sábado, 24 de febrero de 2007

Mi poética cotidiana

Retumba el móvil a las diez de la mañana
antes de que pueda silenciarlo
y me levanto empujando mi resaca.
Otra llamada oculta que no atiendo
temo que sea el casero
reclamando los meses que le adeudo.
Me ducho para borrarme las babas de un poema
que me persigue en sueños
incendio la punta de un cigarro
me visto como puedo y salgo al cuarto.
Ella duerme todavía
descansa como una diosa
antes o después
de parir seis universos.
Creo que anoche
borrachos
nos odiamos por momentos
y esta mañana vuelco a amarla sin remedio.
Le tapo el pié que siempre escapa de la manta
y que es el barrio donde vive mi ternura
bajo las escaleras perseguido por el peligro
de un poema.
Me hago un café más negro que el alma que no tengo
enciendo el mac
me asomo a la novela
Los personajes todavía esperan
que les dibuje senderos de palabras
rumbo a un final digno de mi supuesto ingenio
vuelve a sonar el móvil
lo silencio.
Salgo a la calle rebotando en pasillos eternos
estoy de suerte: el minotauro aún sigue durmiendo
y bajo por Atocha sin cruzarme con artistas ni poetas.
Lo habitual:
turistas guiris en los 20
desocupados para siempre ya a los 30
y las incombustibles putas de 60
que fatigan las columnas de las galerías
esperando a los amantes de la carne
o de la arqueología.
En la cafetería las camareras me conoces
y convidan trocitos de alegría
o por lo menos no me culpan de sus penas
mientras revuelvo mi café cargado
con la cucharilla de un poema.
Pero vuelve a sonar el móvil
antes de que pueda silenciarlo
el encanto cae roto y salgo.
Trepo de prisa
presiento que en breve Atocha va a llenarse de poetas
y en la esquina las putas de 60
esperan
más o menos lo mismo
que mis personajes de novela.
Subo las escaleras
pisando las babas de un poema
vuelvo a tapar su pie que escapa
antes lo beso brevemente
y el despertador de su mesilla
que siempre adelanta diez minutos
me informa que ya es casi mediodía.
Apago el móvil
entro en el baño
me bajo el pantalón
me siento
y entonces, compañeros,
entonces comienza
la poesía.

lunes, 19 de febrero de 2007

PA REYES

(Ya que el puto ordenador del puto ciber no me reconoce el archivo de El huevo izquierdo que iba a colgar y como Reyes dice tener mono, te dejo dejo aquí el primer capítulo (aun por corregir) de la novela en que estoy trabajando y que se llama El Huevo derecho del Talento.)
1
Ulises, un turista japonés



