convertirme en un fenómeno de feria. Y me bastó una sola sesión para comprender que la moderna psicología puede ser la solución a todos mis problemas. Cierto es que el terapeuta tardó un poco en sintonizar conmigo, y que le molestó bastante mi exigencia de que saliera a comprar una pipa y una barba postiza, pero es que cuando hay que hacer las cosas, hay que hacerlas bien. Cierto también que aunque la pipa se asemejaba bastante a las que he visto fumar a los psicólogos de las películas, la barba que el noble facultativo pudo obtener en la tienda de disfraces de la acera de enfrente, era más propia de un lobo de mar que de un experto en almas. Pero lo resolvió comprando también un paisaje marino de dudosa calidad artística, pero tan realista que por momentos salpicaba.
-Hábleme de usted -me sugirió cuando estuve tendido en el diván.
-¿Es que le he tuteado, doctor? No es propio de mí tomarme esas confianzas.
-No, que me hable de su vida, de sus anhelos, ¡de su infancia, hábleme de su infancia!
- La infancia, doctor, fue ese tiempo en el que todo era dulce, hasta los azotes de mi padre…
- ¿Cómo dice?
- Sí: papá trabajaba por entonces en una pastelería y gustaba de pegarme con sacos de azúcar.
-Eh-h, y ¿qué es lo primero que recuerda de su infancia?
-Primero estaba flotando en un líquido tibio. Luego, una sensación de girar y girar y girar… que se detuvo de pronto y la luz lo inundó todo.
-¿Recuerda su nacimiento?
-¿Qué nacimiento? Es que mamá, como buena primeriza, se hizo un lío y me metió en la lavadora junto con mis ropitas…
-¿Y está seguro de que fue un error? -murmuró el terapeuta.
-¿Qué quiere decir?
-Nada, nada. Siga contándome.
-Nada especial. Como la situación económica era tan precaria, mis padres me cambiaron con unos vecinos por una lavadora. No funcionaba, pero al menos, como dijo papá “uno sabe que es normal”. Pero en cuanto me empecé a comer el detergente, los vecinos deshicieron el trato.
-“Rechazo paternal” -murmuró el psicólogo mientras apuntaba en su libreta. Y luego agregó-: “razonable, si se conoce al paciente”.
- En todo caso, doctor, desde muy pequeño se destacaron en mí las cualidades de sagacidad e intuición que habrían de convetirme en escritor de novela negra. Lo mío siempre fue la investigación. Cuando algo se perdía en casa, ya fuera la vuelta de la compra, la dentadura de oro de la abuela, o la pierna ortopédica de mamá, siempre recurrían a mí para encontrarlo. Y lo encontraba, ya fuera en los bolsillos de papá, o en el monte de piedad que había a pocos metros de casa, tras entregar el correspondiente resguardo hallado en los cajones de la mesita de noche paterna. Mi padre se enternecía tanto por ese olfato de sabueso precoz, que me palmeaba afectuosamente las posaderas, tal vez con cierto exceso de energía.
-Hábleme de su primer amor…
-Era bella, era elegante y suave, pero al mismo tiempo, fría y distante, como si me ignorase…
- Natural- dijo entre dientes el doctor.
-…y comprendí que lo nuestro era imposible cuando le arranqué la ropa.
-¿Qué, qué? ¿Cuántos años tenía usted?-Nueve. Ya, no me lo diga. Mamá también se enfadó y dijo que no tenía edad para jugar con las Barbie de mi hermana.
El silencio detrás de mí me hizo volver la cabeza y advertí que mi terapeuta padecía de un curioso tic en ambos ojos, además de temblarle el pulso. No hice observación alguna sobre el hecho de que se estuviera comiendo la barba postiza, porque con esas nuevas dietas de moda, nunca se sabe.
-Pero lo que realmente marcó mi vida es un hecho más reciente, y temo que aún no lo he superado, doctor. ¿Se lo cuento?
Creo que asintió, aunque como estaba hincando de rodillas en el suelo, rezando mientras se daba goles en el pecho con una estatuilla de bronce, pensé que sería de mal gusto insistir:
-Creo que Getrudis, mi ex novia, me engañaba.
-¿Po-por-qué lo sospechaba?
-Uno no será un hombre de mundo, pero siempre me pareció extraño que su consejero espiritual viniera a domicilio y la confesara en nuestro cuarto, a puerta cerrada…
Detrás de mí se escuchó un gemido ahogado, algo así como “pordios,másno”, y aunque no soy particularmente religioso, me alegré de que mi terapeuta lo fuera, ya que el asunto estaba relacionado:
-Además, una noche que entré de pronto en el cuarto y vi al sacerdote desnudando a mi novia, he de admitir que desconfié…
El sonido se hizo más agudo.
-…hasta que el confesor me dijo que pertenecía a la Teología de la Liberación y Getru necesitaba ser liberada.
Mi terapeuta comenzó a comerse su bigote, aunque era natural.
-Pero lo que en realidad me desvelaba, doctor, eran los gemidos y aullidos que ella soltaba durante las confesiones. Cuando el santo hombre comenzó a venir acompañado de otros cuatro colegas, supe que lo de mi novia era grave, y pese a que me mandaron a buscar hielo y cigarrillos, supongo que para que no me preocupara, supe que mis peores sospechas eran acertadas.
El silencio recibió mis palabras.
-A la mañana siguiente le dije a Claudia: “a mí no me engañas y desde anoche lo tengo claro: tú has sido poseída”. ¿Sabe lo que me respondió?: “no sabes tú bien cuánto. Pero poseída, poseída, poseída.” Yo le dije que no se preocupara, que tratara de olvidarse de todo, y para demostrarle que la comprendía, fui al video club y alquilé El exorcista, y…
Una corriente de aire llamó mi atención y al girar la cabeza no vi a mi psicólogo. La ventana estaba abierta y me asomé. Ahí estaba, sobre la delgada cornisa de la planta 15.
-¡No me diga nada, no pienso bajar de aquí en mi vida!- Gritó-. ¡Sólo de pensar que me puede tocar otro como usted!
-Venga, hombre- le dije-. Precisamente usted debería saber que casi todo problema tiene solución. Además, no hemos hecho más que empezar. Imagine todo lo que descubriremos juntos durante las sesiones venideras. Estoy dispuesto a seguir la terapia con su sabia guía durante todo el tiempo que sea necesario, meses, años, décadas si es preciso.
Comenzó a llorar y supe que mis palabras lo emocionaban. Insistí:
-Venga doctor, no puede quedarse inmovilizado en este punto de su vida. ¡Es la hora de dar un paso adelante!
Me miró. Sonrió. Y dio el paso.
Seguía sonriendo mientras caía.
El entierro fue conmovedor, estaban todos los psicólogos de la ciudad. Yo me mantuve a distancia respetuosa, y para pasar el rato superé una nueva etapa de Ghost Trick sentado en una tumba soleada. Escuché que los psicólogos comentaban: “ha venido el loco del videojuego”, pero no lo relacioné conmigo, desde luego, e imaginé que mi buen amigo David Torres había acudido a ellos en busca de ayuda para superar su incapacidad para avanzar en el Ghost Trick.
Allí estaban, querido diario: todos los psicólogos de Madrid. Pero, por extraño que parezca, ninguno tiene espacio en su agenda para seguir mi tratamiento.
