viernes, 29 de marzo de 2013

Poema de amor (Hasta los huevos)







Azotarte hasta que llores de miedo y de placer.
Meterte el puño entero y dejarte abierta para siempre.
Entrar en ti con la furia de un puñal en la arena.
Montarte como a una yegua salvaje
y seguir empujando aunque estés llena.

Follarte con violencia como si te odiara y no te conociera.

Y después, mientras vuelve
a empezar esta guerra,
acariciarte como a un cachorro de pantera.

Te quiero guarra, poeta oculta,
borracha sin fronteras.
y  también melancólica princesa.
Te quiero húmeda de ganas y de lagrimas.
Te quiero seca para mojarte de nuevo

No sé querer a medias,
puta mía.

Ya solo puedo
quererte hasta los huevos.

Criminal (Carlos Salem)



Criminal

Quisiera aplastar, sin piedad,tus penas
como gotas de una lluvia de otoño en la ventana.
Y  algunas tardes, rajaría tu ausencia a navajazos,
para llenarle el vientre de promesas
que acorten tu regreso.

Incluso no descarto atentar
contra todos los huecos
de tu cuerpo,y  sin aviso previo.
He preparado una bomba casera de cariño
para dinamitar tus dudas,
si es preciso
Y acribillo de besos tus recuerdos,
para que siempre tengas
perdigones de mi que llevarte a la boca.

Lo admito:  soy un criminal,
y  estoy dispuesto, por tenerte,
a cometer casi cualquier delito.

Pero  no temas, amor:
puedo matar por ti
puedo morir por ti,
pero nunca podría
asesinar tu misterio.




jueves, 28 de marzo de 2013

¿Por qué?



Poema del libro
"El Animal (Manual sin instrucciones para amar a una pantera escandalosamente discreta)"

martes, 26 de marzo de 2013

Cambalache XXI




Hombres oscuros cruzan un mar de hule
en barcas de papel buscando a ciegas
la costa de un sueño que los niega.

Los pobres juegan a la bolsa contando las monedas
y los banqueros cenan cada jueves con dios
y sus gerentes.
Se prohíbe terminantemente
fumar a los dibujos animados
y los científicos se dedican a decidir si plutón es o no
un planeta.

La gente llora vía satélite
en cada aniversario de las torres gemelas
pero apenas suspira ante los videos de  millones de africanos
igualados por el hambre.

Un puto cura septuagenario que
teóricamente
lleva sin follar más de 50 años
decide que el condón sigue siendo pecado
y condena a miles de ingenuos.

Las medicinas contra el sida siguen costando un huevo
y encima hasta tenemos que darle gracias a bill gates
por ahorrarse impuestos donando unos millones.

La desunión soviética ahora exporta mafiosos
y en algún rincón de lacandona
marcos empieza a dudar
y fuma en pipa
mientras los poetas laureados se observan el ombligo
esperando ver brotar una jodida orquídea
y ponen a parir a saramago
porque protestar ya no se lleva.

El pelo te lo cortan desde dentro
y la arena de parís
bajo los adoquines
se canjea por coca o sucedáneos.

La esperanza de vida crece
te cuenta el telediario
pero se calla el decir que la esperanza de muerte
sigue ganando por KO.

Las tropas de paz llevan las mismas armas
automáticas
que las tropas de guerra
y los oprimidos de ayer
ahora que son fuertes
oprimen
por si acaso.

Un ecologista entusiasmado sacude las rastas
mientras intenta convencerme de que la revolución
del nuevo siglo
pasa por la preservación
del escarabajo pelotero
y algún cabrón serigrafía
sin pudor
la cara del che en unos calzoncillos con relleno.
El agujero de la capa de ozono me mira como el ojo de un dios
tocapelotas
y  ni siquiera puedo ahogarme
en la bañera
porque me acusarán de gastar agua en demasía.

Hombres oscuros cruzan un mar de hule en barcas de papel
buscando a ciegas
la costa de un sueño que los niega.

En algún lugar
está naciendo el niño
que hará saltar por los aires
toda esta mierda.

domingo, 24 de marzo de 2013

El culo más bonito de toda la ciudad


El culo más bonito de toda la ciudad
(Casi una canción, para S.)


Ella creía que  yo era un hippie de novela
el mejor artesano   un maestro del zen
y yo sólo vendía collares en la plaza
si no tenía trabajo qué más podía hacer.
Tenía dieciséis años de niña bien
complejo proletario pret-a- porter
un padre ejecutivo de petrolera
que empezó desde abajo como peón
cada brazo del tipo eran tres míos
me hizo seguir dos días y se olvidó.

Yo tenía más o menos veintitrés
y todo el tiempo del mundo para perder
un divorcio reciente pero sin red
tres negocios infalibles y  fallidos
viajaría hasta guayana con un amigo
en un gran coche fúnebre que era de él

Me trajo una manzana y cigarrillos
me trajo a las amigas para comprar
y se quedó hasta tarde puliendo anillos
mis amigos rondaban para espiar
tenía todo ese pelo mucha energía
y el culo más bonito de toda la ciudad.

Ella quería que   yo fuera un asceta
una mezcla de ghandi y el shidartha de hesse
y yo sólo quería meterme entre sus piernas
dejar hablar la sangre y empezar otra vez.
Afortunadamente ella quería también.

Ella creía que yo era un guerrillero
por los libros de trotsky y los discursos grabados de fidel
yo sólo tenía una dispersa ideología
herencia de mi abuelo y aquél poster del che

Ella tenía pensado hasta el menor detalle
y yo la complacía era su personaje
demasiado cansado  para pensar
se quitaba la ropa y volvía a empezar
tenía fuego dentro
y el culo más bonito de  toda la ciudad.

