miércoles, 16 de mayo de 2007

Daniel Herrera


tiene esa pinta de viajero en el tiempo
al siempre le acaban perdiendo las maletas
y de ser el único espartano
que llegó tarda a las termópilas
porque dormía la resaca
de alguna griega trágica
o de una borrachera clásica.

No me cuesta nada imaginarlo
en la edad media
como al más pobre de los frailes franciscanos
ese sólo tenía para cubrirse
una manta de papel
y temblaba a solas
en la celda peor del monasterio
cuya ventana conducía
casualmente
al patio del burdel.

Creo que lleva dentro su propia torre de babel
una postal
de su barrio natal
allá en la atlántida
y el mapa para llegar
a cierto bar
al que no conviene entrar
antes llamado el aleph.
Pero no creas que el poeta de tristezas
cuando se detiene en nuestros días
se revuelca en el charco de sus penas
(aunque sospecho que le han dado
entre las sábanas
alguna que otra alegría)
el se levanta
construye una escalera de palabras
y sube
sube
y sube
como si no le importara.
Pero al llegar arriba
sonríe para dentro
que es como la sonrisa cura
o como duele
y bien lo sabe
el muy cabrón
suspira
el muy cabrón
y va
y se tira
para volver a empezar
desde el principio
en el tiempo que sea
que será el suyo
mientras queden tabernas y poemas

viernes, 11 de mayo de 2007

Cosecha 59


Nací el año
en el que raymond chandler
se voló los sesos
por la muerte de cissy
un amor con décadas de sueño compartido.
Creo que por entonces el che
ya bogaba al eco de guillén
para que el sueño de una cuba contagiosa
no se quedara en infección local
que kerouac buscaba algo
que a lo peor
se había pasado de largo en tanto viaje
que miller añoraba entrepiernas remotas
y perdidas entre folios
y que el cabrón de hank
había dejado de escribir
por el momento.
Creo que en áfrica se derramaban las independencias
y en la américa latina
la gente aprendía a no tener vergüenza de su ombligo.
En francia
los futuros estudiantes del 68
repetían las nanas
que cantaban sus niñeras
y boris vian se marchaba odiando a todo el mundo
para seguir amando a su trompeta.

Llevo 25 años o más
con una pierna a cada orilla de un río que no existe
demasiado joven
para el flequillo de los beatles
demasiado viejo
para renunciar a la utopía.
No pudimos ser beats ni pospodernos
la generación X nos suena peli porno
y las nuevas tendencias en el arte
la política
o la literatura
nos saben a galletas viejas
húmedas
envueltas en papeles nuevos.
y brillantes.
No es fácil crecer sin un espacio propio
una moda a la que subirse cuando toca
y de la que tirarse en plena marcha
cuando empieza a perder velocidad.
Vinimos al mundo
en un momento
en el que todo y nada podía cambiar.
y se nos fue esa vida
tratando de encajar
Cosecha 59:
nacidos para dudar.

La pequeña muerte

Algún francés
de mal follar
dijo una vez
que el sexo era la pequeña muerte.

Y me temo que hablaba de su sexo.

Porque la pequeña muerte acecha
en lo pequeño
en el número de teléfono que nunca marcas
aunque debas
en las frases que no sueltas nunca a tiempo
en el telediario de las tres de la tarde
en las noticias de las nueve
en la reseca estepa de los sueños
que más temes.

La pequeña muerte da mordiscos a tu amor
con sus diente de sibila
se desayuna tus ganas de bautizar las mañanas
se nutre de tus fracasos a mediodía
y por la noche te acuna con sus brazos
de autocompasión podrida.


La pequeña muerte
como un pequeño perro feroz y faldero
una piraña solitaria en tu pecera
un miedo enano que nunca te decides a pisar
ciertos olvidos que te inventas
para poder recordar sin consecuencias.

La pequeña muerte sabe
que cuando callas
tus palabras se cocinan en su sopa de saliva
sentencias hervidas o al vapor
condimentadas con la sal que ya no sudas
y crece sin contar las calorías.

Esa muerte de bolsillo
esa pequeña y mala puta con los ojos pintados de ironía
se pone sus mejores bragas
medias tentadoras
zapatos nuevos
y taconea siempre a dos metros de ti
para que puedas escuchar sus pasos
que te acusan y perdonan.
Está en la cola del súper
no paga el viaje en el metro
se cuela en todos los autobuses
y se conoce de memoria el horario de los trenes
de cercanías.