Me temo que hay más gente con problemas psicológicos de lo que pensaba.
viernes, 11 de febrero de 2011
El experimento Azul nº6
Querido Diario:
Mientras mi cuarto sigue ocupado por mi ex, Gertrudis, y su nuevo novio senegalés, Bnamhmwammboo, he aprovechado para salir de casa armado con mi Nintendo DS XL y el Ghost Trick, el juego que en las últimas semanas ha ocupado mi mente y mis energías. Ha sido un acto de rebeldía ante la prepotencia de Gertrudis: vale que se mudara a mi casa porque la han echado de la suya a causa de los excesivos ruidos amatorios que producía con el moreno; pase que además trajera consigo su colección de 258 relojes de arena. Pero al ordenarme que me ocupara de darles “cuerda” regularmente dándoles vuelta, Gertru despertó al indomable rebelde que dormía en mi interior. Y sin que me temblara el pulso, mientras ellos de ocupaban de escandalizar a mis vecinos, salí andando de puntillas y no dudé en pagarle un buen diner al ucraniano que está pintando en la casa de al lado, para que se ocupe de los relojes.
Ya sabes: los cobardes no escriben la historia querido diario.
Y aquí estoy, en este vetusto locutorio dotado de ordenadores que deben datar de la infancia de Bill Gates, por lo menos. Pero libre, como mi corazón.
Reviso mi correo electrónico. Algo interesante. En una nota anónima alguien me agradece las noches encendidas de sensualidad, enumera una por una las acrobacias sexuales realizadas, y anhela nuevas locuras sin final, aunque propone que la próxima vez podríamos dejar de lado lo del látigo de nueve colas y lo que llama la refinada pero un tanto exasperante técnica de la miel y las hormigas, “porque luego me siguen las moscas durante semanas”. Lo firma un tal Manolo y apunto mentalmente que debo prohibir a Gertrudis que siga dando mi dirección de e-mail para recibir mensajes de sus amantes. Además, nunca quiso hacer lo de las hormigas conmigo.
¡Por fin! Respuesta de la agencia de relaciones a la que acudí para buscar a mi media naranja, “o fruto sucedáneo más o menos digerible”, agregué en mi carta de presentación. Tampoco hay que ser tan exigente. Me comentan en su mensaje que han seguido los pasos habituales y tras introducir en su banco de datos mis preferencias en materia de relaciones, los requisitos que debe cubrir mi posible compañera, las exigencias intelectuales y físicas y los deportes que quisiera compartir con ella, por fin han obtenido resultados. Se disculpan por el retraso, pero argumentan en su favor que han tenido que renovar el personal varias veces debido a las renuncias en masa provocadas por mi gestión y agregan que ¡la han hallado! Responde, me dicen, punto por punto a mis peticiones, parece creada para cumplir mis sueños, desde los más tiernos hasta los más perversos. Lo malo, me informan, es que esa variedad de iguana de las regiones árticas, se extinguió hace por los menos 20.000 años. Suspiro. Siempre pensé que no había nacido en la era adecuada.
No puedo seguir llorando porque suena mi teléfono móvil y es la mi agente literaria, que me pregunta, con el respeto que le provoca el valor de mis escritos, que “cómo has sido capaz de escribir una bazofia de tal calibre”.
- Me alegro de que te guste -digo
- Lo que me gustaría es pagarte una lobotomía, pero sería dinero tirado, porque no creo que con medio cerebro puedas hacerlo peor.
No contesto nada, porque ya estoy habituado a su fino sentido del humor cuando se refiere a mí, aunque a lo de dejarme encerrado en el balcón de la agencia, a ocho pisos de altura y durante todo un fin de semana, la verdad, no acabé de encontrarle la gracia.
- ¿Cómo te manejas con el correo electrónico? -pregunta.
- Regular. Siempre me hago un lío al pegarle los sellos, pero no volveré a intentarlo con la lengua, que la última vez casi me electrocuto.
-Olvídalo -suspira-. El caso es que te he remitido varios e-mails de lectores que han llegado a la agencia a tu nombre. Seguro que son insultos, así que mejor los respondes tú.
Ha colgado y me apresuro a abrir el archivo remitido bajo el título de “para el memo”.
El primer e-mail promete:
“Querido Carlos: detrás de tu aparente imbecilidad congénita he detectado una sensualidad sin límites y una sensibilidad que me excita. No importa que tu ex, Gertrudis, ese pendón desorejado, sea incapaz de valorar tus atractivos. Me llamo Valeria y estoy dispuesta a cometer contigo todas las locuras posibles y algunas por inventar. Como sé que eres hombre al fin -o algo parecido- y que el físico os importa mucho, te diré que he sido reina de belleza en varias ocasiones, y que más de un poeta ha perdido la razón por mis encantos. Cuando quieras, lo que quieras, cómo quieras, siempre tuya, Valeria.
PD: No creas que soy la típica tonta inexperta que luego se echará atrás cuando llegue el momento. Tengo experiencia, y no en vano este mes he cumplido 115 años. Te envío dos fotos mía, desnuda, desde luego. Una de cuándo fui Miss Liguero 1907, y otra, también desnuda, de la semana pasada.”
Le respondo de inmediato:
“Querida Valeria: es imposible resistir tu oferta, y menos después de ver las fotos. Pero por el momento, lo ajetreado de mi agenda me impide concretar nuestra cita de inmediato, por lo que te pido un poco de paciencia. 30 o 40 años, como mucho. Salvo que antes de esa fecha se invente la máquina del tiempo y pueda viajar a 1907.
Tuyo, Carlos.”
El siguiente es un ferviente admirador de mi talento:
“Salem, tío: Leo cada mes la revista y soy un forofo de tus relatos, aunque me indigna ver lo que tienes que pasar por culpa de Gertrudis. Olvídala, tío, no te merece. Vale que por lo que cuentas es guapísima, que tiene menos reparos morales que un ministro, y que sea insaciable en la cama. Vale que además, a juzgar por lo que cuentas, está más buena que un camión de quesos y que se debe saber de memoria todo el Kamasutra, y que… a propósito, ¿me podrías facilitar su teléfono o su dirección, para decirle todo esto a la cara?
Un abrazo, Ernesto Cador de Piernas.”
Respondo, agradecido:
“Querido Ernesto: Gracias por compadecerte de mí, es increíble la solidaridad que despierta mi caso, porque el tuyo es el e-mail número 23.437 que expresa esa comprensión y se ofrece para recriminar en persona a Claudia su actitud. Para evitar aglomeraciones, he creado una lista de espera en la que procedo a apuntarte. Como todo indica que la demora será considerable, te envío en documento adjunto la foto y dirección de una buena amiga, Valeria, que sin duda sabrá hacerte agradable la espera.”
Hay muchos e-mail más, de lectores de mis libros, y debo responderlos todos .Pero a modo de resumen diré, para la amable lectora Elsa Bañón Rojo, que no, que no tengo previsto esterilizarme todavía, aunque agradezco su ofrecimiento de correr con los gastos. Lo mismo vale para todos los particulares e instituciones que han realizado la misma oferta (453), y para los lectores que han tenido la gentileza de invitarme a su casa “para demostrarle a mi mujer que yo no soy el más gilipollas de España”. Lamentablemente no puedo ir a todos los sitios, como no puedo aceptar la invitación para viajar a la Antártida y escribir allí un ensayo sobre la incidencia de la fauna tropical en la decoración de interiores de los iglús.