Ella quería que fuera un hombre sano
deje de emborracharme me hice vegetariano
defendí mi tabaco y en eso no insistió
decía que mi pobreza era una decisión
ella experimentaba en mí sus teorías
y yo volqué en su cuerpo todas mis fantasías.

Quería que fuera un universitario
por pura cobardía yo era un genio negado
y retomé los libros y me busqué un trabajo
por miedo a no tenerla desnuda boca abajo
y cambié de provincia y entré en la facultad
por el culo más bonito de toda la ciudad.

Ella quería que fuéramos una pareja abierta
una prueba viviente del amor más moderno
y yo sólo quería meterme entre sus piernas
dejar hablar la sangre que hablara un poco menos.
Y desgraciadamente ella tenía celos.

Ella acabó casándose con un amigo
al que aún le debo mi libertad
yo no era el personaje que ella creía
y para estar seguro firmé como testigo.
Y al salir del juzgado salió de mi vida
el culo más bonito
de toda  la ciudad.

miércoles, 20 de marzo de 2013

Daniel Daniel Mordzinski: Convertir a los escritores en personas


Convertir a los escritores en personas

CARLOS SALEM
El ojo de Daniel Mordzinski es una araña perezosa y risueña pero certera como pocas.
Y en lugar de cazar moscas, libera pájaros enjaulados que llevamos dentro, convencidos de que son invisibles.
Pero no para él.
Cuando entra en un hotel o un restaurante, da igual que sea en Gijón, Madrid, París o Buenos aires, los camareros lo saludan como si desayunara allí cada mañana, aunque lleven meses o años sin verlo. Bromea sin atropellar, se ríe más de sì mismo que de los otros, y lo que menos te imaginas es que sea un fotógrafo de fama mundial y merecida, porque casi no habla de fotos ni objetivos, y ahora que lo pienso, sólo lo he visto con la cámara al hombro cuando está trabajando. El resto del tiempo escucha y celebra los pequeños o grandes logros de sus amigos escritores, él, que nos lees desde lejos hasta lo que creemos haber borrado.
Cuando está con amigos, es decir casi siempre, parece un pibe a punto de hacer una travesura no demasiado grave. Y más si uno de esos amigos es su compinche, ese otro niño, de casi dos metros de estatura, José Manuel Fajardo.
Entonces sabes que algo va a ocurrir.
Digamos que es 2009 y el Salón del Libro Latinoamericano de Gijón.
Cafetería y croisant.
Para entonces, tú, el novato, ya sabes que este tipo medio pelirrojo es una leyenda que sonríe, y que la mayoría de las caras de esos autores que te acomplejaron y alentaron a intentarlo, las conociste a través de su mirada. Pero él, como si nada, y te pregunta con genuino interés por tu primera novela, mientras por ahí desayuna gente como Paco Ignacio Taibo IILuis SepulvedaJuan Bas, monstruos sagrados que también desayunan.
A todos los ha fotografiado encontrando el ángulo escondido, la cara menos tópica, mostrando el alma si es que tal cosa existe. Pero exista o no, Daniel la capta y la pinta. Y pronto, mientras termina el segundo café, te pregunta, como si no tuviera importancia: “Carlitos, ¿me dejás que te haga una fotito?”. Ahí, el novato, que lo será en esto de publicar pero no tanto en lo de vivir, se da cuenta de que desde hace un buen rato, mirando sin mirar, Mordzinski está cazando lo que hay detrás de la máscara, debajo del pañuelo.
Y dices que sí, claro.
Es como si Maradona, cuando era Maradona, te invita a jugar en su equipo.
Y subes a la habitación acompañado de otro compinche, Alfonso Mateo Sagasta, y te quitas la camiseta negra y el gesto fiero, y dejas que Sagasta te pinte un ancla en el pecho y Dani se sube a una silla, y en lugar desplegar luces y más luces, usa la que le presta el cielo asturiano, extrañamente despejado porque Mordzinski tiene enchufe con la nubes.
Y él te deja poner cara de motero malo, ir por dónde sueles ir, novato también en esto de que te saquen fotos y se publiquen. Y cuando estás confiado, sin que lo notes, te pide que mires para abajo, gastada la rabia artificial con que te defiendes de ese mundo en el que siempre quisiste estar y de cerca, acojona.
Y bajas la mirada.
Y él dispara.
Y novato como autor pero viejo como persona, ya sabes que el jodido cazador de pájaros para soltarlos, ha captado lo que siempre ocultas y lo ha fijado para siempre en su ojo de araña generosa y risueña.
Un par de días después, cuando la foto sale en el periódico con un comentario lírico de Fajardo, tus colegas recientes y respetados te felicitan porque ya “existes”, ya formas parte de la galería de Daniel Mordzinski, ese amistoso zoo  de jaulas abiertas y animales raros que escriben la vida como otra forma de vivirla.
Ese zoo acaba de ser saqueado por la estupidez, el arma de destrucción masiva del siglo que nos pisa los talones.
Borges está más ciego que nunca.
Cortázar se siente más pequeño.
Miles y miles de pájaros que han vuelto  tras las rejas porque alguien no preguntó o no se paró un momento a abrir el archivador, sacar un negativo y ver la vida como la ve Dani, como algo más que una etiqueta o unos miles o millones de ejemplares vendidos en tantos o cuantos idiomas.
No dudo que después de la trompada de la necedad, Mordzinski  se levantará de la lona y volverá a la carga, porque desde que era apenas un pibe supo que su destino era mirar y ver, para convertir a los escritores en personas.
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José Ovejero, Premio Alfaguara de Novela 2013 por La invención del amor




 El escritor español José Ovejero ha sido galardonado con el Premio Alfaguara de Novela 2013, dotado con 175.000 dólares (unos 130.000€) y una escultura de Martín Chirino, por la obra La invención del amor,presentada bajo el título Triángulo imperfecto y con el seudónimo Doppelgänger. El jurado, presidido por Manuel Rivas y compuesto por Annie Morvan, José María Pozuelo Yvancos, Jordi Puntí, Xavier Velasco, Antonio Ramírez y Pilar Reyes (con voz pero sin voto), ha declarado ganadora la novela por mayoría.