Todavía no sé cómo me metí en este lío. Pero sé por qué. Por los majaras. Estoy harto de los majaras. Hacía poco que había vuelto de Australia y supongo que en la primera ocasión me calcé mis viejos tics como el que se pone una camisa gastada pero cómoda. Pero no por eso deja de ser una camisa que apesta. Katrina se había marchado pero eso más que una pena era un alivio, porque podía hundirme a gusto y sin espectadores.
Volver de Australia fue la mitad de un error. La otra mitad había sido irme. Pensándolo bien, era la primera vez en años que hacía algo completo. Australia no estaba mal pero tampoco estaba bien. Un país grande como un mundo a medio hacer, lleno de majaras con los ojos grandes como platos o pequeños como heridas superficiales. Y en todos los ojos la misma mirada que buscaba el cielo abierto. En Australia, todos los que conocí no soportaban el encierro y se pasaban los días suspirando por los espacios libres. Y se amontonaban en las ciudades.
Además, en Australia no hay canguros, digan lo que digan. En todo el tiempo que estuve allí sólo ví dos canguros: Uno en el zoo al despertar de una borrachera y el otro en el bar que adopté como mi hogar a falta de unas raíces más sólidas que las de un taburete. Estaba embalsamado y era grande. Alguien me dijo que estaba prohibido tener canguros embalsamados, no sé quien. Pero aquél canguro que te miraba con sus ojos de vidrio era enorme y ahora que lo pienso igual era una imitación o algo así. Yo lo miraba y pensaba que parecía un oso y lo llamaba Yogui y siempre había alguien que se reía. A veces era una mujer. En ese bar conocí a Michael. Periodista y loco. No cuento lo de borracho porque casi siempre viene en la nómina. Yo estaba en ese bar, hablando con una muchacha coreana que había llegado hasta Australia detrás de un muchacho irlandés que acabó dejándola por un muchacho escocés. Suele pasar. Y creo que le recitaba un viejo poema porque estaba muy borracho y porque pensaba tirármela. Entonces Michael, que bebía en una mesa cerca de la barra repitió la frase que yo murmuraba al oído de la coreana (ahora que lo pienso, creo que estaba de pie sobre la barra y recitaba a voz en cuello. El whisky australiano tiene esas cosas).
-“¡Pájaros de amor pegados en los azulejos y en los cuerpos”!- gritó él-. Es imposible, pero creo que eres...
Y dijo el nombre que yo tenía antes de llamarme sólo Poe o maldito borracho. No me gusta que me llamen por ese nombre. Ya no es mío y acaso nunca lo fue, pero es lo único que me queda. El caso es que la coreana me miró con interés y además sentí un poco de vanidad al verme reconocido por un tío en un bar perdido en el culo del mundo y con un gran canguro embalsamado que parecía un oso lleno de polillas.
Además, me había reconocido por un poema y eso sí que era raro. Lo dejé hablar y entonces todo estuvo claro:Burlesky. El editor-golondrina que hace siglos, cuando aún creía que podía escribir, gané aquél pequeño premio y publiqué un libro de poemas, me prometió poner el mundo a mis pies y conseguirme un sitio en el Olimpo de las letras, junto a Borges y Conrad.
-Más alto no le puedo prometer, porque tengo una lista de espera y hay que respetar los turnos- me dijo Burlesky aquella noche y también fue en un bar pero que estaba a este lado del mundo y reducía su fauna residente a una cuadrilla de cucarachas flacas.
Pensé que sería un majara más, pero en ese tiempo yo necesitaba creer que servía para algo y escribir era una máscara como cualquier otra.
-Empezaremos por Canadá -me dijo Burlesky- para que lo descubran allí rodeado de una leyenda oscura. A los escritores de este país les falta drama y sin drama no hay gloria, amigo mío. ¿Dónde estaría el Kenedy Toole si no se hubiera suicidado? Haciéndose pajas.
-Ya. Pero estaría vivo. Es lo malo de la muerte: no te puedes ni hacer pajas.
-¿Y qué es la vida comparada con la fama? Estará muerto, sí, pero “La conjura de los necios” se convirtió en un símbolo y su madre se forró...
-Déjelo, Burlesky. Mi madre hace años que niega haberme parido.
El sacudió un poco la cabeza y buscó otro argumento. Por momentos me parecía que la cara se le volvía borrosa y debajo tenía otras caras, pero supongo que era por la cerveza:
-Siempre hay alguien que agradece cuando un artista muere y le dejas sus despojos...
-Todas mis vuidas heredaron en vida lo único que pude dejarles:un puñado de ceniza y la duda de si mereció la pena perder el tiempo conmigo.
-¿Ve? Usted tiene madera de maldito. Firme aquí y un día le harán estatuas.
Lo de las estatuas me importaba un carajo, pero pese a ser un majara, Burlesky tenía tanta fuerza que el aire se movía a su alrededor.
Y firmé.
Conseguido su fin se relajó y bebimos hasta que se hizo de día. Me contó que se había hecho editor-golondrina porque le daban pena los autores que estaban siempre al borde del abismo y nunca se atrevían a saltar. En realidad, dijo, él era el mejor editor de todos los tiempos, él era todos los editores en uno y el tiempo era sólo otra palabra de la que la gente tendía a abusar en las novelas de amor. Confidencialmente, Burlesky era escritor, el más grande de la historia después de Sotanovsky. Siempre hablaba de ese Sotanovsky como si fuera uno de los inmortales, aunque a mí no me sonaba de nada. A veces lo situaba como maestro de Tolstoi y otras lo convertía en contemporáneo de Dante.
-Nadie como él, excepto yo- repetía a cada rato.
-¿Y si usted es tan bueno, por qué no publica?- pregunté.
-¡Claro que publico! El Quijote, ¿le suena? Una cosita que hice para entretenerme. Pero sabía que funcionaría. Lo que pasa es que me dio tanta pena Miguelito, el lisiado, ahí en su celda, pobre hidalgo sin suerte ni tierras. Y se lo dí. ¿Usted cree que me lo agradeció? Una mierda. Incluso se negó a publicar la continuación y eso que me había salido mucho más aguda.
En la continuación de El Quijote de Burlesky, Sancho Panza adelgazaba y se metía a cura ambulante para poder tirarse a las mejores mozas de cada pueblo, Quijano no moría, se quedaba con Dulcinea, conseguía que lo nombraran caballero de la Mesa Redonda del Rey Arturo, y tenía un asunto escabroso con la reina Ginebra. Cuando se retiraba de sus aventuras, inventaba el ventilador, lo comercializaba con la marca “Gigantic” y se hacía inmensamente rico.
-No sé- dije-, igual Cervantes tenía razón. No creo que funcionara...
