Hay mujeres con gato que no tienen gato.
Pero lo tendrán.
O llevan, caminando a su ritmo, dos huellas más atrás, un gato que se funde con su sombra, y que se encrespa cuando ve que están a punto de pisar la baldosa floja que espera en el camino de toda mujer, con o sin gato.
Las hay que no han conocido aún a ese felino de brumas que, más que perseguirlas, las protege, acaso porque la noche se come las sombras a lametazos y el gato, discreto, se deja lamer.
Hay mujeres que acarician gatos hechos de suspiros, y con nuevos suspiros los amasan cuando cualquier otra presencia en su cama sería un dolor o una derrota.
Y una mujer con gato, aunque a veces pueda olvidarlo, es invencible.
1 comentario:
Hay momentos de la vida en que me han temblado todas las aceras. Es bonito imaginar que yo también soy invencible. La próxima vez que me reinvente procuraré buscarme un minino.
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