lunes, 14 de febrero de 2011

El Experimento Azul, número 8

- “Querido desperdicio; te envío este cedé porque supongo que estarás sumido en profundas reflexiones filosóficas, como tu vieja preocupación sobre la identidad sexual de Pikachu. Y por eso es probable que olvides ¡qué hoy es San Valentín y como no me hagas un buen regalo este año, te la cargas! Y no intentes escabullirte con excusas banales, como que te dejé por mi profesor de Tai chi -¿o fue por el chinito de la lavandería? Da igual: tenía ojos rasgados-, porque no cuela. Para que lo sepas, pienso a menudo en ti, en especial cuando tengo la tele puesta en La 2 y ponen un documental sobre la vida íntima de las babosas. Además, si no me haces un buen regalo, le diré a mi nuevo novio que me has tirado los trastos. Se llama
Iñaki y fabrica palillos de dientes a partir de troncos de roble. Con las manos. Un beso, Carlos. ¡Ah! Me olvidaba: como no pienso dejar que uses este cedé en mi contra, te advierto de que se autodestruirá en 15 segundos. Procura no tropezarte con el sofá cuando corras a apagar la cadena: uno, dos…"

Dejé a un lado la Nintendo DS XL, aunque estaba a punto de pasar otro nivel del Ghost Trick, y corrí hacia mi cadena de música, atento al sofá, salté con gracia incuestionable y lo esquivé.
-…cuatro, cinco, ese sofá, no, bobo: el pequeño, siete, ocho…
Me levanté del suelo y maldije el sofá pequeño. Me distraje un momento porque en la tele pasaban un documental sobre la vida íntima de las babosas y lo encontré sugerente, pero la voz grabada de Gertrudis me distrajo:
- doce, trece, catorce…
Salté hacia mi cadena de música. Demasiado tarde. De los altavoces salió un sonido indescriptible. Pedro Ruiz cantando a dúo con Pitingo Hacían los coros los expulsados de Operación Triunfo. No alcancé a reconocer el tema ejecutado. Salió humo de los altavoces y mi cadena se derritió.
Maldito San Valentín. No podía fallarle a Gerturdis, era por una buena causa. Desde hace años organiza en marzo un rastrillo con los regalos que recibe de sus ex novios por San Valentín. Quiso fundar una ong para recibir subvenciones oficiales, pero cuando los ex nos reunimos en asamblea, rechazamos por unanimidad el nombre de Idiotas sin Fronteras.
Regalos de amor, una condena sin libertad condicional. Dar mucho para recibir fruslerías. O no recibir nada. Me sentí injusto. En San Valentín de 2007, Gertru me había hecho un regalo valioso que nunca olvidaré. Era la factura de mi teléfono móvil, envuelta en cuatro kilos de papel de regalo, y correspondía al mes en el que mantuvo conversaciones de cuatro horas diarias con su amiga Yokería, de Tokio, para quejarse de mi falta de generosidad. Era un papel de regalo muy bonito. Y sabroso. Fue lo único que comí durante ese mes hasta que pagué la factura. Conservo un par de kilos para una cena especial.
Regalar a las ex, detalle de caballero. Un casanova arruinado pero gentil, un amante inolvidable que debe repetir su nombre para ser recordado, además de explicar fechas y ofrecer fotografías y otros datos. Ese soy yo. Pensé en regalar este San Valentín a todas mi ex. Cada una tendría un regalo acorde con su personalidad.
Por ejemplo, el primer amor.
Laura. Laura. Laura.
No es que la añore tanto, es que se llamaba así: Laura Laura Laura. Sus padres querían trillizas y sólo la tuvieron a ella. Pero valía por tres. Y abultaba por tres. LLL era tan impetuosa que cuando sus hormonas se disparaban, saltaba sobre mí en cualquier lugar, sin avisar. En su caso, lo de aquí te pillo, aquí te mato, era casi una descripción forense. Lo dejamos porque no le gustó mi propuesta de sexo telefónico: mi salud no admitía más encuentros cuerpo a cuerpo al cubo. Voy a regalarle las radiografías de mi última fractura múltiple: eso siempre la puso a cien.
¿Y la hiperactiva Leticia?
Bella, inteligente, muy sensual y expeditiva. Tan expeditiva, que cuando iniciábamos los juegos del amor y yo iba por el tercer grado en la inspección de sus zonas erógenas -consultando atentamente en el mapa que llevaba con ese fin-, ella ya estaba saliendo de la ducha. Una vez que me detuve en los prolegómenos de una larga noche de pasión carnal, me llamó desde el cine para contarme que la película estaba muy bien y que cuando acabara le diera de comer al gato. Era como hacer el amor con el Correcaminos. Decidí regalarle un cronómetro.
¿Y la psicóloga?
Siempre me fascinaron las psicólogas. Era bella, apasionada con grado 7 en la escala Mercalli y no dejaba de analizar las motivaciones de nuestros encuentros íntimos. Durante nuestros encuentros íntimos. No me molestaba tanto su análisis horizontal de mis caricias, como que dijera ajá en lugar de ¡huummmm! cada vez que le buscaba un punto de placer. Y siempre que alcanzaba el éxtasis me decía “¡Papá, Papá!” Eso acabó por molestarme y un día le dije: “Mira, Electra, yo no soy quien para medir tus complejos sexuales, pero me preocupa que cada vez que lo hacemos pongas una foto de tu padre delante de mi cara…”
Cortó de inmediato lo nuestro. Y casi corta lo mío cuando me persiguió con aquél cuchillo. No le regalaría nada.
En cuanto a Lorna, es imposible localizarla.
La última vez que llamé a su madre, me informó que había pasado a mejor vida. Pregunté por el lugar en que descansaban sus restos, y la madre me informó de que descansaba en las Islas Mauricio, con un financiero cachas y triunfador y que había pasado a mejor vida porque ya no salía con desechos como yo.
¿Y Lois, la fanática de la vida natural, la ecología, los safaris y los porteadores de los safaris? Recuerdo que para definir mis habilidades sexuales, me asociaba con animales. Me encantaba oírla decir que en la cama yo era sutil como un colibrí, ágil como un tigre y contundente como un hipopótamo. ¿O era ágil como un hipopótamo, sutil como un tigre y contundente como un colibrí? Da igual. Era algo de bichos. Opté por regalarle la biografía de Félix Rodríguez de la Fuente o las Memorias del Marqués de Sade. En ella, ambos libros harán el mismo efecto.
Dejé lo más difícil para el final: Gertrudis.
 Tras revisar mi situación financiera, descubrí que la importante cifra que tengo en el banco, al llevar delante un signo negativo, me impedía presumir de mis ingresos.
Comenzaba a desesperar cuando tuve esa idea. Hice las llamadas oportunas y despaché los e-mail necesarios. Será un San Valentín inolvidable. Para todos. Mis ex y los de Gertrudis podrán conocerse, compartir afinidades y arruinarse las vidas mutuamente.
En cuanto a Gertru, estaba claro.
Suspiré, me duché y me rocié con mi única mejor colonia. Después de secarme, comencé a envolverme con cuidado con el bonito papel de regalo, y antes de cerrar el envoltorio, encendí la Nintendo y volví al juego, que ya estoy a punto de concluir, llamé a la mensajería para que vengan a retirarme. Pegué la etiqueta con la dirección de Gerturdis y rodé hasta la puerta.
Será un regalo original. Sólo espero que el novio de Gertrudis no me confunda con un tronco de roble antes de que logre resolver el enigma del Ghost Trick

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