En esta convocatoria se han recibido 802 manuscritos, lo que la convierte en la edición con más participación en la historia del Premio. En total 802 manuscritos optan al galardón, de los cuales 342 se han recibido en España, 133 en México, 99 en Argentina, 61 en Colombia, 34 en Estados Unidos, 28 en Chile, 23 en Venezuela, 19 en Ecuador, 18 en Perú, 9 en Guatemala y Honduras, 8 en Costa Rica, Panamá y Nicaragua, 8 también en Bolivia, 7 en El Salvador, 7 en Uruguay, 4 en Paraguay y 2 en Puerto Rico.

José Ovejero (Madrid, 1958) vive en Madrid y Bruselas, donde combina su pasión por la literatura con las colaboraciones periodísticas. Desde que ganara el Premio Ciudad de Irún 1993 con su poemario Biografía del explorador, ha cultivado todos los géneros, siendo especialmente reseñable su libro de viajes China para hipocondríacos, merecedor del Premio Grandes Viajeros 1998, y su novelaLas vidas ajenas, ganadora del Premio Primavera 2005. Desde su primer galardón hasta el último, el autor ha continuado cultivando el género narrativo con novelas como Añoranza del héroeHuir de Palermo, Un mal año para Miki, Nunca pasa nada (Alfaguara, 2007) y La comedia salvaje (Alfaguara, 2009) —que obtuvo el Premio Ramón Gómez de la Serna 2010—, con libros de relatos como Cuentos para salvarnos a todos, Qué raros son los hombres y Mujeres que viajan solas, y con ensayos como Escritores delincuentes (Alfaguara, 2011) y La ética de la crueldad (Premio Anagrama de Ensayo 2012).

La invención del amor cuenta la historia de Samuel que, cumplidos los cuarenta, conserva a sus amigos, es socio en una empresa de materiales de construcción y ha encadenado compañeras de cama. Desde su terraza observa sin participar el trajín cotidiano madrileño. Samuel, realmente, está de vuelta sin haber llegado. Un día, alguien al teléfono le dice que Clara ha muerto, y cuelga. Lo misterioso del caso es que Samuel no recuerda a ninguna Clara. Pero eso no le impide convertir a esa chica desconocida en el centro de su vida. Samuel averigua que la persona con la que lo han confundido era el amante secreto de la difunta, y se pone en contacto con la hermana de aquélla, la atractiva Carina. Ambos empiezan a compartir vivencias y huecos. Clara había tenido una conflictiva adolescencia punk, y Carina, la responsable, ahora se nota atascada en el bache de la madurez. Samuel inventa, aprovechándose del sentimiento de culpabilidad de Carina. En la retrospectiva, se sacan a colación viejos dramas familiares, silencios, escapadas. Con su empresa al borde del cierre por la crisis, Samuel empieza a hablarle a su madre, con demencia senil, de la Clara que se está inventando. Curiosamente, pronto ese nombre será uno de los pocos que recuerde la anciana. Samuel tampoco puede despegarse ya del recuerdo de Clara, pero se siente cada vez más atraído por Carina y piensa en cómo decirle la verdad.
                                                                                         
Una novela con solteros y crisis que crece y se ramifica, a partir de la curiosidad por lo inmediato, llegando a tocar el misterio. El narrador protagonista nos hace cómplices hablándonos directamente sobre la soledad, el amor y la capacidad para reinventarse y autoengañarse. Con elementos del thriller clásico, se trata de un libro romántico pero muy pegado a la calle, un relato generacional ubicado en Madrid.

Desde su primera edición, en 1998, han presidido el Premio Alfaguara: Carlos Fuentes, Eduardo Mendoza, Alfredo Bryce Echenique, Antonio Muñoz Molina, Jorge Semprún, Luis Mateo Díez, José Saramago, José Manuel Caballero Bonald, Ángeles Mastretta, Mario Vargas Llosa, Sergio Ramírez, Luis Goytisolo, Manuel Vicent, Bernardo Atxaga y Rosa Montero.

El Premio Alfaguara de Novela se ha convertido en un referente de los galardones literarios de calidad otorgados a una obra inédita escrita en castellano. Está dotado con 175.000 dólares y una escultura de Martín Chirino. Su proyección en todo el ámbito del idioma español ha propiciado una difusión internacional de primer orden, apoyada por la edición simultánea de las obras ganadoras en España, Latinoamérica y Estados Unidos. Hasta el momento han obtenido el Premio Alfaguara de Novela: Caracol Beach de Eliseo Alberto y Margarita, está linda la mar de Sergio Ramírez (ambos ganadores de la primera edición), Son de Mar de Manuel Vicent, Últimas noticias del paraíso de Clara Sánchez, La piel del cielo de Elena Poniatowska, El vuelo de la reina de Tomás Eloy Martínez, Diablo Guardiánde Xavier Velasco, Delirio de Laura Restrepo, El turno del escriba de Graciela Montes y Ema Wolf, Abril rojo de Santiago Roncagliolo,Mira si yo te querré de Luis Leante, Chiquita de Antonio Orlando Rodríguez, El viajero del siglo de Andrés Neuman, El arte de la resurrecciónde Hernán Rivera Letelier, El ruido de las cosas al caer de Juan Gabriel Vásquez y Una misma noche de Leopoldo Brizuela.