-Lo mismo me dijo Melville- imitó-: “¿Cómo voy a escribir sobre un tío que se vuelve loco persiguendo a una ballena blanca, qué hará con ella, comérsela cuando la cace?”. Y yo le expliqué que todo hombre tiene su ballena, su Santo Grial, su cometa perdido, su quimera. Sólo que en la mayoría de los casos en lugar de ballena, cuando la atrapan, descubren que es un chanquete. Pero como lo han tenido toda la vida delante de los ojos, ya sabe que visto tan de cerca, un chanquete parece una ballena.
No discutí. De toda esa palabrería, sólo me quedaba con lo del Grial, pero eso era porque al fin y al cabo se trataba de una copa y de eso sé bastante. Ya había firmado. Y por momentos creía que era cierto, que era el único editor, que era todos los editores del mundo en uno solo. Me contó lo que le costó hacerle entender a Gutemberg su idea de la imprenta de tipos móviles y de lo pesado que se ponía Homero cuando dictaba, siempre temiendo que se perdieran sus palabras.
-Yo le decía que se consolara, que si viviera en este tiempo lo más probable es que estuviera vendiendo cupones en una esquina, pero él dale que te pego con los matices y las precisiones. ¿Sabe cuanto quería que durase el viaje de retorno de Ulises a Itaca: ¡mes y medio! ¡De Troya a Itaca en 45 días! Ni que Ulises fuera un puto turista japonés. No hay epopeya que dure mes y medio.
Así estuvo durante toda la noche. De a ratos hablaba de mi lanzamiento internacional, o recitaba de memoria fragmentos de Sotanovsky. Mucho después, cuando me dio por buscar las huellas de ese autor, no hallé más que unos cuentos absurdos en los que era el protagonista y se lo comía su propio bolsillo o el despertador se fugaba con su amante. Al amanecer, cerré los ojos un momento y cuando volví a verlo ya no estaba. Antes de irme a mi casa recogí de la barra el libro que Burlesky había olvidado. Tenía más de cien años. Era un antiguo cantar de gesta, ilustrado con grabados. En uno de los grabados, que representaba a un poeta con la mirada perdida y la pluma a punto de mancillar el papel, aparecía Burlesky, diciéndoles algo al oído.
Perdí el libro de camino a casa.
Y tantos años después, no en Canadá sino en Australia, volví a tener noticias de sus andanzas. Michael me informó sobre mi leyenda negra, las versiones sobre mi muerte y del éxito que habían tenido mis tres libros de poemas. Yo sólo había publicado uno, pero no pregunté porque supuse que Burlesky me había mejorado en sus dos continuaciones. Lo de la muerte era otra cosa. Como en todo mito que se precie, Burlesky había hecho circular rumores contradictorios. Los más afianzados era que me había desangrado cuando una mujer me abandono después de cortarme el huevo izquierdo del talento. En la otra versión también me cortaban el huevo izquierdo per sobrevivía unos meses, para morir ahogado en una gran cuba de roble llena de bourbon que intentaba beberme. Al parecer, mi frase póstuma, antes de zanbullirme en el líquido dorado, había sido “¡A ver quién tiene más cojones!”.
Le dije a Michael que todo era un poco cierto y un poco mentira.
-Pero lo del huevo tiene que haberte dolido- dijo.
-Duele, todavía- comenté.
Y empezó la vorágine. Michael estaba especializado en arte marginal y paridas así, de modo que lanzó el descubirmiento de mi resurrección y todo el mundo me celebraba y me invitaba a recitales extravagantes. Se bebía gratis y se follaba bastante. ¿Qué más podía pedir? También me pagaban por ir a emborracharme a discotecas y leer por el micrófono poemas insultantes que iba inventando mientras bebía. La agencia de Michael pensó en cobrar para que la gente me tocara el huevo ausente, mítica metáfora de la creación y el péndulo entre el todo y la nada. Yo le dije que lo olviddara. Soy un tipo razonable. Pero no me gusta que me toquen los huevos. Me llevaron de gira por todo el país, junto a otra corte de artistas esperpénticos. El único que me parecía real era el viejo indio prehistórico que pintaba esos cuadros alucinantes con formas geométricas y colores imposibles. Parecía que las formas de los cuadros te saltaban a la cara . El viejo tenía sólo tres dientes: uno a cada lado de la boca y uno al centro. Su nombre era impronunciable y por eso yo lo llamaba 3D. Le hacía mucha gracia. Bebía como un cosaco y nuestras actuaciones o lo que fueran hacían furor en los pueblos polvorientos por los que pasábamos. Cuando le preguntaban por el origen de su arte, 3D hablaba de los antepasados y de saber mirar por la ventana del espíritu creador. Aunque nos alojaran en el mejor hotel, él dormía en una rara tienda de pieles mugrientas que llevaba a todas partes. Decían que era una especie de santo pero más de una noche lo veía meterse en la tienda con alguna jovencita vanguardista o una madura con más carne que espíritu. Y una vez que lo oí quejarse me metí en la tienda temiendo que le diera un infarto o algo así. La novia de Michael se la estaba chupando a 3D mientras él rezaba algo en su idioma de piedras gastadas. No le dije nada a Michael para evitarle un disgusto y porque la pelirroja, desde entonces, alternaba la tienda del indio con mi habitación del hotel. No sabía mucho de poesía pero era una artista chupándola.
-Poe saber mirar por la ventana del espíritu creador- decía 3D cuando nos emborrachábamos.
Una noche que bebimos demasiado, me llevó a su tienda y me mostró la ventana, envuelta entre pieles de animales extinguidos.
Era un ordenador Macintosh portátil de última generación, con la carcasa colorida y conexión a internet. De allí bajaba sus motivos, los copiaba y les cambiaba los colores, o los construía con un programa de dibujo infantil.
Yo no era quien para juzgarlo, pero al otro día emprendí la vuelta. Traía buen dinero, el suficiente para retomar mi tranquilo empeño de diluírme en alcohol, sin tener que aceptar trabajos de mierda por mucho tiempo. Pero la vanidad es una puta cara te confunde. Me equivoqué de avión, vine a parar a Madrid, y me compré un coche y un ordenador como el de 3D. Intentaría escribir. Esta vez de verdad, aunque el papel sangrara. Traía la cabeza llena de historias y de viento australiano. No funcionó, desde luego y tenía que saberlo. Después de todo igual era cierto que me habían cortado el huevo izquierdo del talento, o acaso ya iba camino de perder el derecho. Aunque lo que escribía llegó a entusiasmar a los pocos editores modestos que se dignaron a recibirme, yo sentía que era hueco, que era fácil, que eran trucos de colores como los que vendía 3D para escapar de la pobreza y conseguir que una jovencita se la chupara. Igual tenía razón Burlesky con lo de las ballenas y los griales. Pero yo había bebido en todas las copas y sabían a ceniza, y mi ballena no era ni siquiera un chanquete, sólo una mota de polvo pegada en mi retina.
Además, sabía que nunca podría llegar a escribir como Sotanosvsky.

