He conocido ya contigo una infinita variedad de despedidas.
(Esta manía mía de acompañarte hasta el anden,
solo para olvides que otro extremo del trayecto
no hay nadie que te entienda y te reciba.)
Te has despedido con prisas,
con ebria euforia sin recato,
com besos para el escándalo de pasajeros que no saben que lo son,
con piquitos por si acaso,
te has despedido dejando en mi dedo medio tu sabor más profundo,
preocupada por lo que te espera en un pueblo al que no perteneces,
impaciente por llegar allí para volver a mi en un par de horas,
agobiada por problemas o secretos,
y creo recordar que una vez,
enfadada por no recuerdo bien qué exceso mío
que juré no volvería a repetirse.
Y lo que me asombra
no es la versatilidad de nuestras despedidas,
sino que cada vez te digo adiós
como si te dijera "bienvenida".
Eso me gusta, porque es otra forma de tenerte,
cuando crees que te vas
y la parte de ti que no se rinde
se queda conmigo.
Eso me gusta.
Pero por si acaso, vuelve.
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