miércoles, 28 de noviembre de 2012

En tu camita


En tu camita

Lo confieso, casi sin verguenza:
mientras duermes, a kilómetros de mí,
te follo como la primera vez,
con la furia gentil que reservo a las desconocidas
que acaso no vuelvan a tropezar con mi cama.

Es casi una violación consentida,
un ansia de inundar tus entradas
y hundir las preguntas cuerpo adentro.
No pretendo el daño, pero el daño es un acierto,
ni victorias imposibles sobre tu cuerpo de batalla,
digamos que me busco en lo más hondo
esperando no encontrarme,
para que la ausencia
no duela de verdad por la mañana.

En el fondo de tu coño me encontré,
como luego me encontraría en tus ojos,
pero mientras duermes como una niña en tu camita,
juego seriamente a follarte como si no te amara,
un choque de cometas en el centro de la nada,
un cataclismo de dos nadies que se igualan.

¿A quién engaño? Incluso en el medio de tu sueño,
cuando más salvajemente te poseo,
siento la necesidad de curarte otras heridas
mientras te hiero.

La vieja contradicción de los amantes:
querer saberlo todo del sujeto del amor,
y tratarlo como a un bello objeto ajeno;
protegerte del mas ligero de los males,
y  someterte a mis instintos más bestiales;
ser al mismo tiempo la patria y el extranjero
que no deja huella para ser inolvidable.

Hacia el alba me asalta la culpa, manantial,
cuando saciada la furia se derrama la ternura.
Pero solo puedo amarte de esta forma dual:
hacer que todo empiece
para que no se acabe
la conocida novedad de descubrirte una vez más.

Mientras duermes, horadada de mí, sonríes,
y sospecho que esto que te hago y esto que quiero,
también lo quieres, también lo pides sin pedirlo,
y aunque finjas olvidarlo al despertar,
también lo sabes.

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