Lamento entonces no utilizar el billete de avión pagado -sólo ida- que me llegó por correo.
Lo que no entiendo es por qué ese mensaje tenía como remitente la dirección de correo electrónico de mi agente.
Basta por hoy.
Ha llegado la hora de los placeres.
Desenvuelvo un caramelo de licor, lo introduzco en mi boca y lo saboreo. Enciendo la Nintendo y me zambullo en el Ghost Trick. El protagonista está muerto desde que empieza el juego y debe averiguar quién y por qué lo ha matado. Y para hacerlo ,como es un fantasma, debe ir ocupando diferentes objetos que están a su alcance. El primer escenario es un vertedero y el detective se dispone a ir viajando por la basura.
Desde luego, los hay con suerte.
Mientras mi cuarto sigue ocupado por mi ex, Gertrudis, y su nuevo novio senegalés, Bnamhmwammboo, he aprovechado para salir de casa armado con mi Nintendo DS XL y el Ghost Trick, el juego que en las últimas semanas ha ocupado mi mente y mis energías. Ha sido un acto de rebeldía ante la prepotencia de Gertrudis: vale que se mudara a mi casa porque la han echado de la suya a causa de los excesivos ruidos amatorios que producía con el moreno; pase que además trajera consigo su colección de 258 relojes de arena. Pero al ordenarme que me ocupara de darles “cuerda” regularmente dándoles vuelta, Gertru despertó al indomable rebelde que dormía en mi interior. Y sin que me temblara el pulso, mientras ellos de ocupaban de escandalizar a mis vecinos, salí andando de puntillas y no dudé en pagarle un buen diner al ucraniano que está pintando en la casa de al lado, para que se ocupe de los relojes.
Ya sabes: los cobardes no escriben la historia querido diario.
Y aquí estoy, en este vetusto locutorio dotado de ordenadores que deben datar de la infancia de Bill Gates, por lo menos. Pero libre, como mi corazón.
Reviso mi correo electrónico. Algo interesante. En una nota anónima alguien me agradece las noches encendidas de sensualidad, enumera una por una las acrobacias sexuales realizadas, y anhela nuevas locuras sin final, aunque propone que la próxima vez podríamos dejar de lado lo del látigo de nueve colas y lo que llama la refinada pero un tanto exasperante técnica de la miel y las hormigas, “porque luego me siguen las moscas durante semanas”. Lo firma un tal Manolo y apunto mentalmente que debo prohibir a Gertrudis que siga dando mi dirección de e-mail para recibir mensajes de sus amantes. Además, nunca quiso hacer lo de las hormigas conmigo.
¡Por fin! Respuesta de la agencia de relaciones a la que acudí para buscar a mi media naranja, “o fruto sucedáneo más o menos digerible”, agregué en mi carta de presentación. Tampoco hay que ser tan exigente. Me comentan en su mensaje que han seguido los pasos habituales y tras introducir en su banco de datos mis preferencias en materia de relaciones, los requisitos que debe cubrir mi posible compañera, las exigencias intelectuales y físicas y los deportes que quisiera compartir con ella, por fin han obtenido resultados. Se disculpan por el retraso, pero argumentan en su favor que han tenido que renovar el personal varias veces debido a las renuncias en masa provocadas por mi gestión y agregan que ¡la han hallado! Responde, me dicen, punto por punto a mis peticiones, parece creada para cumplir mis sueños, desde los más tiernos hasta los más perversos. Lo malo, me informan, es que esa variedad de iguana de las regiones árticas, se extinguió hace por los menos 20.000 años. Suspiro. Siempre pensé que no había nacido en la era adecuada.
No puedo seguir llorando porque suena mi teléfono móvil y es la mi agente literaria, que me pregunta, con el respeto que le provoca el valor de mis escritos, que “cómo has sido capaz de escribir una bazofia de tal calibre”.
- Me alegro de que te guste -digo
- Lo que me gustaría es pagarte una lobotomía, pero sería dinero tirado, porque no creo que con medio cerebro puedas hacerlo peor.
No contesto nada, porque ya estoy habituado a su fino sentido del humor cuando se refiere a mí, aunque a lo de dejarme encerrado en el balcón de la agencia, a ocho pisos de altura y durante todo un fin de semana, la verdad, no acabé de encontrarle la gracia.
- ¿Cómo te manejas con el correo electrónico? -pregunta.
- Regular. Siempre me hago un lío al pegarle los sellos, pero no volveré a intentarlo con la lengua, que la última vez casi me electrocuto.
-Olvídalo -suspira-. El caso es que te he remitido varios e-mails de lectores que han llegado a la agencia a tu nombre. Seguro que son insultos, así que mejor los respondes tú.
Ha colgado y me apresuro a abrir el archivo remitido bajo el título de “para el memo”.
El primer e-mail promete:
“Querido Carlos: detrás de tu aparente imbecilidad congénita he detectado una sensualidad sin límites y una sensibilidad que me excita. No importa que tu ex, Gertrudis, ese pendón desorejado, sea incapaz de valorar tus atractivos. Me llamo Valeria y estoy dispuesta a cometer contigo todas las locuras posibles y algunas por inventar. Como sé que eres hombre al fin -o algo parecido- y que el físico os importa mucho, te diré que he sido reina de belleza en varias ocasiones, y que más de un poeta ha perdido la razón por mis encantos. Cuando quieras, lo que quieras, cómo quieras, siempre tuya, Valeria.
PD: No creas que soy la típica tonta inexperta que luego se echará atrás cuando llegue el momento. Tengo experiencia, y no en vano este mes he cumplido 115 años. Te envío dos fotos mía, desnuda, desde luego. Una de cuándo fui Miss Liguero 1907, y otra, también desnuda, de la semana pasada.”
Le respondo de inmediato:
“Querida Valeria: es imposible resistir tu oferta, y menos después de ver las fotos. Pero por el momento, lo ajetreado de mi agenda me impide concretar nuestra cita de inmediato, por lo que te pido un poco de paciencia. 30 o 40 años, como mucho. Salvo que antes de esa fecha se invente la máquina del tiempo y pueda viajar a 1907.
Tuyo, Carlos.”
El siguiente es un ferviente admirador de mi talento:
“Salem, tío: Leo cada mes la revista y soy un forofo de tus relatos, aunque me indigna ver lo que tienes que pasar por culpa de Gertrudis. Olvídala, tío, no te merece. Vale que por lo que cuentas es guapísima, que tiene menos reparos morales que un ministro, y que sea insaciable en la cama. Vale que además, a juzgar por lo que cuentas, está más buena que un camión de quesos y que se debe saber de memoria todo el Kamasutra, y que… a propósito, ¿me podrías facilitar su teléfono o su dirección, para decirle todo esto a la cara?
Un abrazo, Ernesto Cador de Piernas.”