Oficio y beneficio



He sido
un mal comerciante a pesar de mis ancestros
fui vendedor de sábanas a domicilio
en discretas casas de putas
había sábanas doradas con palomas y crepúsculos
sábanas azules con olas y gaviotas
sábanas verdes con selva y loros
y un tigre oculto en el follaje
y las putas compraban y compraban
y alguna exigía que estuvieran probadas
(no fueron tantas)
y mis jefes se asombraban del volumen de mis ventas.

También fui vendedor de novelas baratas
de enciclopedias falsificadas
de desinfecciones contra las cucarachas
con un líquido famoso americano
que era agua coloreada y nada más
pero yo tocaba el timbre con mi mejor corbata
la dueña de casa decía que le recordaba a su hijo
y yo vendía el servicio
para que mis compañeros disfrazados de astronautas
bañaran las cucarachas de líquido famoso
y coloreado.
Fui peón de albañil un mal peón
(tampoco he servido para jefe)
fui camarero en bares poco recomendables
y hoteles de lujo cinco estrellas
con las mismas cucarachas de inquilinas
jugando al póker en los azulejos de la cocina.

Fui disc jockey bebedor irresponsable
otra vez un pésimo comerciante
(perdón papá)
y librero siempre regalando libros
pizzero reinventando variedades
locutor con tos tabaco negro
guionista de la tele redactor publicitario
peón de almacén un mal peón
(tampoco he servido para jefe)
Fui vendedor de discos detestables y de los otros
jefe de vendedores de discos detestables
gerente de una cadena de casas de discos detestables
y otra vez desempleado.

Fui operario aturdido en una fábrica
más o menos clandestina
de envases de plástico transparente
y había que ser malabarista
para recogerlos cuando la máquina los escupía
y tener cuidado con la guillotina
y respirar partículas de plástico flotante
y comer plástico minúsculo
y frotarte con cuidado en la ducha
para no cortarte con cristales de plástico.


Tuve un quiosco de prensa y lo perdí
tuve otro y no recuerdo lo que hice
tuve una revista de protesta
y ni siquiera me la clausuraron
fui periodista y nadie me compró
(lo peor es que ni el precio preguntaron)
artesano de collares y pendientes
hechos a mano
tapices pulseras y carteras
hechos a mano
llaveros bolsos y colgantes
hechos a mano
y me salieron ampollas en las manos.

Fui carpintero aprendiz de corte oblicuo
y ayudé a un tipo a encontrar dos de los tres dedos
que la sierra le rebanó en un descuido.
Fui encargado de noche en un hotel de fracasados
y pasaba las horas en el charco de una lámpara
escribiendo poemas estudiando
y fabricando collares y pulseras
que las putas hacían comprar a sus clientes
y me devolvían al salir con más ojeras
para volver a comprarlas otra vez.
(ahora que lo pienso
he conocido más personas decentes
entre putas y travestis
que entre personas “decentes”)
Fui mantenido por mujeres
muy poco tiempo
no llegué a ser un chulo
( ya he dicho que no sirvo para jefe)
y me bebí la existencias de una boite
de la que fui por unos días el gerente
(está visto que no sirvo para jefe).
Se me mezclan en el orden los oficios
algunos fueron antes y otros son todavía
los hay tan breves que no ocupan el recuerdo
lavaplatos escritor sin firma soldado a la fuerza
taxista por tres días y cuatro multas
-repartidor de folletos no lo cuento
porque los dejé en la papelera-
ladrón de gallinas con talento
el mío no el de las aves que eran bobas
y caían ante el ingenio de mi método.
Fui avisador de falsas redadas policiales
en un bar en el que jugaban por dinero
y vendedor de condones robados
que no usados
(hasta yo tenía mis principios)
y de rifas a mi propio beneficio
era el más necesitado.
También fui casi socio
de un casi suegro que se detuvo a tiempo
(en realidad lo hizo su hija
que se fue con un teniente)
y nos ahorró a los dos
-su padre y yo-
un matrimonio y un mal negocio
que sería para el teniente
(no se detuvo a tiempo).