Sabe todo lo que pierdes
lo que te aterra conquistar
lo que bosteza cuando quisieras gritar
y no te atreves.

La pequeña muerte cotidiana
avanzadilla de la muerte grande
muestra gratis de la nada
que habita en tu cama en tu cocina
en el atasco de las horas punta
en esas vacaciones que no alcanzan
en la mirada feroz de las vecinas
en los ojos de los otros
de todos los otros
en la tela de araña
de tus propias pupilas

Esa pequeña muerte que nos asesina
poco a poco
día a día
y que no puedes matar cuando la buscas
esa pequeña muerte predadora de migas
ese inocente canario que nunca desafina
esa muertecita de mierda
esa alimaña:
esa enjaulada mascota
que vive
en la rutina.

tareas de invierno

(Esto es viejo y no sé si ya lo había colgado en el blog. En todo caso, alguien me lo pidió, tampoco recuerdo quién, y aquí lo cuelgo. Habría que colgarme a mí)


asar un pollo hecho de nieve
lentamente
y sin abusar del condimento
tocarte la punta de los pies con la lengua
(tus pies y mi lengua)

acumular ideas niqueladas
que alejen a la muerte
una semana más
vivir del aire
del aire en vaso largo
en botellín
del aire frío

dormir temiendo que alguien
me enrolle al recoger el decorado
y me abandone en un almacén lleno de sueños
de tela y papel
despertar lleno de fuerza algunas veces
algunas pocas veces
odiar o amar a prójimos estúpidos
discutir lo banal
mientras el pollo hecho de nieve se asa
lentamente
tengo tanta hambre de vida
que me como la mía a dentelladas
y sin descongelar
lo suficiente.

Memorias circulares del hombre peonza

Comencé a girar
con dos años y medio
a la hora de la siesta
cuando metí el brazo
hasta el hombro
en el sexo-volcán de un hormiguero

y no he dejado de girar desde esa siesta.

En contra del sentido
de las agujas del reloj
un coriolis sin pasaporte
ni hemisferios.

Dicen que cuando giras
todo el tiempo
contra el tiempo
se pierden los detalles
otra mentira
es la estela del detalle lo que tienes
espumas de un paisaje
comisuras de labios
que te llaman sin nombrarte
un huracán de pestañas
una mano que roza el movimiento
y poco más.

Porque el que gira
mas que perderse los momentos
los congela
y en la próxima vuelta
ya forman parte de su piel de madera.

Rotación y traslación
como la tierra
y al igual que el planeta
el hombre peonza
no pregunta porque gira
lo hace
y gana tiempo
mientras el tiempo se pierde
en cada giro.
No creas que el oficio de peonza
es cosa fácil
tiene sus riesgos
sus leyes
sus renuncias
a veces quieres quedarte en un aroma
y cuando vuelvas a pasar
ya no será mismo perfume.
Tenía razón el griego aquél que dijo
que no vuelves a cruzar el mismo río
sólo olvidó decir
que el agua nunca cambia
eres tú quién no vuelve
a ser el mismo.

Tampoco creas que tu eje
se mantiene estable
horadando la vida de los otros
ser peonza es pasar
estar a solas
hablar con los espejos
y no estar casi nunca de acuerdo con ellos.

No se elige girar
se gira
y punto
a los dos años y medio
a los cuarenta
o cuatro horas antes de palmarla
sólo giras
y vas
en este viaje circular y necio
que no empieza ni termina en punto cierto.

Yo no decidí ser esta peonza humana
sólo lo he sido
recopilando fragmentos de miradas
palabra
que acaban siempre en on
alguna lagrima que enseguida se despega
la duda de lo que hubiera podido ser
y no será

y
esta
pregunta fija
que me impulsa
a pensar que debo hacer
ahora que empiezo a girar
cada vez un poco
más lenta
men
te.

