miércoles, 3 de febrero de 2010

Mujeres con gato III


Ignoro qué hora es, algún momento entre el asombro de la noche y las dudas matinales.
En la habitación, los tres permanecemos despiertos para ignorar al amanecer.
Yo sigo en su cama, el gato reina en una esquina del colchón y ella busca algo por el cuarto, desnuda y en puntas de pie.
El gato repite su caminar y no podría decir cuál de los dos es más felino, quién enseñó a quien esa forma de andar sobre tacones de aire.
Ella se exhibe y lo agradezco, pero al mismo tiempo es una niña que anda de puntillas porque cree que así podrá volar y puede; será siempre una muchacha golpeada e invicta, a la que nadie podrá derrotar, salvo ella misma.

Desaparece escaleras abajo y adivino que tras las ventanas cerradas de su buhardilla, la mañana comienza a cavar sus trincheras.
Cava bien, la mañana, en mi confianza, y me pregunto cuántas veces habrá bailado ella este ballet doméstico de mujer con gato, para unos ojos de paso con ganas de quedarse.
Interrogo mentalmente al gato, que se limita a mirarme burlón y sonríe con desprecio.

Aparto la mirada y la fijo en el trozo del suelo en el que empieza o acaba la escalera de caracol, que hace honor a su nombre por la lentitud babosa con que tarda en devolvérmela.

La cabeza de ella asoma, el gesto entre el pudor y la picardía.
Me basta con ver sus hombros para saber que ha subido como bajó, gatunamente en puntas de pie.

El gato ya no la imita, sólo me mira con ojos fijos y rasgados.

Ella trae algo, nunca recordaré qué es, y lo lleva al otro extremo del cuarto.
Le digo que me encanta verla andar así y me responde que así es como camina cuando está a solas con su gato, o me invento esa respuesta, maldito titiritero manco, para convertir en futuro texto un momento-tatuaje que no querré borrarme.
Y sonrío, convencido de que no importa cuántas veces haya caminado así, importa que esta noche ella danza para mí, y su sonrisa augura que tal vez habrá más noches y
el amanecer se retira, derrotado.

El gato me mira, comprende que comprendo.
Y me guiña un ojo.

2 comentarios:

Enea dijo...

Es realmente precioso. Me has hecho volar hasta otra cama, otra buhardilla lejos de la que ahora habito. Aquella en la que una vez yo también observé un cuerpo desnudo paseando por mi dormitorio.

Él rozaba el lomo de mis libros, y yo sentí que andaba de puntillas sobre mi vida.

Saludos

jota dijo...

el gato sabía de lo que te hablas