Respondo, agradecido:
“Querido Ernesto: Gracias por compadecerte de mí, es increíble la solidaridad que despierta mi caso, porque el tuyo es el e-mail número 23.437 que expresa esa comprensión y se ofrece para recriminar en persona a Claudia su actitud. Para evitar aglomeraciones, he creado una lista de espera en la que procedo a apuntarte. Como todo indica que la demora será considerable, te envío en documento adjunto la foto y dirección de una buena amiga, Valeria, que sin duda sabrá hacerte agradable la espera.”
Hay muchos e-mail más, de lectores de mis libros, y debo responderlos todos .Pero a modo de resumen diré, para la amable lectora Elsa Bañón Rojo, que no, que no tengo previsto esterilizarme todavía, aunque agradezco su ofrecimiento de correr con los gastos. Lo mismo vale para todos los particulares e instituciones que han realizado la misma oferta (453), y para los lectores que han tenido la gentileza de invitarme a su casa “para demostrarle a mi mujer que yo no soy el más gilipollas de España”. Lamentablemente no puedo ir a todos los sitios, como no puedo aceptar la invitación para viajar a la Antártida y escribir allí un ensayo sobre la incidencia de la fauna tropical en la decoración de interiores de los iglús.
Lamento entonces no utilizar el billete de avión pagado -sólo ida- que me llegó por correo.
Lo que no entiendo es por qué ese mensaje tenía como remitente la dirección de correo electrónico de mi agente.
Basta por hoy.
Ha llegado la hora de los placeres.
Desenvuelvo un caramelo de licor, lo introduzco en mi boca y lo saboreo. Enciendo la Nintendo y me zambullo en el Ghost Trick. El protagonista está muerto desde que empieza el juego y debe averiguar quién y por qué lo ha matado. Y para hacerlo ,como es un fantasma, debe ir ocupando diferentes objetos que están a su alcance. El primer escenario es un vertedero y el detective se dispone a ir viajando por la basura.
Desde luego, los hay con suerte.
miércoles, 9 de febrero de 2011
El Experimento Azul, nº 5
Querido diario:
Tras las extravagantes experiencias sufridas por haberme obsesionado con el Ghost Trick de Nintendo, he tomado las riendas de mi vida para devolverla a la normalidad, y he empuñado el timón de mi barca vital, decidido a esquivar escollos con intuición digna del capitán del Titanic. Vale, no ha sido un buen ejemplo, ¿pero qué esperabas después de pasarme semanas deambulando por los tejados de Madrid para eludir los intentos de Vanessa Montfort y David Torres por apropiarse de mis avances en el juego del detective fantasma?
No es que haya dejado de jugar pero sí he limitado el tiempo que le dedico a un número determinado de horas.
Y esta mañana volví a disfrutar de las pequeñas alegrías que supone vivir en el sencillo y laborioso barrio de Lavapies. Salí a pasear y lo primero que percibí fue que el invierno está cediendo en su empeño de congelarnos. Casi podría decirse que la primavera ya está aquí. Lo descubrí esta mañana porque mi casera, la vieja señora Kowalsky, llevaba sólo un jersey de cuello alto con guantes y bufanda a juego, y un abrigo hasta los tobillos. En diciembre parece un ovillo de lana ambulante. Me saludó con un afectuoso escupitajo que un escritor como yo, habituado a las situaciones peligrosas, hubiera esquivado sin dificultad si la señora Kowalsky fuera ciega. Comprobé que sigue manteniendo su vista de águila y me alegré por ella. Siente verdadera devoción por mí desde que resolví -como pago de los intereses de alquileres atrasados- el asunto de las misteriosas desapariciones de su marido. Tras varias noches de guardia, la primera vez que no me quedé dormido a las nueve y media, descubrí que el pobre señor Kowalsky, nativo de Siberia, añoraba el frío de su patria, por lo que a medianoche se ponía su mejor traje, una flor en el ojal, y se refugiaba en la nevera. Me cobré las pesquisas con los intereses de cuatro meses de alquiler, y recomendé a mi casera que acompañara a su marido en su inocente fantasía.
Lo malo fue que esa noche, cuando abrió la nevera, lo sorprendió en posición comprometida con una langosta del Báltico.
Desde entonces, mi casera monta guardia con una escopeta dentro del refrigerador, y estuvo a punto de ir a la cárcel por el asesinato de una pierna de cordero que, seamos sinceros, iba provocando. Se salvó porque la policía no pudo hallar el cuerpo del delito. El asado me sentó fatal, pero los tiempos no están para rechazar invitaciones, Querido Diario, sobre todo si te la formulan con amabilidad y una escopeta de perdigones.
Pero se acerca la primavera y me acerco al final del Ghost Trick, no como el febril jugador que fui hasta hace poco, sino como un responsable usuario de excelente artilugio dedicado al ocio y la superación. De modo que, bañado por el tibio sol de mediodía y sentado en una terraza de Tirso de Molina, apunto en un folio mis buenos propósitos a cumplir en breve:
1)Dejar de beber.
2) Dejar de fumar.
3) Dejar de pasar interminables noches de lujuria con bellas mujeres insaciables.
Recuerdo que en varias ocasiones he querido darme a la bebida y ella me rechazó. Además, mi economía sólo da para un tetra brick de Don Simón cada quince días y dos botellas de casera. No cuela.
Tacho Dejar la bebida.
El tabaco. Fumar es un placer, genial, sensual. Recuerdo a Nidia, a quien solía tararear la melodía de El humo ciega tus ojos y eso la hacía llorar. Me amaba con pasión hasta que le operaron de cataratas y dejamos de gustarle la canción y yo.
Tacho Dejar de fumar. Para un vicio seco que tengo… Cavilo un par de horas sobre cuáles serán los vicios húmedos y concluyo que tendrán algo que ver con las tardes de lluvia. Descartados: me resfrío con facilidad.
Dejar de pasar interminables noches de lujuria con bellas mujeres insaciables. Medito sobre mi vida sexual de los últimos meses, y en un arranque de sinceridad tacho el punto 3 de mi lista y escribo: Dejar de mentir. (Debo recomendar a mi amigo David Torres que haga lo mismo, ya que según he sabido, desde que escribió en su blog que había llegado al final del Ghost Trick, la gente lo señala entre carcajadas por la calle y hasta los han propuesto para desempeñar el cargo de Presidente Honorario de la prestigiosa ONG “Troleros Sin Fronteras”.)
Suena el móvil en el preciso momento en que la pelirroja Lynne, en el juego, está a punto de dejarse matar otra vez, y tanto el detective espectral, Sissel, somos incapaces de salvarla. Debo atender el teléfono. Seguro que es Gertrudis, mi ex, que después de cuatro años, dos semanas, seis días y nueve horas de separación (tal vez sean diez horas, no es que lleve la cuenta), ha comprendido que no puede vivir sin mí. Si es así, ha tardado 57, 32 novios en descubrirlo, pero es que ella siempre fue muy de analizarlo todo con calma. No es Gertrudis, sino la directora de una revista que suele encargarme reportajes y cuentos porque dice que le recuerdo al hijo “que por suerte no tuve”. Espero que esté de buen humor, y cuando al descolgar me llama “organismo mononeurónico deplorable“, se que estoy en lo cierto. Cuando está enfadada me llama cosas peores y en esta ocasión, al menos me concede una neurona de crédito. Me amenaza amablemente con enviarme dos gigantescos albano-kosovares a partirme las piernas si no le envío esta misma tarde el cuento que me encargó. Cuelga y advierto que en la Nintendo DS, Lynne se ha salvado. ¡La hemos salvado! Pero, ¿cómo? A ver si al final tenía razón Gertrudis al asegurar que las mejores noches de pasión que pasó conmigo tuvieron lugar durante mis ataques de sonambulismo. Debo pensar en ello, pero antes necesito resolver lo del cuento. No sé en que parte del mundo queda Albanokosovaria, pero no hay que tentar la suerte. Camino hasta el quiosco. Necesito ideas y como todo creador contemporáneo, me dedicaré a la disciplina más usada: copiar descaradamente. Dudo. Por un momento creo que en lugar de mi kiosco habitual he caído en un bazar de todo a 100. Pero el dueño no es un chino, sino mi amigo el quiosquero, Pablo, poeta en los ratos libres y portero de discoteca para mitigar las noches de soledad y machacar alguna que otra cabeza.