Un sueño del Poe

(Pasaba por aquí, después de mes y pico sin asomarme al balconcito del blog, por falta de tiempo y de conexión de internet, ya sabes: sobredosis de poesía embotellada, neuras de novela dilatando en las imprentas y ya sale, ya; para colmo de los colmados, va el imbécil del pañuelo y en lugar de dar al cuerpo fatigado su descanso, se embala como cuando, como cuando siempre, como la primera vez, y se pone a pintarrajear otrsa dos novelas a la vez, entre resaca y resaca. Y así le va.
total, que me anda doliendo El huevo derecho del Talento, no sé cuanto tiempo más, o si laguna vez será publicable. Pero mientras, el cabrón del Poe, en sueño-capítulo, va y sueña. No es poema, no sé que coño es, pero seguro que si la novela acaba por echar tetas y volverse libro, saldrá.
¿me pregunto -y le pregunto a Plutón- ¿por que será que tenemos esas manías de amasar los personajes en metal, papel albal, o cualquier otro personaje que, al final, siempre te acaba reflejando un poco? )

Un sueño del Poe

Los sueños de los muertos son como los sueños de los vivos,
pero con menos prisa.
Los muertos no se impacientan.
Por eso sé que este sueño es el sueño de un vivo.
Me desespero, renuncio a mis corazas,
y desnudo voy con mis miedos por bufanda.
Es un sueño febril, estoy enfermo y deliro,
alguien me alimenta
y me da medicinas
y me come la polla.
Todo con la misma solícita ternura que sólo merece el condenado
el día antes de su ejecución.
La mujer que me cuida es Maggy y al mismo tiempo es Lucy,
Lucy-cabeza-de huevo, la dulce muchacha calva
que saltó por mí desde un séptimo piso,
sin saber que me arrastraba con ella.
Deambulo por pasillos y alguien me sostiene,
mis piernas son de una material más blando que las nubes.
Pero aún así me resisto,
escapo a la oscuridad
y desemboco en un callejón que acaba en un edificio.
Es un restaurante, un viejo café, una posada digna de D Artagnan.
Tras los cristales sucios,
hay manos que me llaman,
ojos que me juzgan o me compadecen.
Los reconozco: Stevenson, London,
Cortázar bebiendo a morro de una botella de vino
seguramente francés,
Borges con su mirada líquida
que oculta un mar que cabe en un charco,
son tantos
y se ven tan satisfechos,
tan desgraciados y perfectos.
También está Chandler,
finiquitando una botella de whisky junto a Poe,
el verdadero Poe con un cuervo en el hombro.
Me llaman, señalan la puerta, sonríen,
¿Me animan a entrar o se burlan de mí porque saben que nunca lo conseguiré?
Me acerco a la puerta y antes de tocar el pomo sé
que si la empujo se abrirá,
y también que no quiero entrar, no por esa puerta.
Seguir el camino sería lo mismo que tomarme en serio
y sé que si me tomo en serio,
empezaré a soñar como sueñan los muertos.
Con la cara pegada al cristal,
Osvaldo Soriano
con un cigarrillo en la mano,
me dice algo que no logro entender,
y Conrad me hace cortes de manga
con elegancia digna del inglés más solemne.
Soriano grita, gesticula.
Pego el oído al cristal y creo entender que me dice
que tenía que ser divertido,
¿o que no tenía que serlo?
Retrocedo y Borges sonríe desde su caparazón,
levanta su bastón y me invita a entrar de una vez.
Detrás de él,
Vonnegut le hace con los dedos el gesto de los cuernos
y luego lo abraza como a un amigo viejo.
El ciego saca una bolsita de terciopelo rojo de su alguna parte,
despeja la mesa y empiezan a jugar a las canicas.
Pero no son canicas,
son los huevos de mi talento y ahora nunca sabré
cuál es el derecho y cuál el izquierdo.
Escapo.
Sólo unos pasos, porque el callejón ha desaparecido y no tengo adónde ir.
Ahora veo que la fachada del edificio sólo tiene esa puerta.
El resto está pintado sobre los muros: ventanas,
decenas de ventanas que parecen reales y no lo son.
Me asomo por una y voces del pasado me reclaman.
Me asomo a la siguiente
y sólo hay viento cargado de ecos.
Me asomo a otra ventana y se oye el mar.
Me dejo caer y el mar se traga,
un mar caliente,
lleno de bocas sin dientes,
que pronuncian mi nombre
y es siempre,
siempre,
siempre,
el nombre de otro.