viernes, 12 de enero de 2007

Horas de vuelo




Empecé a preocuparme seriamente
por la muerte
la semana en que empezó a salirme pelo
en los cojones.
Me refiero a pelo de verdad
y no la pelusa adolescente de hasta entonces.
Con mis amigos hablábamos todas las noches
de la muerte
y yo pensaba con razón que donde hay pelo
si vives lo suficiente
acaban por brotar las canas
como las flores blancas
de la muerte.

Luego caí en la cuenta de que era del todo imposible
que yo llegara vivo a los 50
y dejé preocuparme por las canas.
Quedaba el otro miedo
el miedo enorme a una enfermedad incurable
con su lento desguace y su reloj de arena.

Y un domingo a las seis de la mañana
nadando entre cerveza
les dije a mis amigos
que si algún día me detectaban una muerte lenta
alquilaría una avioneta
la elevaría hasta romper las nubes
y la dejaría caer contra el hotel sol del comahue
en el que se daba cita la aristocracia local
de mi pequeña y patagónica ciudad
y buena parte de las niñas
rubias ricas
que no me hacían ni puto caso.
Mis amigos festejaron la ocurrencia
hasta que comprendieron que estaba hablando en serio
y dejaron de hablar de la muerte
para empezar a hablar de gabriela
una morena que venía a ser lo mismo.
Simulé olvidarme del asunto
pero durante años me revisaba atentamente
los cojones
y antes de cumplir los veinte
me reconcilié con mi viejo para que me pagara
un curso de pilotar avionetas.
El instructor era un tipo bajito y amable
que acumulaba una montaña de trofeos
y algo así como 6000 horas de vuelo en su carné
pero a pesar de ese historial
como no había hecho la carrera militar
el único puesto al que podía aspirar
era el de azafato en una línea comercial.
En lugar de eso cruzó el país
para enseñarnos a volar
en un pequeño aeroclub de mi pequeña ciudad.
Vivía en el mismo hangar en que dormían los aviones
y yo llegaba casi al alba con pasteles
y hacíamos café antes de ponernos a limpiar
la pipper de metal madera y tela del año 39.
Él siempre hablaba del cercano día
en que su mujer y su pequeña hija llegarían
para vivir con él en una pequeña
y bonita casa
con jardín.
Y algunas veces hasta yo me lo creía.
Pero sólo algunas veces.
Cuando empezamos a volar de verdad
la primera vez
apunté con el morro de la pipper
al perfil altivo del hotel sol del comahue
y me sentí mucho mejor.
Cuando bajamos me dijo el instructor
que yo servía para aquello
pero si no quería seguir la carrera militar
lo que tenía que hacer era acumular
horas de vuelo.
Acabaron las clases y solía verlo
en alguno de los bares
en los que yo acumulaba horas de vuelo
y una noche borracho confesó
que su pequeña mujer lo había abandonado.
Luego no lo ví más y supe que se marchó de la ciudad.
Después, mi vida fue resbalando cuesta arriba
había tanto que hacer:
una revolución que parecía posible
tres o cuatro amores imposibles
los cuentos los poemas las novelas.
Ocurre más o menos así:
La vida te va viviendo
y tú la bebes
y en ese trago se agotan las botellas.
Un día aterricé en este país
en el que la gente reía con el mismo acento
que mi abuelo
y me sentí uno más
y empecé a saltar como una ficha de parchís
de ciudad en ciudad
acumulando horas de vuelo.


Supongo que no puedo quejarme
los poemas y los cuentos siguen ocurriendo
el amor también ocurre todavía
las novelas esperan su momento
de la revolución mejor no hablemos
me temo que hablamos demasiado
y no hicimos casi nada.
Hace unos años adquirí la higiénica costumbre
de afeitarme periódicamente los cojones
pero como soy un descuidado
lo olvido durante meses
y luego me toca hacerlo sin mirar
tiene su mérito.
Levo cinco años soportando unas molestias
en la tripa
que calmo tomando cada día
unas pastillas que un médico piadoso
me recetó para usar dos semanas como máximo.
Y siempre me las apaño para dejar pasar el turno
de esos análisis urgentes
que mi doctora me ordena cuando la asusto
y la seguridad me concede para seis meses después.
Lo malo es que hace poco desperté con la certeza
de que por estas fechas más o menos
mi antiguo instructor de vuelo
se habrá jubilado de azafato en una línea comercial
y le habrán dedicado un pequeño y emotivo acto
para regalarle un reloj bañado en oro
antes de mandarlo para siempre a mirar el cielo
con su pequeña mujer
en su pequeña y bonita casa con jardín.
También caí en la cuenta de que me faltan
unos tres años para cumplir los cincuenta
y entre las piernas siento un cansancio de cana.
Así que pido mil perdones
por interrumpir aquí este anteproyecto de poema:
tengo que ir a revisarme los cojones
y de paso
averigüar a cuánto cuenta en estos tiempos
el alquiler de una avioneta.-

2 comentarios:

Gsús Bonilla dijo...

las veces que lo oí,
y me gustó,
y ahora lo dejas aquí para
mayor disfrute.
pues así será, para saborearlo
pausadamente.
así es como se saborean las cosas buenas.

saludo2

Anónimo dijo...

¿Has publicado estos poemas?
Y si es así, ¿dónde? Quisiera tenerlos.
Aliciaespejada