domingo, 4 de marzo de 2012

La noche sigue




(Este cuento fue publicado en francés en la revista especializada ALIBI. Se trataba de crear a partir de una foto y todavía me pregunto por qué a mí me reservaron esta de un puticlub asiático)


La noche sigue

Dentro del local nocturno, la muchacha de la izquierda y la muchacha de la derecha repiten, sin saberlo, su ubicación en las fotos de la marquesina de neón. Cada una a un extremo de la barra. Tienen diez años y cien desengaños más que cuando posaron soñando que ése lugar era sólo el primer peldaño hacia la fama. Ahora no sueñan. La muchacha de la izquierda, hace años, probó suerte en el cine, pero no pasó de dos películas porno de mala calidad, aunque sigue fumando en boquilla para sentirse como una actriz. La muchacha de la derecha fue una efímera celebridad en la noche de la ciudad, cuando hacía el número de fumar con el coño y su entrepierna emitía unas volutas de humo perfectamente circulares. Pero el médico le prohibió el tabaco y se acabó el negocio. Nunca se hablan, ajenas a los clientes que las valoran, pero se marchan casi siempre con otras que parecen niñas. O lo son. Clientes locales adinerados que traen de excursión a sus socios europeos o americanos, como si los llevaran de visita a un establo. O a una carnicería. Solitarios turistas sexuales, con el mapa del deseo culpable en la bragueta y cara de padre de familia ejemplar pasando un semáforo en rojo. Marineros con demasiada sed como para apagarla en una sola boca. Pocos provincianos, ataviados con las que creen sus mejores galas, que llegan a la capital temblando por asomarse al supuesto lujo de una noche que nunca acaba.  La muchacha del centro del cartel no existe, es sólo un dibujo que se burla del tiempo, una promesa Incumplida que no envejece, mientras la muchacha izquierda y la muchacha de la derecha ven pasar las horas sin mirarse. Ambas vienen de la misma aldea perdida entre arrozales a la que jamás han vuelto. Pero nadie lo sabe. Tal vez porque a nadie le importa. Y ellas casi no se acuerdan de aquella miseria sin neón. Hace dos meses, al amanecer, cuando el local había echado a la calle a los últimos borrachos tristes, la muchacha de la derecha intentó apuñalar a la de la izquierda con un estilete, por haberle robado un buen cliente que le prometía un futuro mejor. Pero estaba tan borracha que trastabilló y cayó contra la acera. La otra muchacha la llevó hasta un portal, la cubrió con su abrigo para que no pillara frío, y se marchó fumando en boquilla. Nunca hablaron del asunto y esta noche, que el bar se ha llenado de clientes locales y europeos, tampoco le dice nada cuando el hombre enjuto y de ropa gastada pero limpia, pasa junto a ella sin detenerse hasta llegar hasta la muchacha de la derecha y le suelta unas palabras mordidas de rabia mientras hunde en su vientre el pequeño puñal gastado. Tampoco la muchacha de la derecha dice nada, son los reflejos de supervivencia los que hacen brotar el estilete en su mano y clavarlo  hasta la empuñadura en la garganta del hombre. 
Revuelo. 
Gritos. 
Un policía amigo del dueño. Siempre los hay si pagas. 
La muchacha de la derecha fuma mientras una lágrima cae por su ojo izquierdo. No sabe si le duele más la muerte de su hermana, o haber cambiado tanto que su padre no la reconoció. Fuera, su foto del cartel también llora, teñida de neón rojo sangre. La noche sigue. 
La noche siempre sigue. 

Carlos Salem

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