Veo colecciones de todo lo imaginable. Por 3,95 euros puedo iniciarme en el apasionante mundo de las ensaladeras en miniatura, o hacerme con trocitos de césped de los más famosos estadios de fútbol de Asia, o ¿por qué no? coleccionar bolsitas para emergencias de todas las líneas aéreas del globo, y entrar en el sorteo de una usada en su momento por Yeltsin, patrocinada por una marca de vodka; incluso podría lanzarme al desenfreno y hacerme, semana a semana, con una atrevida serie de fotos eróticas de la Reina Madre de Inglaterra.
Pablo me mira como si fuera un marciano cuando le pregunto si en realidad la gente compra tantos coleccionables.
—Tú es que vives en la luna, Salem. Si yo mismo estoy a punto de terminar mi colección sobre las variedades del papel higiénico a lo largo del mundo y de la historia. Viene con muestras certificadas, y cuando la acabe ¿sabes qué me regalarán?
No quiero saberlo y huyo a casa.
Vuelve a sonar el teléfono y esta vez sí es Gertrudis. Escucho con fingida indiferencia. Quiere volver a casa. No suplica pero le falta poco. Me hago el duro y la hago sufrir durante una buena fracción de segundo. Después cedo. Me da las gracias como antes, con la voz teñida de emoción.
— Eres el gilipollas más sensible que he conocido.
Y cuelga. Vendrá esta noche.
Canto. Limpio mi cuchitril y bajo a recuperar el gato del patio. Al fin y al cabo, fue Claudia quien lo hizo embalsamar cuando vivíamos juntos. Vuelve. Esta noche. Soy feliz y no pienso dejar que las minucias estropeen el momento: no importa que su retorno se deba a que la han echado de su piso, ni que se mude a mi casa con su nuevo novio senegalés, ni que fueran sus gemidos amatorios provocados por el moreno la causa de su expulsión del anterior domicilio. Seguro que se lo trae por que le da pena el pobre inmigrante, Claudia siempre ha sido muy solidaria. Y de paso, para disimular que me extrañaba.
Comienzo a empaquetar mis libros.
Claudia me he dicho que haga espacio en los estantes, porque también se trae su colección fascículos y relojes de arena, y tendré que encargarme de hacerlos girar cada hora.
Sólo son 258.
Tengo tiempo porque Gertrudis y Bnamhmwammboo (en casa le dicen Tito) llegarán a la anochecer. Enciendo la Nintendo y me sumerjo en el Ghost Trick. Si me entreno lo suficiente, podré jugar con una mano, mientras con la otra voy volteando los relojes de arena.
Tras las extravagantes experiencias sufridas por haberme obsesionado con el Ghost Trick de Nintendo, he tomado las riendas de mi vida para devolverla a la normalidad, y he empuñado el timón de mi barca vital, decidido a esquivar escollos con intuición digna del capitán del Titanic. Vale, no ha sido un buen ejemplo, ¿pero qué esperabas después de pasarme semanas deambulando por los tejados de Madrid para eludir los intentos de Vanessa Montfort y David Torres por apropiarse de mis avances en el juego del detective fantasma?
No es que haya dejado de jugar pero sí he limitado el tiempo que le dedico a un número determinado de horas.
Y esta mañana volví a disfrutar de las pequeñas alegrías que supone vivir en el sencillo y laborioso barrio de Lavapies. Salí a pasear y lo primero que percibí fue que el invierno está cediendo en su empeño de congelarnos. Casi podría decirse que la primavera ya está aquí. Lo descubrí esta mañana porque mi casera, la vieja señora Kowalsky, llevaba sólo un jersey de cuello alto con guantes y bufanda a juego, y un abrigo hasta los tobillos. En diciembre parece un ovillo de lana ambulante. Me saludó con un afectuoso escupitajo que un escritor como yo, habituado a las situaciones peligrosas, hubiera esquivado sin dificultad si la señora Kowalsky fuera ciega. Comprobé que sigue manteniendo su vista de águila y me alegré por ella. Siente verdadera devoción por mí desde que resolví -como pago de los intereses de alquileres atrasados- el asunto de las misteriosas desapariciones de su marido. Tras varias noches de guardia, la primera vez que no me quedé dormido a las nueve y media, descubrí que el pobre señor Kowalsky, nativo de Siberia, añoraba el frío de su patria, por lo que a medianoche se ponía su mejor traje, una flor en el ojal, y se refugiaba en la nevera. Me cobré las pesquisas con los intereses de cuatro meses de alquiler, y recomendé a mi casera que acompañara a su marido en su inocente fantasía.
Lo malo fue que esa noche, cuando abrió la nevera, lo sorprendió en posición comprometida con una langosta del Báltico.
Desde entonces, mi casera monta guardia con una escopeta dentro del refrigerador, y estuvo a punto de ir a la cárcel por el asesinato de una pierna de cordero que, seamos sinceros, iba provocando. Se salvó porque la policía no pudo hallar el cuerpo del delito. El asado me sentó fatal, pero los tiempos no están para rechazar invitaciones, Querido Diario, sobre todo si te la formulan con amabilidad y una escopeta de perdigones.
Pero se acerca la primavera y me acerco al final del Ghost Trick, no como el febril jugador que fui hasta hace poco, sino como un responsable usuario de excelente artilugio dedicado al ocio y la superación. De modo que, bañado por el tibio sol de mediodía y sentado en una terraza de Tirso de Molina, apunto en un folio mis buenos propósitos a cumplir en breve:
1)Dejar de beber.
2) Dejar de fumar.
3) Dejar de pasar interminables noches de lujuria con bellas mujeres insaciables.
Recuerdo que en varias ocasiones he querido darme a la bebida y ella me rechazó. Además, mi economía sólo da para un tetra brick de Don Simón cada quince días y dos botellas de casera. No cuela.
Tacho Dejar la bebida.
El tabaco. Fumar es un placer, genial, sensual. Recuerdo a Nidia, a quien solía tararear la melodía de El humo ciega tus ojos y eso la hacía llorar. Me amaba con pasión hasta que le operaron de cataratas y dejamos de gustarle la canción y yo.
Tacho Dejar de fumar. Para un vicio seco que tengo… Cavilo un par de horas sobre cuáles serán los vicios húmedos y concluyo que tendrán algo que ver con las tardes de lluvia. Descartados: me resfrío con facilidad.