Me asombra
porque siempre he sido un vago
cada vez que paso lista a mis trabajos
y al comenzar esta noche el requisito
de un currículum que nadie leerá
(todo está decidido de antemano)
no pude resistirme a la verdad más que variada
de mi vida laboral hasta la fecha
mañana más sensato lo intentaré de nuevo
con datos académicos
fechas
certificados
y las mentiras de rigor
que son verdades a medias bien escritas.
Pero omitiré por pura cobardía
al definir mi perfil de gran promesa
la única verdad incuestionable:
que nunca he servido para jefe.

Si la rima se arrima

(Otra antigualla de cojones)



No puedo con la rima,
hormiga frágil,
cuando quiere se arrima,
la rima fácil.
Si busco no la encuentro,
si me acerco, se aleja:
si pregunto, está dentro,
si la fuerzo, me deja.

Y cuando surge por su voluntad emparentada
con el canto genital de unas palabras
que se unen y se llaman
se suben y se aman
se divorcian, se engañan
se hinchan el sentido en consonantes
y paren nuevas palabras que gatean;
entonces esa rima que se arrima
es la casual felicidad de las esporas
el rumbo errático de algunas olas
que me mojan la mismísima porción
del dedo gordo
en que residirá mi alma
en el improbable caso de tenerla.

Y el artificio de la rima
superada la euforia
me vuela por encima
es ave migratoria
que se lleva mi estima
de puertas giratorias.

Porque llega la vergüenza imaginada de los otros
suponiéndome la absurda tarea
de lijar acepciones
de unir terminaciones
de oficiar de celestino
y salvar la conveniencia en matrimonios
de palabras que nunca se han gustado;
entonces esa rima que se arrima
es la culpa no asumida de los cuervos
el rencor estético de algunas toses
que me atacan la mismísima porción
del dedo gordo
en que residirá mi alma
en el improbable caso de tenerla.

No puedo con la rima,
hormiga frágil,
cuando quiere se arrima,
la rima fácil.

Dos y la noche

(una benedettiada con más de 15 años de antigüedad y cursi a rabiar, que nunca me decido a borrar del todo. Perdón, Don Mario...)

El sale a emborracharse las preguntas
que a solas le formula su bragueta
busca una presa sustanciosa o digerible
un cuerpo que mostrar
busca una cueva.

Ella sale a encontrarse en las miradas
la belleza improbable que se exige
busca un diploma con slip que certifique
que aún puede gustar
busca una prueba.

Se miden desde el filo de los pasos
presumen de atracción con sus amigos
se acercan
sin querer queriendo quieren
y dicen lo habitual en estos casos.
Bailan o no
es lo de menos
beben porque beber
es besar vasos
se repiten los ocultos motivos
comprueban verifican imaginan
y cumplen requeridos requisitos
o acomodan el perfil a la exigencia.

Después
poco después
algo así como tres confesiones después
cinco roces de manos
dos confidencias
se apartan de los grupos respectivos
que ya no los agrupan
ni respectan.

Y salen a la noche que los entra
y se abrazan o no
cuestión de tiempo
se desnudan de ropas o de miedos
se atacan
se curan
se conocen
como mandan la Biblia y las hormonas.

Y él vuelve dando saltos pecho adentro
y ella vuelve dulcemente despeinada
y su bragueta no pregunta estupideces
y sus dudas ya no habitan los espejos
Salieron a buscar y se encontraron
La noche sabe.

martes, 6 de febrero de 2007

Si dios me pide un bloody mary



Si una noche cualquiera
una noche de lunes por ejemplo
Dios entra en el bar en que trabajo y me pide un bloody mary
tendríamos un problema.
Se por qué lo digo;
Soñé con ello la semana pasada
Un lunes por la noche.
Y dios era bajito y tenía caspa
en las solapas del traje gris marengo
y una pinta entre abuelete bonachón
y ligón inmemorial a lo Sean connery.
De inmediato supe que era El
Al fin y al cabo
llevaba casi 40 años sabiendo que no existe.
Es lo que tienen los sueños de lunes
una vez estuve a punto de alcanzar angelina jolie
que corría desnuda y con tacones
y no corría demasiado.
-Nunca la alcanzarás - me dijo dios en mi sueño
-yo tampoco pude.
Y brindamos por eso
su bloody mary y mi novena botellas de mahou.
Lo malo fue cuando se pasó al dry martini
y se bebió media docena sin respirar
a medida que yo los iba preparando.
Y por primera vez empecé a sentir respeto por él:
siempre me pasa con la gente que soporta bien la bebida.
Entonces se cayó del taburete y marchó tambaleante al baño
Murmurando que, a partir de cierta edad,
de los jodidos problemas de la próstata,
no se salva ni dios.

