y ya andas batiendo tu tambor
por mi sangre y mis neuronas.
Tengo tu sal en la boca y los dedos,
esta sed tuya que sabe a cerezas
y sólo puedo calmar cuando te bebo.
Puede que la curiosidad matara al gato
pero yo soy un tigre sin jaula tentadora
que ya no caza solo para pasar el rato,
y más que cobrarse piezas, las devora.
Pero conozco las leyes de la selva,
que convierten al cazador en presa.
Sé identificar el peligro
cuando el peligro me sonríe,
con deseo de esclava
y exigencia de diosa.
Esos ojos no desmienten lo que dices.
Ese cuello es la llamada de un mordisco
que nos borre, con caricias, cicatrices.
Esa boca dispara unas sonrisas
del calibre necesario
para herir o besar,
que en tu caso,
viene a ser lo mismo.
Esas caderas marcan el ritmo de las nubes.
Esos pies, que dibujan la alegría al separarlos.
Ese coño, que tiene la edad de tus miedos
pero es más generoso, mucho más sabio.
No sé quién caza a quién
en este claro
entre dos penas de animales tan humanos.
Y sin treguas,
te propongo explorarnos,
a ver
cuánto placer
nos cabe entre las manos.
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