 

Todos ellos tuvieron una difusión intercontinental y presentaron sus obras en casi todos los países de habla hispana a lo largo del año de promoción. Además, la novela ganadora se distribuye simultáneamente en 19 países de habla hispana, llegando a más de 400 millones de hispanohablantes. Los sucesivos Premios Alfaguara han sido traducidos a numerosas lenguas, obteniendo las mejores críticas en el ámbito internacional, además del reconocimiento de destacados galardones, lo que corrobora la calidad literaria de las obras ganadoras. La novela premiada en 2009, El viajero del siglo, de Andrés Neuman, fue galardonada en España, un año después, con el Premio de la Crítica Literaria y su edición anglosajona, publicada en Reino Unido por Pushkin Press, ha sido escogida entre las mejores novelas de 2012 por el Financial Times, The Guardian y The Independent. El ruido de las cosas al caer, de Juan Gabriel Vásquez (Premio Alfaguara 2011), ha sido finalista de los prestigiosos premios Médicis y Femina. Además, esta novela y El viajero del siglo están entre las finalistas al Independent Foreign Fiction Prize de este año, uno de los galardones más prestigiosos que concede el diario británico The Independent y el Consejo de las Artes del Reino Unido.
Precisamente, otra novela ganadora del Premio Alfaguara Abril rojo, de Santiago Roncagliolo (Premio Alfaguara 2006), ganó en 2011 el Independent Foreign Fiction Prize.
Como en ediciones anteriores, el fallo del Premio ha sido retransmitido en directo a través de las páginas web de:www.alfaguara.com/eswww.elpais.comwww.cadenaser.comwww.prisa.com.

martes, 19 de marzo de 2013

Así está bien




Digamos que el de musa es un trabajo que entusiasma pero cansa.
Que poetas hay en todas las esquinas, casi tantos como bares.
Que la ciudad era una selva sin carteles y llena de emboscadas.
Que lo tuyo ha sido siempre oscilar entre bambis y chacales.

Digamos que yo era un tigre veterano en mitad de aquella calle,
resbalando sin planes y feliz por el empedrado de tu vida.
O que preocupado por medir el alcance de tus profundidades,
dejé de ser el alpinista sin oxígeno de tus dudas cuesta arriba.

Que yo nunca seré dios, es decir que no seré Angel González,
y no podía crearte, para que te crearas, irrepetiblemente tú.
Que cambiamos pecados provincianos por pecados capitales,
y la cordura por un colchón sobre una alfombra de bambú.

Digamos que los andamios, por poéticos que sean,
indican que el edifico está a punto de cambiar o de caer.
Que las transfusiones de confianza y las cajas guardapenas,
no curan la nostalgia ni aseguran contra el vicio de perder.

Digamos que tu nunca y mi tal vez
se traducen en un simple "ya fué".

Digamos que eso jode
y jode mucho.

Pero mucho.

Y que ambos sabemos
que así
está bien.

domingo, 17 de marzo de 2013

Acabo de escapar del cielo


Del libro "Yo lloré con Terminator 2- (Relatos de Cerveza-Ficción)