Al volver se quedó mirando
con ojos de pescado
a una rubia con ojos de pecado
Pero sacudió la cabeza murmurando
que a las rubias como esa
las carga el diablo
Así que seguimos bebiendo dry martini de a pares
Y hablando de los que hablan dos borrachos
un lunes por la boche a ambos lados de una barra
es decir batallitas
filosofía barata
historias de mujeres.
El me contó una cuantas penas de amor
e insinuó algún problema sexual que aquí no repetiré
por respetar el honorable código de silencio de los barman
(aunque, entre nosotros,
creo que la tiene pequeña y no lo lleva muy bien)
Y los problemas empezaron
cuando me dijo que no llevaba dinero encima
y que si se lo apuntaba
me pagaba la cuenta sin falta
la próxima ocasión en que bajara a la tierra
le pregunté que cuándo sería eso
y me dijo que en unos 2000 años
semana más semana menos.
Le dije que yo nunca suelo durar tanto en los trabajos
y que invitaba la casa
Pero ya saben como se ponen los borrachos
y el viejo insistió en pagarme de algún modo
Y me ofreció concederme lo que quisiera
para saldar la cuenta
¿Lo que quiera? Pregunté
Lo que quieras, contestó, poniéndose un pelín apocalíptico.

Y me puse a pensar
en acabar con el hambre
en acabar con los cabrones que deciden en sillones de cuero natural
en acabar con la televisión basura
en acabar con mi propia pobreza sin miseria
en nadar en piscinas repletas de billetes y mujeres
en no haber nacido nunca
en mis muertos que fueron y serán
en devolverles la vida
en fulminar a media docena de hijos de puta que conozco,
Pensé en todo eso
mientras el viejo seguía bebiendo su martini super seco
y sonreía
¿Ya sabes lo que quieres? Preguntó
¿Lo sabes con certeza?
Asentí y salí de la barra
Y lo agarré del fondillo de los pantalones y lo eché a la calle
Lo que quiero es que te vayas y no vuelvas a joderme la vida
Le dije.
Y desperté en mi cama, oliendo a martini super seco.
Por eso digo que si una noche cualquiera
una noche de lunes
por ejemplo
dios entra en el bar en que trabajo y me pide un bloody mary
tendríamos un problema.
Aunque
bien pensado
no creo
ni que dios exista
ni que le guste este barrio
ni este bar
ni, por supuesto yo.
Y más que el bloody mary
Lo que le pega es la cerveza sin alcohol.-

El reo


Soy el estrangulador de bicicletas
el violador de la funda de tu almohada
el que de tus novias mira antes el cerebro que las tetas
y las tetas también
soy poca cosa
casi nada

Soy el que le roba tres latidos por hora a tu reloj de diseño
el que mella el filo a tus brillantes espadas
el que ronda en las fronteras de tus sueños
y en tus sueños también
soy poca cosa
casi nada

Soy el devorador de nubes grises
el asesino todas las preguntas
el que al final del cuento prefiere la princesa a las perdices
y las perdices también
soy poca cosa
casi nada

Soy el que improvisa los tumultos
el envenenador de los oasis en franquicia
el que anhela la fuga y no el indulto
y el indulto también
soy poca cosa
casi nada

Soy el que de las películas te desvela siempre el fin
el cómplice perfecto que sin tortura te delata
el que del robo se lleva la chica antes que el botín
y el botín también
soy poca cosa
casi nada

Soy el recuerdo de un tiempo no ocurrido
el que pinta los peces de colores
el que derrota con pociones el olvido
y el olvido también
soy poca cosa
casi nada

Soy el cadáver saludable de tus penas
el secuestrador de tus peores ilusiones
el que suplica el perdón de la condena
y la condena también
soy poca cosa
y
no te preocupes
pronto
no
seré
nada.

Lavapiés, Otoño 05

(Vale también para este invierno 07)

Los vecinos sacan punta
a sus miradas agudas
padecen las ventanas de legañas
y por la acera paso

en dirección prohibida.
Un gato masca ratones de hojalata
un borracho

sin nada que olvidar
recuerda
al pisar la calle
y vuelve al bar.
Desde la niebla hecha de vallas
al sur de tirso
llega un coche propulsado por el ruido
y el conductor se ufana
pobre iluso
como si fuera él
el que conduce.
Una muchacha con ojos de ventana
(sin legañas)
imprime las baldosas de tacones
y en las paredes
el muro de carteles superpuestos
me informa que otra vez llegaré tarde
al único lugar en que me esperan.

El gato ha dejado sus faenas
y me mira
con cara de tasador inmobiliario
acelero el paso
para dejarlo atrás
creo que corro:
hoy tengo el alma
ligeramente arratonada.-

Los taburetes del Diablo

(Este lo conoce mucha gente porque está en la carpeta común y pringosa en la que almacenamos el material que va llegando. En todo caso, cuidado al sentarse...)

