lunes, 10 de diciembre de 2012

Zoofilias (con permiso de Oliverio Girondo)





Me da igual que una mujer tenga ojos de gata, cuello de jirafa,
o tobillos de gacela.
Le doy una importancia igual al IBEX,
al hecho de que bese con la levedad de un colibrí,
o con el entusiasmo de una elefanta en celo.
Soy perfectamente capaz de soportar
que se beban mi vino (abstenerse las abstemias)
con sorbitos de koala o con la voracidad de una camella.
Pero eso sí,
y en esto soy irreductible:
no les perdono que no sepan saltar.
¡Si no saben saltar, pierden el tiempo conmigo!

Fue por eso que me enamoré, locamente,de la mujer pantera.
Porque a volar se empieza por un salto, y nadie salta como ella.
No hay zoológico que pueda retenerla,
ni serie de la tele que narre sus tristezas.
Saltando ríe o desvela a los vecinos
con sus rugidos de hembra y de fiera.
¿Qué importa que nunca sepas si amanecerá
famélica de besos o sedienta de nubes negras?

Ella salta,
del colchón a la botella,
y de canción en canción ,
mientras fuma en el aire
o me olfatea,
me atrapa,
y en mi abreva.

¡Con qué impaciencia espero a que salte,
con sus largas piernas,
me enrede de caricias y me lleve
hacia la selva aérea que oculta entre ellas!
¡Qué delicia la de tener una mujer pantera...
aunque a veces te pueda destrozar
 con un zarpazo de ausencia!
¡Qué voluptuosidad la de pasarse
las horas en un salto doble y no mortal,
mientras en la calle el mundo repta!

Después de conocer una mujer pantera,
¿Qué atractivos me puede ofrecer
una mujer al ras del suelo?

Yo, por lo menos, soy incapaz de comprender
la seducción de una mujer que no se asuma
como un bellísimo animal en salto.

Y por más empeño que ponga,
no concibo,
que se pueda hacer el amor
más que saltando,
dentro del cuarto,
y dentro de ella.

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