Dejar de pasar interminables noches de lujuria con bellas mujeres insaciables. Medito sobre mi vida sexual de los últimos meses, y en un arranque de sinceridad tacho el punto 3 de mi lista y escribo: Dejar de mentir. (Debo recomendar a mi amigo David Torres que haga lo mismo, ya que según he sabido, desde que escribió en su blog que había llegado al final del Ghost Trick, la gente lo señala entre carcajadas por la calle y hasta los han propuesto para desempeñar el cargo de Presidente Honorario de la prestigiosa ONG “Troleros Sin Fronteras”.)
Suena el móvil en el preciso momento en que la pelirroja Lynne, en el juego, está a punto de dejarse matar otra vez, y tanto el detective espectral, Sissel, somos incapaces de salvarla. Debo atender el teléfono. Seguro que es Gertrudis, mi ex, que después de cuatro años, dos semanas, seis días y nueve horas de separación (tal vez sean diez horas, no es que lleve la cuenta), ha comprendido que no puede vivir sin mí. Si es así, ha tardado 57, 32 novios en descubrirlo, pero es que ella siempre fue muy de analizarlo todo con calma. No es Gertrudis, sino la directora de una revista que suele encargarme reportajes y cuentos porque dice que le recuerdo al hijo “que por suerte no tuve”. Espero que esté de buen humor, y cuando al descolgar me llama “organismo mononeurónico deplorable“, se que estoy en lo cierto. Cuando está enfadada me llama cosas peores y en esta ocasión, al menos me concede una neurona de crédito. Me amenaza amablemente con enviarme dos gigantescos albano-kosovares a partirme las piernas si no le envío esta misma tarde el cuento que me encargó. Cuelga y advierto que en la Nintendo DS, Lynne se ha salvado. ¡La hemos salvado! Pero, ¿cómo? A ver si al final tenía razón Gertrudis al asegurar que las mejores noches de pasión que pasó conmigo tuvieron lugar durante mis ataques de sonambulismo. Debo pensar en ello, pero antes necesito resolver lo del cuento. No sé en que parte del mundo queda Albanokosovaria, pero no hay que tentar la suerte. Camino hasta el quiosco. Necesito ideas y como todo creador contemporáneo, me dedicaré a la disciplina más usada: copiar descaradamente. Dudo. Por un momento creo que en lugar de mi kiosco habitual he caído en un bazar de todo a 100. Pero el dueño no es un chino, sino mi amigo el quiosquero, Pablo, poeta en los ratos libres y portero de discoteca para mitigar las noches de soledad y machacar alguna que otra cabeza.
Veo colecciones de todo lo imaginable. Por 3,95 euros puedo iniciarme en el apasionante mundo de las ensaladeras en miniatura, o hacerme con trocitos de césped de los más famosos estadios de fútbol de Asia, o ¿por qué no? coleccionar bolsitas para emergencias de todas las líneas aéreas del globo, y entrar en el sorteo de una usada en su momento por Yeltsin, patrocinada por una marca de vodka; incluso podría lanzarme al desenfreno y hacerme, semana a semana, con una atrevida serie de fotos eróticas de la Reina Madre de Inglaterra.
Pablo me mira como si fuera un marciano cuando le pregunto si en realidad la gente compra tantos coleccionables.
—Tú es que vives en la luna, Salem. Si yo mismo estoy a punto de terminar mi colección sobre las variedades del papel higiénico a lo largo del mundo y de la historia. Viene con muestras certificadas, y cuando la acabe ¿sabes qué me regalarán?
No quiero saberlo y huyo a casa.
Vuelve a sonar el teléfono y esta vez sí es Gertrudis. Escucho con fingida indiferencia. Quiere volver a casa. No suplica pero le falta poco. Me hago el duro y la hago sufrir durante una buena fracción de segundo. Después cedo. Me da las gracias como antes, con la voz teñida de emoción.
— Eres el gilipollas más sensible que he conocido.
Y cuelga. Vendrá esta noche.
Canto. Limpio mi cuchitril y bajo a recuperar el gato del patio. Al fin y al cabo, fue Claudia quien lo hizo embalsamar cuando vivíamos juntos. Vuelve. Esta noche. Soy feliz y no pienso dejar que las minucias estropeen el momento: no importa que su retorno se deba a que la han echado de su piso, ni que se mude a mi casa con su nuevo novio senegalés, ni que fueran sus gemidos amatorios provocados por el moreno la causa de su expulsión del anterior domicilio. Seguro que se lo trae por que le da pena el pobre inmigrante, Claudia siempre ha sido muy solidaria. Y de paso, para disimular que me extrañaba.
Comienzo a empaquetar mis libros.
Claudia me he dicho que haga espacio en los estantes, porque también se trae su colección fascículos y relojes de arena, y tendré que encargarme de hacerlos girar cada hora.
Sólo son 258.
Tengo tiempo porque Gertrudis y Bnamhmwammboo (en casa le dicen Tito) llegarán a la anochecer. Enciendo la Nintendo y me sumerjo en el Ghost Trick. Si me entreno lo suficiente, podré jugar con una mano, mientras con la otra voy volteando los relojes de arena.
martes, 8 de febrero de 2011
lunes, 7 de febrero de 2011
El Experimento Azul, nº4
Querido Diario:
Como te comentaba la última vez que escribí en tus páginas, he superado la adicción que adquirí por el Ghost Trick desde que Fernando Marías me involucró en lo que ha dado por llamar El experimento Azul. Y lo peor es que nada de esto ha salido en los papeles de Wikileaks, para que veas que con lo importante no se atreven. ¿Qué es el Experimento Azul? Pues un malvado plan consistente en coaccionar a tres novelistas relacionados con el género negro, darles una consola Nintendo DS XL y un ejemplar del citado juego, para comprobar si se puede hacer novela negra en ese formato.
Y vaya si se puede. Desde que empecé a jugar, mi vida se convirtió en una novela, no sólo negra, sino multicolor, invadiendo géneros y reinventándolos, como ocurre en el Ghost Trick.
Para que veas que no exagero, te cuento lo que me ocurrió en el hospital, al que llegué tras el ataque de risa permanente sufrido cuando leí un post de David Torres anunciando que había llegado al final del juego. Él, que necesita instrucciones para abrir la nevera. Como no dejaba de reír, llegó una ambulancia que me trasladó con urgencia al hospital, temerosos los abnegados para-médicos de que hubiera perdido la razón. Lo que perdí fue el sentido, a medias, agotado por la risa incesante. En esa duermevela mis carcajadas sonaban como ajenas, y creí haber atravesado la frontera de la realidad, ya que el espiar al médico con los ojos entornados, juraría que llevaba el pelo igual que el detective fantasma que protagoniza el juego. Y en cuanto a la enfermera que me aplicaba oxígeno, podría asegurar que era la misma pelirroja con coleta que durante cientos de horas habíamos intentado -el detective y yo- salvar de su recurrente tendencia a dejarse matar. Hasta el anestesista delgado y nervioso, que botaba de un lado al otro del quirófano, se me antojaba hermano gemelo del inspector del juego, un tipo raro con complejo de Travolta que oculta algo y estuve a punto de descubrirlo cuando sufrí la crisis.
-Se nos va -dijo el médico y temblé de miedo.
-¿No hay nada que podamos hacer, doctor? -se preocupó la pelirroja..