En el barrio de las Maravillas existe un bar en el que los taburetes los carga el Diablo.
Ignorantes de la maldición, los clientes del establecimiento llevan décadas disputándose los asientos que rodean la barra, pero en cuanto se sientan en uno de ellos, comienzan a sufrir sus efectos. Y salvo los autores de esta crónica –y Satanás, por supuesto- nadie es capaz de distinguir el taburete de la Felicidad del que provoca la Pena Más Profunda.
Según la leyenda, todo empezó la noche del 20 de noviembre de 1975, cuando el Diablo decidió salir de copas por Malasaña. Algunos cronistas apuntan que estas salidas eran habituales para el Señor de las Tinieblas, mientras que otros, como Germinal Alonso, aseguran que Belcebú quería celebrar, después de larga espera, la muerte de Franco, uno de sus discípulos predilectos, quién por fin iría a poner un poco de orden en el Infierno. Pero la afición de Molina al Anís del Mono y su conocida condición de rojo, hacen dudar a otros estudiosos de la imparcialidad de sus teorías.
En todo caso, las diferentes fuentes coinciden en la infausta fecha en que el Diablo entró en ese bar. Y también en el hecho de que, ya sea por casualidad, o porque mucha más gente tenía motivos de celebración ese 20N, el establecimiento estaba repleto y no quedaba ningún taburete libre.
En vano empleó el demonio sus malignos poderes de fascinación, su mirada magnética y hasta su aliento de azufre: nadie se mostró dispuesto a cederle su banqueta. Incapaz de darse por vencido, Satán llego a ofrecer ‘riquezas incalculables’ a un fornido melenudo que ocupaba un taburete en la esquina de la barra, a cambio de cederle ‘el sitio en el que asienta sus posaderas’. Todo lo que consiguió fue recibir un botellazo en el cuerno izquierdo, ser acusado de ‘chapero’ y de ‘bujarrón’, y arrojado a la calle. Enfurecido, el Maligno maldijo los taburetes des ese bar por los siglos de los siglos, cada uno con un sortilegio diferente.
Entre los más terribles, destacan los taburetes del Adiós. Están ubicados uno junto al otro y la pareja que se sienta en ellos, por fuerte que sea su amor, lo ve evaporarse antes del alba. Por el contrario, los taburetes del Flechazo Total, situados en extremos opuestos de la barra, hacen que se enamoren sin remedio y de modo fulminante quienes los ocupen, sea cuál sea su estado civil y orientación sexual.
El taburete de la Inspiración podría aparecer como un error de la maldición, ya que hace brotar, en quién apoye en él sus nalgas, las ideas más novedosas y geniales. De este modo, puede usted sentarse en él y antes de tener ocasión de solicitar al camarero un botellín, descubrir que comprende, de pronto, el sentido de la vida, o le método infalible para hacerse rico sin trabajar, o el modo de enamorar en minuto y fracción a cualquier persona del planeta. Lo malo es que, en cuanto se se levante para correr a poner en práctica la idea, esta se desvanece. Por lo general, desalentado, volverá a sentarte, la idea regresará y se repetiré la escena hasta que llega la ambulancia, avisada por el camarero, y dos amables y sólidos enfermeros le enfundan en una original camisa de fuerza.
El taburete de la Sinceridad obliga a decir a su ocupante lo que piensa DE VERDAD de las personas que tiene a su alrededor, y ha ocasionado no pocas fracturas, lesiones y palizas varias a lo largo de los años.
Quién se sienta en el taburete de la Clarividencia, conoce de inmediato el día, el mes y la hora de su muerte, pero no así el año. Y lo peor es que cuando el confundido cliente se marcha del local sigue recordando esos datos.
En cambio, otras banquetas diabólicas han terminado por resultar beneficiosas para sus usuarios. La del Cambio de Ideología, ha servido a más de un falangista juvenil para culminar su carrera como ministro socialista, y la de la Pérdida del Alma no causó ningún efecto apreciable en un conocido banquero madrileño de paso por el barrio. El taburete de la Fortuna revela a su ocupante, con total exactitud, la combinación ganadora de Bonoloto… del día anterior, por lo que el codicioso cliente se atornilla al asiento en espera de otra revelación, que nunca llega.
El de la Amnesia, como su nombre indica, perfora la memoria del que lo usa, aunque los dueños del local han llegado a sospechar que es utilizado como excusa para marcharse sin pagar por numerosos gorrones. Otro tanto ocurre con el taburete de la Gilipollez, que podría suponerse el más utilizado del bar, pero un rápido cálculo permite sospechar la imposibilidad de que todos los gilipollas que pululan por el barrio hayan comenzado su carrera en ese asiento, que ya debería haber desaparecido por desgaste.
El taburete de la Nostalgia sume a su usuario en una profunda melancolía por lo que fue y ya no será, en incluso por lo que todavía no ha sido. Así, no es raro ver a un cliente llorando frente a una tapa de boquerones en vinagre, lamentando la marcha de los buenos ratos compartidos con el pez; y más de un aquejado por la Nostalgia solloza al ver por primera vez a una joven a la que amará profundamente, para sufrir después el desgarro de las despedidas, antes incluso de intentar una aproximación galante mediante la ingeniosa pregunta de “¿vienes mucho por aquí?”
