martes, 26 de febrero de 2013

Zombieland




Los  ojos de la gente
están llenos de arboles sin hojas
y no seria justo echar toda la culpa
a los otoños.

Sus pensamientos crujen
al ritmo del vagón
y  los puños permanecen cerrados
para evitar caricias .

Una muchacha relee un mensaje en su móvil
como esas buenas noticias
que conoces de antemano
mientras abre y cierra las piernas.
Sonríe.

Una vieja antes de tiempo
la censura sin palabras
y yo sigo el baile de las rodillas de la chica
sin más intención
por una vez
que la solidaridad entre marcianos.

El resto de la gente mira hacia la nada
como si la nada fuera
un sucedáneo del futuro.
Me apuñalan gestos afilados
de personas que alguna vez amaron
que marcaron días felices en los calendarios
que creyeron en alguien
 para creer en si mismos

Otros
simplemente juegan a jugar
en sus pantallas a la muerte virtual
de imaginarios enemigos
o leen en los periódicos gratuitos
sobre las muertes remotas
y suspiran con alivio.

¿Y yo?

¿Quién es ese aprendiz de bucanero
que escribe en el teléfono poemas
y te los manda sin revisar
como una canica furtiva
que busca y encuentra
tus pechos?

La muchacha del mensaje
vuelve a sonreír y le sonrío.
Si los demás nos detectan
serian capaces de lincharnos
por delito de lesa felicidad.

Bajo en mi parada y corro hacia la calle
estoy temiendo que me sigan
que me alcancen y me sumen a sus restas.

Te llamo o me llamas
no recuerdo
y dices que has llorado de felicidad
con el poema.

Te escucho y enciendo un cigarrillo.

Que vengan si quieren
si se atreven.
No les temo.

Ahora soy inmortal
porque lloras feliz por mí.

Soy inmortal.

Hasta el próximo metro
y el próximo poema.

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