Abrí un poco más los ojos, sin dejar de reír cada vez que recordaba la baladronada de Torres. El médico y la enfermera no me estaban mirando a mí, sino a la consola Nintendo, que habían dispuesto bajo un foco en la camilla vecina.
-Este animal lleva días sin recargar la consola -dijo el doctor- y la adaptación que le hizo para conectarla a la placa solar que llevaba a la espalda, es una chapuza.
Ella le secó el sudor del a frente mientras el noble hipócrita intentaba salva la consola y yo seguía riendo sin parar.
-Lo hemos conseguido -susurró el médico horas más tarde-. Ha costado, pero la consola funciona otra vez.,
-Es usted un genio, doctor -dijo la enfermera admirada. Luego giró la cabeza hacia mí y murmuró -: ¿Y por él, no podremos hacer nada?
- Por mí, como si se la pica un pollo, después de lo que hizo con la consola...
Y se marcharon, dejándonos a la Nintendo y a mí en sendas camillas. A la consola la habían tapado con una manta. A mí me dejaron desnudo y atado a la camilla.
La sensación de irrealidad se hizo más fuerte, mis ojos enturbiados por las lágrimas que me provocaba la risa. ¿Y si había cruzado el límite, si de verdad estaba ya del lado de la fantasía y no podía volver? Sonreí burlonamente pensando en mi casera, pero no pude disfrutar mucho tiempo de la sensación, porque escuché voces junto a la puerta. Una era la de la enfermera, declarando que mi estado era delicado y no podía recibir visitas. La voz de hombre que le respondió, grave pero tímida, argumentó que sólo serían unos segundos, y lo secundó una voz chillona e impertinente de mujer.
-Mira, guapa, somos periodistas del Daily Planet y tenemos derecho a informar. Me llamo Lois Lane y el palurdo que viene conmigo es Clark Kent, así que déjanos pasar si no quieres que te empapelemos…
La puerta se abrió y pude divisar las dos siluetas.
-No deja de reír, Clark. ¿Tu crees que…?
-Sí, Lois, Me temo que el ciudadano Salem ha sido víctima del gas hilarante del Joker…
-Pobre desgraciado…
-No todo está perdido, Lois. Seguro que Batman tiene el antídoto y no tardará en venir.
-No lo digo por eso, Clark. Es que este tío está desnudo. Y da pena…
- Un poco, sí, Lois.
Y se marcharon, mientras yo le deseaba a Clarkito que Luthor le hubiera frotado sus calzoncillos favoritos con kirptonita y a Lois que la destinaran a trabajar en un diario español, que así se enteraría de lo que bueno.
Riendo, me dormí. Desperté sin dejar de reír y todo estaba en penumbras. Detecté ami lado una presencia que un instante antes no estaba allí. Entreabrí los párpados y divisé la sombra corpulenta y oscura, la presencia nocturna y poderosa que podía salvarme. Su musculosa figura estaba cubierta por un manto oscuro que la hacía confundirse con la noche, ser la esencia misma de la noche, su peligro y también su única opción de justicia, por implacable que fuera.
-Batman, has venido -murmuré agradecido.
-¡Qué Batman ni que murciélago a la parrilla! -dijo soltándome un bofetón que me curó de inmediato el ataque risa-. Soy la hermana Sor Vicisitudes, enfermera de este hospital, y estoy hasta el moño de que siempre me toquen los enfermos más colgados.
Abrí los ojos y, en efecto, era una monja. Con cuerpo de levantador de pesas, pero monja. Con la sombra de una barba cerrada pintando su rotunda barbilla, pero monja. Aunque no era la primera monja que conocía con ese aspecto.
-¿Y todo esto empezó por este aparatito -dijo tomando la Nintendo que se perdió en sus enormes manos -. Ya no saben que inventar, los jodíos…
-Usted no comprende, hermana.
-¡Calla, gandul! Y cúbrete con esta manta las vergüenzas, que en tu caso, más que una frase arcaica casi en desuso, es una descripción piadosa.
Me hice un pañal con la manta mientras Sor Vicisitudes se adentraba en los misterios del Ghost Trick:
-¿Pero esta pelirroja es tonta o qué? ¡Otra vez se ha dejado matar!
-Eso no es nada, hermana. Tengo un amigo que asegura haber llegado hasta el final del juego en sólo unos días…
-Sí, seguro. Y yo soy la novia del Papa, no te jode…
En el pasillo resonó una carcajada histérica que me puso los vellos de punta.
-Hermana, ya sé usted no es Batman, pero… ¿Y si es cierto que el Joker está detrás de esto?
-¡Qué Joker ni qué payaso frito! Ese es el chalado de la 215, un tal David Torres, al que ingresaron hace un rato porque no hace más que repetir que conoce “el gran secreto”… El pobre está como una regadera… Menos mal que lo dejé al cuidado de una enfermera pelirroja muy maja…
-¿Llevaba el pelo en una coleta, era pelirroja?
-No.
-¡Entonces no es una enfermera, es Vanessa Montfort, hermana! Seguro que ella y Torres se han colado en el hospital y quieren robar mi consola, para apropiarse de mis avances en el juego…
-Tú también estás chalado, calvito…
-¿Ya ha llegado a la pantalla en la que la pelirroja muere aplastada por un muslo de pollo gigante? -pregunté con mala intención.
-Sí. ¡Y es imposible salvarla, voto a Santa Sisebuta!
-Yo sé cómo hacerlo…
-¿Tú, piltrafilla? ¿De verdad?
-Y se lo enseñaré si me ayuda a escapar de esos dos.
La monja se irguió en toda su estatura y sacó pecho:
-En un momento lo arreglo. Tú espera aquí.
Regresó cinco minutos más tarde, sacudiéndose las palmas de las manos:
-Asunto arreglado. Tenías razón: esos dos estaban compinchados. Pero pude anestesiarlos y ya están rumbo al quirófano; ella para que le practiquen un aumento de pecho al tamaño de Pamela Anderson, y a él para que la hagan una vasectomía triple. ¿O era el revés? Da igual, nosotros a lo nuestro.
En ese momento, se oyó una explosión, y una carcajada siniestra, diferente de las anteriores. Una voz llenó el silencio, preguntado en tono burlón:
-¿Murciélago, dónde estás murcielaguito? Ven con papi, JA JA JA JA!
Sor Vicisitudes salió por la puerta y luego se escuchó un fuerte ruido de lucha, intercalado con ayes, rugidos y risas histéricas. La puerta se abrió y la monja me dijo con voz ronca:
-Como pille al cerrajero del Asilo Arkham, vamos a tener más que palabras. Era el Joker, nomás. Lo he retenido por un tiempo, pero volverá a la ataque. Pilla la consola, piltrafilla, que nos vamos.
-¿Cómo, donde? -alcancé a preguntar sin comprender nada.
La monja me aferró en sus fuertes brazos y saltó conmigo por la ventana. Cerré los ojos esperando el impacto contra el pavimento, pero sonó una explosión ahogada y sentí un fuerte tirón hacia arriba. Luego me desmayé.
