I
¿Que será de estos textos míos, tan ajenos,
el día que ya no esté para nombrarlos?
¿Quién recogerá del suelo los versos
cuando se deshoje el tiempo que me toca?
¿Calcularán mis descendientes unos improbables beneficios,
o negarán toda relación con este trilero de poemas
que sólo quiso meter la mano y la palabra bajo las faldas de la vida?
(y alguna vez lo hizo)
¿Disputarán mis amantes la provocación de una estrofa,
olvidando que amar es repetirse a uno mismo?
¿Organizarán un congreso de despechos y perdones
con los pechos al aire y las copas y las piernas en alto?
¿Lamentarán haber entregado sus favores a un autor
más preocupado del misterio de unas ingles
que del devenir de los mercados?
Por suerte no lo sabré. Por eso escribo. Por eso amo.
II
¿Y tú?
(sí, tú, ya sabes quién, y porqué te he vestido de poemas
aunque siempre te preferí desnunda y desafiante),
¿Sacarás de un cajon mis papeles amarillos
para tocarte donde nada más te toca,
soltarás una lágrima recóndita que te inunde de recuerdos,
o empañarás con un suspiro todos tus espejos?
Sólo confío en ti para burlarme de la muerte,
porque si me llega y te sigues econtrando en mis poemas,
por más años que pasen lijándote la risa,
no habré vivido en vano
no habré muerto del todo.
Y tal vez te ronde como un personaje de Jorge Amado,
para invadirte las noches, mientras crees que duermes,
y escribirte lo mismo entre las piernas, con amor de fantasma:
que estar vivo era esto, una baraja de letras que te nombran
salga la carta que salga,
una fiesta clandestina en un sótano a dos besos del cielo,
una botella que siempre estuvo medio llena,
y estas ganas de vivirte sorbo a sorbo,
sin controles del amor o la alcooholemia.
Estar vivo es esto que tengo contigo.
El resto, olvido.
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