El taburete de la Empatía hace que su ocupante comprenda de un modo integral a su vecino de la derecha, con una compenetración tal que hace suyos sus temores, alegrías, convicciones, y hasta sus deudas. Y el asiento de la Utopía lleva a quién posa en él sus muslos a creerse capaz de acometer empresas demenciales, como acabar con el hambre en el mundo, comprender los mecanismos del amor, o fundar una editorial en Malasaña.
En ocasiones, los taburetes satánicos se combinan de un modo perverso. Por ejemplo, quién se sienta en el del Altruismo, necesita donar todo su dinero y bienes inmuebles a quién esté a su izquierda. Pero como allí se ubica el taburete del Egoísmo, el vecino en cuestión se niega a aceptar la oferta, para no tener que dar ni las gracias. El taburete de los Celos, emparejado con el de la Coquetería, han sido causa de no pocos dramas pasionales en el bar, mientras que el de la Conscupiscencia, al estar pegado al de la Castidad, suele hacer que posibles proezas sexuales queden en nada.
El taburete de la Audacia, contagia a su ocupante de una gran confianza en si mismo, por la que se siente capaz de lograr cualquier proeza… siempre que entre la concurrencia del bar, no haya una mujer rubia,algo que siempre ocurre. Y Satán, en su infinita maldad, estableció en el sortilegio, que la rubia podía ser de bote.
La banqueta de la Espera hará que nunca llegue la persona a la que aguarda el cliente que se sienta en ella, y quiénes utilizan la de la Contradicción, suelen ganarse el odio de los camareros, al tenerlos en vilo toda la noche mientras deciden si lo que van a consumir será una caña o un cubata.
La maldición no siempre funciona de modo lineal. Así, un cliente que esté en el taburete del Sopor, quedará pronto sumido en un profundo sueño. No obstante, alguno individuos parecen inmunes y en lugar de padecerlo, lo contagian a sus vecinos, narrando anécdotas y confidencias que curan cualquier insomnio.
El taburete de la Exactitud no perdona: si se sienta usted en él, no admitirá ninguna imprecisión. Tal fue el caso de Herminio Alvarez, a quien, una noche de 1993, cuando estaba a punto de marcharse, alguien le preguntó la hora.
Herminio consultó su reloj digital y respondió:
-Son las dos horas, treinta y cinco minutos y cuarenta y dos… cuarenta y tres… cuarenta y cuatro…cuarenta y cinco…
Herminio sigue, después de todos estos años, sentado en el taburete, persiguiendo los segundos que huyen.
De la misma familia es el taburete de la Literalidad, que lleva a tomar cualquier frase al pie de la letra.
Es probable que usted entre al bar en cuestión y, tras sentarse en el maldito taburete, al ser saludado por el camarero con un tópico pero gentil “buenas noches”, responda:
-Buenas, buenas… hasta cierto punto. Porque si se refiere usted al clima, la temperatura es de 16 grados, pero el viento del Noroeste hace que disminuya la posibilidad de lluvias, con la falta que hacen en el campo. Y si su observación se refiere a la bondad de la noche, la noche no pude ser buena en si, sino por lo que le ocurra a quiénes la vivan. Pero más aún, usted ha utilizado el plural, entonces ¿ a cuál de las “noches” se refiere, a la de hoy, a la de ayer, a la de mañana?
Es probable, que el camarero, conciliador, suspire y le pregunte “¿Qué le pongo?”, a lo que usted responderá que ponerle, ponerle, no le pone. En todo caso, le resultaría simpático, si no fuera por ese ridículo bigote. Tras un difícil intercambio de frases, le servirá la bebida que solicite, recomendándole para acompañarla una ración de patatas bravas, “que están que te cagas” y que usted rechazará por motivos obvios. Del mismo modo, se abstendrá de aceptar las propuestas eróticas que le formulará una rubia espectacular, por haber oído decir de ella, minutos antes, que “está de muerte”; o intervendrá, con precisión, en la conversación de la pareja de enamorados sentados a su izquierda, matizando:
-Ustedes perdonen, pero creo que no es exacto que le diga usted a la señorita que en cuanto salgan de aquí le va a “comer todo”, ya que en el hipotético caso de que fuera usted capaz de comer carne humana, mal podría, en una misma noche, digerir los 58 kilos que pesa la señorita…
-¡Oiga, que yo peso 49 kilos!
-58 kilos y 550 gramos, me temo. Además, usted, señorita, tampoco ha sido muy clara al decir, hace unos minutos, que sólo tenía ojos para él, cuando la he visto mirar, con evidente deseo, al camarero…
Tras varios episodios como el narrado, su presencia se hará notar en el bar, hasta tal punto que, tanto el camarero como el resto de los presentes, le sugerirán, con una perfecta sincronía coral que se vaya usted a tomar por el culo.
Recomendación que usted cumplirá al pie de la letra.
Los autores de esta crónica, conocedores de la localización del bar y del mapa de maldades de los taburetes malditos, son también clientes del mismo y suelen sentarse en los de la Perversidad.
Por ese motivo no hacemos público el nombre del bar.
Así las cosas, tenga cuidado al ocupar un taburete en los bares de Lavapiés. Tal vez sea la próxima víctima.

Inés Pradilla & Carlos Salem