Desperté hace dos días en esta cueva que es bastante confortable, si no tenemos en cuenta la humedad. Batman/ Sor Vicisitudes dice que me dejará marchar cuando el peligro haya pasado, pero yo sé que sólo quiere que le revele el secreto del Ghost Trick. Menos mal que Alfred, el mayordomo, cocina como una madre y estoy recobrando fuerzas. En cuanto a Robin, sé que me odia, pero como está de interna en un colegio de religiosas, sólo viene a molestarnos los fines de semana.
Lo bueno es que he recuperado la cordura y ya nada podrá detenerme.
Esta noche, cuando Batman salga a patrullar la ciudad o a la última misa, escaparé, querido diario. Y la Nintendo DS con el Ghost Trick, vendrá conmigo. Sé que la monja justiciera sufrirá por mi partida, pero acabará por aceptarlo.
Lo nuestro es imposible. Desde la más tierna infancia soy agnóstico, y además, tengo alergia a los murciélagos.
martes, 1 de febrero de 2011
El experimento Azul nº3
El Experimento Azul, nº3
Querido Diario:
Al fin puedo decirlo en voz alta: ¡he superado la adicción que adquirí por el Ghost Trick de Nintendo!
Estaba harto de merodear por los tejados de Tirso de Molina, cargando a la espalda una placa solar para alimentar la consola, disputando con las palomas las migas que dejan las ancianas en los balcones y hay que ver los picotazos que pegan, las malditas (me refiero a las palomas y no a las venerables ancianas, querido diario); harto de lavarme cuando llovía y vestirme con lo que tomaba prestado de los tendederos (la última semana me refugié en los tejados de un bloque ocupado por estudiantes del programa ERASMUS y hay qué ver lo poco que abrigan y lo incómodos que resultan los tangas, que era lo único que las gráciles estudiantes de intercambio ponían a tender); minada mi autoestima de escritor emergente (cada vez que escucho esa definición imagino a un tipo con el agua al cuello y en puntas de pie y el tipo se me parece) a causa de mi debilidad por un simple -no tan simple- juego de misterio.
Vale que los gráficos son excelentes y los personajes tan delirantes que alguno hasta podría haber aparecido en una de mis novelas.
Y que la trama de Ghost Trick está bien urdida que, además de cumplir las pruebas necesarias para ir pasando de nivel, uno quiere saber qué ocurrirá después, quién mató al detective fantasma que protagoniza la aventura. Y que, sobre todo, uno necesita averiguar por qué ha regresado de la muerte. De acuerdo que la variedad de escenarios amplia tanto las posibilidades que el jugador se siente dentro de la historia, y que el humor de las situaciones ayuda a evitar topicazos y momentos falsos; y reconozco que en conjunto, el juego atrapa hasta hacer perder la noción del tiempo.
Pero entre nosotros, no es para tanto.
Comencé a saber que había perdido el control cuando fui entrevistado, en un tejado tapizado de recuerdos de los almuerzos de las aves migratorias y de las otras, por una periodista con ojos peligrosos que decía llamarse Laura. Como buen profesional ( es decir sin dejar de jugar mientras la atendía) respondí a sus preguntas sin perder de vista que acaso fuera una espía de mis compañeros-rivales-competidores-enemigos en el Experimento Azul, Vanessa Montfort y David Torres.
¿Que exagero, querido diario?
Pues no.
En estos días he aprendido mucho viviendo en el cráneo erizado de tejas de Madrid. Y te sorprenderá saber que la única paloma que mostró compasión y cierta amistad por mí durante ese exilio de azoteas, acabó confesado que había sido entrenada y seducida (me avergüenza explica aquí mediante qué métodos), por Torres, para espiar mis avances en el juego. Martina, que así se llama la paloma, una vez que logramos entendernos en su lenguaje de arrullos, comprendió la ruindad del plan de mi amigo (¿?), la bajeza que supone recurrir a ese tipo de estratagemas para sacar ventaja en un simple juego, y la poca calidad humana que hay que tener para planear algo así. Y acabó aceptando espiar a Torres en mi beneficio tras llegar a un acuerdo cuyos términos te ahorraré, que igual esto lo leen niños y no es plan.
Y en cuanto a Montfort, esa dulce y rojiza muchacha espigada, te diré que tengo la certeza de haberla visto asomada a la ventanilla de un avión comercial (que no low cost, la pelirroja tiene estilo), armada de unos binoculares e intentando vislumbrar desde lo alto mis progresos en las pantallas de Ghost Trick.
En ese dilema estaba, y sin poder dejar de jugar, cuando vino en mi ayuda el más inesperado de los aliados: el propio David Torres.
Ayer estaba yo huyendo de una banda de aparentes golondrinas que bien podrían haber sido pájaros robotizados teledirigidos por Montfort, cuando el azar (y las copiosas descargas orgánicas de esas golondrinas mecánicas seguramente fabricadas en Japón, hay qué ver qué realismo tenía la lluvia de caca) hizo que buscara refugio en un ático. Seguramente en el anuncio para alquilarlo lo habrían definido como un “Loft”, es decir que era un cuartito en la azotea sin paredes internas y con los muros decorados por algo que bien podría ser la obra de un pintor vanguardista de fama mundial o manchas de humedad de las de toda la vida. Un reflejo de la sofisticada vida moderna y el confort al alcance de todos en el nuevo siglo., Vamos, que podías cocinar sentado en el váter mientras te ponías moreno con el sol de invierno y sus tenues intentos, querido diario. Una vivienda tan reducida qué más de un poeta que conozco habría tenido que alquilar otra vivienda vecina para alojar su ego, porque ambos no cabrían. Una birria de casa. Pero con conexión wi fi a internet.
El ocupante no estaba a la vista y como allí todo estaba a la vista, deduje que habría salido en busca de un fotomatón para pasar en él la tarde y sentirse a sus anchas.
Las golondrinas cibernéticas de Vanessa se habían marchado y aproveché el wi fi para conectar mi Nintendo DS XL y buscar ayuda en la red.
No existe -aún- ninguna ONG de ayuda a los adictos al Ghost Trick. Tampoco en las páginas de acupuntura pude hallar indicios de medios milenarios para calmar mi ansia de seguir jugando.
Desesperado, escribí en el buscador el nombre del juego y la palabra “ayuda”. Le di al enter y esperé. El enlace me condujo al blog de David Torres y a una entrada reciente en la que hablaba de su experiencia con Ghost Trick.
Y en ella, Torres aseguraba haber llegado al final del juego y sin ayuda.
Recordé una llamada telefónica suya, durante la cual me ofreció dinero a cambio de explicarle cómo se encendía la consola, y cómo tuve que tranquilizarlo contándole que los personajes animados del juego son sólo imágenes y no pequeños seres coloridos que habitan la consola.
Volví a leer y el blog decía lo mismo: que mi amigo había terminado el juego solito y sin ayuda.
Y entonces empecé a reírme.
A reír sin parar.
A reír tanto que sentí cómo mi adicción se evaporaba.
A reír como un loco del chiste de Torres.
Y no pude dejar de reír, querido diario, hasta que regresó el ocupante del ático-LOT-cuartucho y llamó a la ambulancia y me llevaron a ese hospital y…
Pero eso te lo contaré mañana, Querido Diario. Porque lo que ocurrió después resulta difícil de creer.
Además, la monja duerme y como se despierte, temo por mi integridad.
Mañana te cuento, querido diario.
Si es que llego a mañana.
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