Estoy harto de majaras. Hay muchos tíos, esta noche en el bar. Lo sé porque las miradas que vuelan hacia Lola cuando va de mesa en mesa, repartiendo vasos y poniendo orden, se cruzan en el aire, chocan, rebotan y vuelven a rebotar hasta que llegan a su cuerpo o su pelo.
Me gusta el pelo de Lola.
Todo de Lola.
Salvo que sea ella, y que yo sea yo.
Llevamos tiempo midiéndonos como navajeros al acecho, girando, apuntándonos con los sexos y los ojos. Pero no atacamos. En parte, porque a fuerza de pasar noches en su bar hasta que cierra, nos hemos hecho amigos. Y en parte porque los dos sabemos que no vale la pena, que yo no valgo la pena. Por eso seguimos girando hasta que una noche, puede que sea esta, al cerrar echemos a la calle al flautista loco y nos toquemos con rabia de amor, nos destrocemos las ropas y lo hagamos sobre la barra que hemos compartido tantas madrugadas, cada uno de su lado de la frontera del alcohol.
Hoy estoy denso. Joder. No debí aceptar esas malditas pastillas que me pasó el Harly. Yo nunca tomo pastillas. Me basta con el alcohol. Pero las habré tomado para cambiar algo, me gustaría que algo cambie. Nunca me ocurre nada.
Entra esa muchacha y parece un ángel, un humo dulce, cierto sabor a fresas recién cortadas, perfume de algo bueno que no consigo nombrar. Todos callan en el bar. Salvo El Flautista, que por primera vez desde que lo conozco, rompe a tocar en el escenario, sin marcharse al baño donde siempre se inspira.
La belleza volátil se acerca flotando.
Y se sienta a mi lado.
Joder.
Ya empezamos.
—Acabo de escapar del cielo —dice.
Lola ha vuelto y en sus ojos no hay reproches por la proximidad femenina. No debería haberla, pero a menudo, cuando me ve hablando con alguna, no puede evitar que sus ojos rajen la penumbra del bar y quemen a la chica en cuestión.
Nunca hablamos de eso. Nunca nos tocamos. Sólo una vez.
La mano.
Y siempre estamos, Lola y yo, al borde del amor o del desastre. Ejecutamos con vergüenza los ritos de la propiedad, sin decidirnos a tenernos para poder perdernos de una vez. Puede que Lola también esté majara.
Pero ahora, con el ángel rubio sentado a mi lado, Lola está tan sorprendida como los demás de su sola existencia, y se limita a servirle el ron con cola que ella pide con esa voz que te anuda la garganta y te recuerda tristezas de la niñez.
—Acabo de escapar del cielo —repite.
—Cada día es más fácil —respondo por decir algo.
—No creas. Parece que no hay rejas, pero hay.
—El cielo es un club privado —digo. Hoy no estoy fino.
—No digas gilipolleces —corta ella y se arrepiente de inmediato—. Perdón. Perdón. Perdón. Perdón. Perdón. Perdón. Perdón. Perdón.
—Estás perdonada, hija —digo con voz de cura mientras busco cerillas en mi cazadora. Toca decidir—. Estás perdonada. Ve con Dios.
—Ni de coña —dice el ángel—. Yo no vuelvo ni muerta.
Tiro las cerillas sobre la mesa y las cuento despacio.
Son seis.
Un sí.
Un seis es un sí, joder.
—Mírame —ordena el ángel—. Acabo de escapar del cielo.
La miro. Duele pero la miro.
Viste algo blanco, tenue, con pliegues y ligero, que deja al descubierto mucha piel blanca, hombros bonitos y unas piernas memorables. Pero es un jodido ángel y las curvas no tienen el mismo significado. Ni siquiera las tetas. Buenas tetas celestiales. Creo que si las tocara, me echaría a llorar. El vestido vaporoso ondea en la espalda, como si tuviera un par de alas plegadas.
—¿Cómo empezó? —pregunto.
—En el principio fue la palabra.
—Ya. ¿Y luego?
—Luego la luz. ¿O fue al revés?
—Hay palabras luminosas —digo.
—Eso es cierto. Pero después se fue complicando: te llegan noticias, todo el mundo sabe algo pero nadie lo admite. Y lo peor era lo del primo. Quiero decir que si no hubieran prohibido hablar del primo, no me hubiera interesado. El Viejo Guardián cree que la ignorancia es plenitud, pero eso es porque él lo sabe todo.
—Así cualquiera.
—Claro. Y el frío. ¿Sabes el frío que hace allí? Vas todo el tiempo con la piel erizada y los pezones tiesos, por el frío. Pero en lugar de poner calefacción, se limitan a censurarte. ¿Tengo yo la culpa de que los pezones se me pongan duros por el frío?
Lo dice enfadada y pienso que aquí no hace frío. Sin embargo, sus pezones empujan la tela de niebla del vestido como dedos acusadores.
—Desde luego que no —digo.
Lola mira ahora con aire ofendido, pero se ha retirado al otro extremo de la barra y coquetea con un guaperas.
Mierda.
Pero las cerillas han dicho sí. Estoy harto de majaras, de verdad.
El ángel rubio  sacude la melena, apura el trago y sin preguntar se apodera de mi bourbon y también se lo acaba. Acerca la cabeza para hablar:
—Además, estaba toda aquella estupidez de que no tenemos sexo. ¿A ti te parece que yo no tengo sexo?
—Joder, es que se pasan...
—Y tanto. Toca. Toca.
Me agarra la mano y su tacto quema y hiela al mismo tiempo. La lleva hasta su pubis y separa las piernas. Me hace tocar. No lleva nada debajo de esa bruma de vestido. Levanto los ojos y veo los suyos, pero los veo borrosos, porque las lágrimas me nublan la vista. Lo que toco abajo late, habla, calienta y parece vivo. Retiro la mano. Malditas pastillas y maldito Harly. Lola no ha visto nada porque finge ignorarme y debo llamarla tres veces para que se digne a venir y llenar nuestros vasos. Me mira como si fuera transparente.
—¿Ves? —dice el ángel rubio—Estaba lo del primo, el Caído, y todo ese misterio. Y la manía de decir que no teníamos sexo. Un día me toqué. Y sentí cosas. El Viejo Guardián se enfadó y montó un número y nos prohibió bajar, asomarnos y hasta ver la tele. Pero ya era tarde, porque descubrí que tenía sexo y que si eso era mentira, todo lo demás también lo sería. Mierda. Esto es fuerte. ¿Qué es, bourbon? Se te sube a la cabeza. Si tuviéramos algo así, el cielo sería más tolerable. Aquello es como una prisión.
—Tengo un amigo que dice que el cielo debe estar en otra parte —comento.
—Tu  amigo sí que sabe.
—Está loco.
—Puede, pero sabe —dice ella.
Falta poco para cerrar, veo el movimiento errático de los ocupantes de las mesas, los amagos de pagar que cada uno ejecuta sin ganas. El guaperas sonríe confiado porque Lola lo ha tocado. Lo toca mucho mientras habla con él. Hiervo por dentro pero no puedo hacer nada: tengo una misión y unas cerillas que mandan.
—¿Me vas a llevar? —pregunta el ángel rubio.
—¿Adónde?
—Al infierno, ¿dónde sino? Quiero conocer al primo, aprender todo lo que me han ocultado tanto tiempo.
—Ángel —le digo acariciando su pelo y no es para fastidiar a Lola. Me provoca una ternura tremenda el pelo del ángel rubio—. No te fíes. El primo, como tú le llamas, también ha de ser un mentiroso. Son sedes de la misma empresa. Puede que tengan otro cartel, pero la caja registradora es la misma.
—Sabía que no me equivocaba contigo. Tú sabes —dice—. ¿Vamos?
Le pido la cuenta a Lola y aunque tengo poco dinero, pago al contado. No me puedo permitir la humillación de pedirle que me lo apunte, hoy no, cuando me mira así, desde tan lejos.
El ángel me toma de la mano y salimos. Acabo de advertir que está descalza. Subimos a mi coche y recuerdo que nunca arranca por las noches, que hay que empujarlo. Pero sin pensarlo le doy a la llave y el motor se pone en marcha.
Miro al ángel y me sonríe como un ángel.
Damos unas vueltas por la ciudad. Me detengo en esquinas oscuras, en las que yonquis agonizan o se entrenan para la muerte. La llevo por carreteras a cuyos bordes travestís envejecidos por la noche aguardan a clientes que fingen no saber. La llevo hasta el río. Bajamos del coche y andamos hasta el recodo en el que se refugian los fracasados y los vagabundos. El puente, a medio pintar con el paisaje feliz que dibujó en sus laterales El Artista, no alcanza para negar la desolación. El paisaje inacabado, en realidad, ratifica la miseria del entorno. Me pregunto si cuando se tiró desde el puente, El Artista lo hizo desde la parte que había pintado con imágenes de esperanza o desde la que sólo era gris.
Pero el ángel parece esperar algo. Está impaciente.
—Aquí está el infierno— digo.
—No me jodas, Poe —dice ella un poco mareada—. ¿No te he dicho que allí tenemos televisión? Esto es lo que es, lo que vosotros queréis que sea. Los más cobardes le echan la culpa a Dios o se hacen los resignados. Y la mayoría, como tú, se limita a encogerse de hombros o escribir sobre el asunto.
