se los ponen a veces otras muchachas tristes,
transparentes en la soledad de sus pantallas.
Los leen con las voces de amantes imposibles,
o les dan el tacto de un pasado imperfecto,
y los visten con lujosas ausencias tangibles.
Las hay, me informan, que quisieran detenerte,
provocadora de tanta desmesura a contraluz,
culpable del contagio de un amor inconveniente.
Y las que te odian, en ciertas noches invernales,
convencidas de que tienes algo que merecen:
estas palabras que te encuentran y te lamen.
Y mientras ellas nos leen y tú te lees al leerme,
la intimidad adquiere población de orgía,
y son tantas las manos que nos tocan.
No debería publicar esta otra forma de tenerte,
pero creo que disfrutas de sentirte desnuda,
abierta a las miradas que no acaban de verte.
Y cuanto más te excita la impudicia que temes,
más viva te sabes, más vulnerable y fuerte,
más libre de quedarte en mis manos, y mas mía eres.
Así que debemos esforzarnos, amante cómplice y furtiva.
Mientras creamos este mundo para dos contra la suerte,
entre estos versos tuyos que te esconden, ellas nos miran.
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