lunes, 19 de mayo de 2008

David Torres, en El Mundo, 6 de mayo de 2008

AQUI NO HAY PLAYA

Matar y guardar la ropa

David Torres


Siempre da un poco de tristeza, y también de vergüenza, ver cómo está el patio literario de la capital. Cerraron ya casi todos los garitos donde la poesía podía fornicar al aire libre. Que yo sepa, sólo el Bukowski sigue vivo en la calle San Vicente Ferrer, para que todas las noches de los miércoles la peña vaya a leer sus versos como el que sube a tirarse de cabeza a un trampolín de orejas. El demiurgo del Bukowski es Carlos Salem, un madrileño de adopción con apellido de bruja a la plancha que no sólo lleva pañuelo de pirata en la cabeza sino que gasta un par de lóbulos donde sólo falta el anillo caribeño y el loro balanceándose al hombro. Carlos se mueve en el camarote marxista (rama Groucho) del Bukowski como un maestro de ceremonias de voz ronca que todavía cree que del azar puede brotar un verso con la misma facilidad que el universo se hace y se deshace en las frescas burbujas del gin-tonic. En sus ratos libres, cuando no está tras la barra, ejerce la novela negra y su último libro, Matar y guardar la ropa, que me he leído este fin de semana en apenas un tirón, tendría que dar que hablar, si hubiera justicia poética en el mundo, más que toda esa agua de sifón que inunda las librerías de la capital.
Porque, ya que hablamos de literatura y de Madrid, es sencillamente una vergüenza que una de las capitales más negras de Europa no rinda todavía el homenaje que se merece al género criminal. Hay un Gijón negro, y una Barcelona negra, y hasta una Salamanca negra y un León negro, que ya es contra-natura. Creo que hace tiempo que se postula, en esas sombras propicias donde se mueven el sombrero de Marlowe y la pipa de Sherlock Holmes, un Getafe negro. ¿A qué están esperando la Alcaldía, la Comunidad o quién diablos pinte en bastos para tomar cartas en el asunto y montar de una buena vez una semana negra o roja o lo que sea? Una ciudad que pare un apuñalamiento a la semana, varias corruptelas al año y unas cuantas novelas alfombradas de muertos, bien que se lo merece, creo yo.
En Madrid, en el barrio de Argüelles, tenemos incluso una librería especializada, Estudio en escarlata, que ha tomado su nombre del título de la primera aventura de Sherlock Holmes. Su propietario, Juan, no fuma en pipa, pero como si lo hiciera porque en sus estanterías, repletas de hallazgos y de clásicos (desde Arthur Machen a Jim Thomson) se respira ese humo balsámico que despiden los buenos libros y los buenos amigos. Aquí se mata cara a cara, sin guardar la ropa, y los cobardes no pueden disfrazarse tras sus tristes máscaras de turno.
Madrid, a pesar de sus seis millones de habitantes, es tan pequeña como un pueblo. Por eso, entre otras cosas, Madrid no tiene estatua al soldado desconocido, porque aquí nos conocemos todos.


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