Estoy a punto de preguntarle cómo conoce mi apodo, el nombre por el que todos me llaman desde que perdí mi nombre. Pero lo habrá oído esta noche, entre copa y copa. Acaso lo mencionó Lola y no quiero pensar en Lola.
Nos alejamos de los vagabundos y al subir hacia el coche siento rabia al verla flotar sobre ese proyecto de vertedero humano. La atrapo por detrás y la abrazo. Toco sus pechos y no me importa que mis manos se quemen. Se revuelve, pero para restregarse contra mí, respira rápido. Meto las manos bajo su ropa de niebla, toco la piel de seda, el sexo celestial está mojado y es un sexo más, es sólo un sexo más, me digo. La empujo hacia la hierba y su ropa se abre, como unas alas, enmarcando su cuerpo de ángel con sexo. Respira y me mira. Bajo mi pantalón pero dudo. Estira la mano y toca  mi  sexo, que se  pone tenso como un resorte. Está boca arriba, con los pechos apuntando al cielo, la piel acelerada, las piernas abiertas.
Dudo.
Comienza a cantar algo es voz baja y vuelve esa furia. Me arrojo sobre ella, quisiera taparle la boca con la polla para hacerla callar, pero tendría que mirarle los ojos y sus ojos también cantan. Busco la entrada húmeda y caliente y empujo con fuerza, sin pensar. No entra y empujo más, hasta que entra un poco. Me retiro hasta casi salir y me dejo caer, con todo el peso de mi cuerpo, dentro. Duele. Algo se rompe, ella grita pero me aprieta con sus brazos y con esa ropa que parece alas. Me muevo y ella comienza a moverse, aprendiendo un ritmo, siguiendo una canción que no ha dejado de cantar pero que ahora no me inhibe, me empuja a empujar más y más. El gesto de dolor se une al del placer y ella acelera, grita, se corre y vuelve a empezar. Yo debería terminar, pero no termino ni me detengo, esto es eterno, esto es la eternidad desatada. Y ella, sin dejar de moverse, llora, sonríe y dice gracias. Vuelve a correrse y yo, no entiendo cómo, sigo empujando. El tiempo gira mientras empujo. Gira detenido.
Es demasiado. Salgo, estoy llorando y salgo. La levanto con rudeza y la pongo a cuatro patas, con la ropa de alas caída a los costados. No le veo la cara y así es mejor. La aferro por las caderas y entro. Lo hago con una ferocidad que nunca he tenido, como nunca tuve este llanto de felicidad desgraciada de la que escapo metiéndome en ella. Y el ángel grita, gime, empuja su cuerpo contra mí, se corre una y otra vez durante horas. No es metafórico. Ha pasado mucho tiempo, lo sé porque el cielo comienza a aclararse en el horizonte, vestido de rojo oscuro. Cuando salimos del bar era poco más de la una, pienso sin dejar de empujar, deseando explotar de una vez, rogando que no acabe nunca. Los martes Lola cierra muy temprano y el ángel se mueve como una ola chocando contra una piedra y yo soy la piedra, me siento de piedra, invencible, duro como una piedra, hemos pasado una hora o menos dando vueltas, o sea las dos, uno, dos, tres, toma, ángel mío, deja de cantar y de correrte y de volver a trepar la montaña del deseo, que es imposible, que es imposible, casi amanece, serán las seis o casi y no es posible que llevemos cuatro horas follando como demonios, como ángeles, sin que yo muera en el esfuerzo o me corra de una vez para que todo acabe y muera también un poco.
Comienzan a pasar algunos coches, arriba, en la carretera, y puedo ver, abajo, cerca, la corte de vagabundos que nos mira. No se mueven, no se tocan ni se masturban mientras me ven follar durante horas a un ángel con cuerpo de mujer inolvidable que no deja de cantar mientras gime. Salgo y ella sigue abierta, se abre más, me busca con sus nalgas, las levanta, ¿por qué esta rabia, Poe, por qué esta manera de negar con el cuerpo semejante milagro? Lo dice ella, lo dice sin mirarme, sin dejar de moverse y de cantar, de recibir mis dedos en los orificios de su intimidad, sin dejar  de llamarme con el cuerpo y buscar el contacto con mi sexo que nunca ha sido tan fuerte. Lo dice con la manera de sacudir la melena rubia, la cara contra el polvo de este solar inmundo, ahora veo que no había hierba, ahora lo recuerdo, he venido muchas veces con El Artista a ver el puente y no había hierba pero hace horas, cuando la tumbé y empecé a montarla, era hierba verde y fresca, la hierba que nunca vio El Artista y sólo ha florecido para este puto ángel rubio que acaba de escapar del cielo.
Malditas pastillas.
Maldito Harly.
—Estoy harto de  majaras —digo en voz alta.
Y separo sus nalgas y busco el orificio pequeño, y empujo con todo el odio, todo el amor, toda la pena por El Artista que sí sufría y por eso se tiró del puente, no como la rubia angelita que disfruta y aprende cada milímetro de piel y sangre que le hundo. Odio a este ángel y se lo demuestro atacando sin piedad pero no deja de cantar y de quejarse y de reír hasta que en la penumbra sucia del alba canta un gallo y sigo empujando mi cuerpo contra el suyo, su cara contra el polvo, el cielo hacia el infierno y el gallo vuelve a cantar y siento que por fin algo puede cambiar, por eso uso todo mi peso, toda mi derrota de sexo invicto y si tengo que morir que sea matando en ella y el gallo canta por tercera vez y siento que algo se empieza a mover y que todo vuelve al orden y exploto dentro y sigo explotando mucho rato, como si se acumulara todo lo que no he podido brotar en esta noche interminable.
Me quedo así, dentro y tumbado sobre ella. Ya no canta. Los vagabundos se han ido. Me siento sucio, raro. No todas las noches le doy por el culo a un ángel.
—No ha estado mal —dice ella.
Me quito y se gira. Tiene la cara limpia, impecable. Y esa mirada dulce. Busca en mi cazadora y saca cigarrillos. Enciende dos y me alcanza el mío. Se tumba a mi lado y fumamos. No puedo moverme, por el cansancio acumulado.
—Qué pena se esté haciendo de día —dice ella expulsando el humo—, porque podríamos seguir.
—Yo no podría —digo agotado.
—¿No? —dice con picardía.
Estira la mano y toca mi sexo, ridículo e irritado, muerto. Se tensa como una vela, vuelve a estar listo. Yo también. No siento cansancio, sólo un deseo imposible de satisfacer.
Ella ríe.
—Lo siento, pero no queda tiempo, Poe. Otra vez será...
—¿Cuándo? ¿No bajarás al infierno, a conocer a tu primo?
Se pone de pie, su ropa se acomoda sin una arruga ni una mota de polvo. Me repito que no debí aceptar esas jodidas pastillas. A mí, para alucinar, me basta con el alcohol.
Ríe.
—¿Entonces —pregunto mientras caminamos hacia el coche—, no te has escapado del cielo?
Me besa en la frente. A la luz del día sigue siendo bella pero más terrenal, un poco vulgar diría. Y no por su apariencia. Su mirada especial parece ahora un poco extraviada, como la de los majaras que siempre se me acercan. Estoy harto de majaras. De verdad.
—Claro que me he escapado. Pero sólo por unas horas. Suelo hacerlo. El Viejo Guardián duerme como un tronco y no se entera. O finge que no se entera, mientras vuelva a tiempo. Pero hoy se me ha hecho tarde, joder.
Fuma con el cigarrillo colgando de la comisura de los labios. Pronto será de día. Me siento en el coche pero ella no entra. Da un rodeo y viene hasta mi ventanilla. Se estira.
—Me caerá una buena, por tu culpa —se toca detrás—. Y lo peor es que no podré sentarme en todo el día. Me has dado duro, cabrón. Pero ha merecido la pena.
Le pregunto si la llevo a algún sitio, dónde puedo encontrarla, cuál es su nombre.
Sonríe otra vez, angelical.
—Déjalo, Poe. Puede que volvamos a vernos. Ya te llamaré.
Pongo el coche en marcha y arranca otra vez. Esto sí que es un milagro. Se queda ahí, al centro del camino de tierra, recortada contra la claridad que nace. Me alejo un poco, desorientado, y para no pensar pongo la radio.
Y paro el coche.
El informativo repite la noticia  del día: se busca a una joven perturbada que escapó durante la noche del psiquiátrico. Tiene unos veinte años, es rubia, de ojos celestes, facciones agradables. Huyó durante la noche, descalza y vestida sólo con una cortina que usó para descolgarse desde una ventana. No es peligrosa, pero se pide a la ciudadanía que si la ve, llame al número....
Apago la radio. Suspiro.
—Estoy harto de majaras. De verdad —digo.
Y miro por el retrovisor.
Entonces la veo subir, la ropa desplegada como unas alas de vapor.
Y sigue subiendo.
Hacia el cielo.
Como un ángel.
El coche no arranca y tengo que empujar.
Lo hago mientras me pregunto cómo conseguiré que Lola me perdone y qué hacer con esta maldita erección que no cede.


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El otro


Soy un extraño que vive conmigo
y a menudo me asusta su distancia.
Enciendo cerillas para iluminar tu camino,
pero él puede apagarlas de un soplido,
dejarte a oscuras y temblando de frío.

No siempre lo controlo, no siempre quiero.

Él manda en mi soledad,
yo en las ventanas que abro
para asomarme a tí
o saltar al vacío con los brazos pegados al cuerpo.

La acera espera, armada de paciencia,
a que me rinda una vez más a su avidez de sangre en desperdicio.
Quiere mis pasos que se van, no los que vuelven,
quiere que haga lo de siempre y me mude a mi nunca.

Contigo, por motivos que conozco o imagino,
el otro está escondido.
Pero tarde o temprano saldrá, a segarme las sonrisas
con su guadaña de olvidos.

No lo llames
amor
por su cuenta aparece y me arrastra hasta un lugar
en el que nadie me puede tocar,
donde todo es humo de hojas secas y folios
con versos que se borran antes de que acabes de leerlos.

Lo que me duele no es que venga
sino avisar que viene, y que nadie me crea
hasta que es demasiado tarde.

Confieso que no quiero matarlo y que podría,
que envidio su capacidad de necesitar a nadie.
que me fascina su desapego y lo combato
abriendo el pecho al viento que me traes.

He intentado defenderte de nosotros,
esta guerra era un asunto de familia,
pero estás dentro ya, y cuando el otro venga,
tal vez podamos enseñarle a reír de buena gana,
evitar que nos aplasten sus presagios,
seducirlo juntos y hacer con él un trío
que habite nuestra vida y nuestra cama.

O tal vez no.

Conmigo es fácil el error de creer saberlo todo,
pero él también soy yo
y con él
nunca se sabe.











viernes, 15 de marzo de 2013

Prévert


     


Abro el libro de prévert
que me regalaste para que te conociera mejor
y en la edición de lumen     por fortuna
siguen habiendo páginas sin cortar
pliegos que no se pliegan
a su destino de piernas separadas y secas.

Supongo que estoy triste
o que ese es mi estado natural
cuando nadie me ve
y me veo todo el tiempo como si fuera otro
frente al amarillento mapa de un tesoro
que a lo mejor es el libro
y a lo mejor eres tú.

¿Qué hacer con él
contigo
con este miedo a los cuchillos en mi mano?

La ventana del techo está abierta
aunque es de noche y hace frío
pero dentro de mí también es de noche y hace frío.

Imagino tus pocos años
la primera vez que abriste un ejemplar del mismo libro
los ojazos bebiendo frases como rones dorados
imposibles en un parís que extraña el otoño y a vallejo

tus dedos acariciando la piel  de las palabras
por la pura lujuria de sentir
y porque te supiste ciega de repente
la sonrisa a solas cuando un verso
te dijo algo que ya sabías pero aún no habías aprendido
el dolor ajeno del poeta
como tu propio dolor que venía de camino.

Tal vez  recorriste un cuerpo ajeno y desnudo para leer en él tu futuro
o te acariciaste el brazo para tocar a un ser humano
o te asaltó la urgencia de llamar a alguien
a las cuatro de la mañana
para compartir la buena nueva de unos poemas que no envejecen.

Quizás lloraste
de emoción en un parque
de pena en un desfile triunfal
de amor contra una almohada desconocida
de alegría por saber que nunca más estarías sola
mientras tuvieras un libro
como el que sostengo en una mano
en la otra el cuchillo y sus canciones de sirena
y el cigarrillo a punto de suicidarse desde el cenicero
como si no conociera su lento destino de brasa.

Hojeo el libro al azar
y acompaño a dos caracoles que van al entierro de una hoja seca
luego salto a tu poema preferido
y vuelvo a verte     desolada     pero entera.

Llego a un pliego sin cortar
y el cuchillo se acerca como si lo hubieran forjado para eso
toca las páginas pegadas
las recorre
con prudencia de amante nuevo en la primera noche
y se aprende de memoria cada poro del papel.

No hay dolor
sólo la celebración de los encuentros
mientras el cigarrillo cae al suelo sobre una revista cualquiera
y yo separo las páginas del libro
y me uno a ti
y la ventana del techo está abierta
aunque es de noche y hace frío
pero dentro de mí
también es de noche
y ya
no hace frío.

Tres tigres no tan tristes


jueves, 14 de marzo de 2013

Intuición del país de tu espalda



Intuición del país de tu espalda 
( y territorios limítrofes)


Lomo de ángel felizmente caído
alas en los tobillos
bestia sin domar que no conoce el freno
cabalgando de placer a la costa del dolor
donde la lagrima se convierte en gemido

Duna dragón orilla precipicio
mesa servida al banquete de la noche.
Desayuno de dioses
pan caliente volcán sin prejuicios
todo vuelve a comenzar
y es infinito.

Hombros de coral para agarrase en la tormenta .
Remanso de cintura
que anuncia el vendaval en las caderas
Seguir explorándote sin recato golfo abajo.
Agradecer que no seas una sirena.

Separar de tus piernas los presagios
remontar en tus muslos el asombro del paisaje.
Estallar como estalla en las rocas el oleaje.
Disfrutar juntos el mejor de los naufragios.
.

Si te gustó "Yo también puedo escribir una jodida historia de amor...

http://www.youtube.com/watch?v=lOti3wApN2U&feature=youtu.be

Y el viernes 22, en Burma & Co


Intuición del país de tu espalda, Un poema de "el animal"


martes, 12 de marzo de 2013

Jam de tuitpoet@s



La cosa es así: Hay mucha gente que no puede venir los martes a Diablos Azules a la Jam session de Poesía SE BUSCAN POET@S :gente que trabaja (quedan, todavía), que estudia (sin pensar en el futuro), o que eso de salir un martes le pilla lejos o le trae follón.
También hay gente que no suele leer en público, y que asoma sus poemas por las redes sociales, ya sea desde sus blogs, cuentas de Face o Twitter.
Total, que para ellos (y para todos los que quieran), hemos montado la I JAM SESSION DE TUITPOET@S.

¿Sólo pueden leer los que estás en Twitter?
NO.
Puede leer cualquiera que traiga poemas propios.

¿Sólo se pueden leer tuipoemas de 140 caracteres?
NO
Se pueden leer poemas propios, del largo que sea (sin abusar)

¿Cuántos poemas se pueden leer?
3 si son de un largo habitual, alguno más si son tuitpoemas.

¿Eran necesarias estas aclaraciones?

(Y verás que todavía alguno se despista)

OS ESPERAMOS EN  DIABLOS AZULES.
Si esta sale bien, haremos una al mes.


lunes, 4 de marzo de 2013

El huevo izquierdo del talento en NCI




http://www.nci.tv/index.php?option=com_content&view=article&id=11228:el-huevo-izquierdo-del-talento&catid=77&Itemid=156

Tus miedos


Toco tus miedos
los acaricio apenas
no les doy de comer
ni los mato de sed.
Tus  miedos son bienvenidos
porque vienen contigo.

Beso tus miedos
los devoro entre tus piernas
les escribo un poema
para que no se duerman
y los veo jugar
a olvidarse de asustar.

Trae contigo tus miedos
no los dejes afuera
que compartan el vino y el deseo
que me vean cuidarte dormida
o cantarte al oído
el bolero dichoso
de un amor prohibido.

No te asustes
amor
pero también
me he enamorado de tus miedos.