sábado, 6 de septiembre de 2008

Pagaría por no verte




Cuando se dice que la veteranía es un grado, se corre el peligro de incurrir en una de esas frase hechas que tanto joden al bueno de Salvo Montalbano. Pero mal que le pese al comisario de Vigatà, en ocasiones esos tópicos contienen verdades como puños americanos. Es el caso del escritor argentino Juan Sasturain y la vuelta de su veterano detective Julio Etchenike en "Pagaría por no verte". Pedazo de título, extraído sabiamente de un tango en flor (verso de Celedonio Flores, nada menos), que viene que ni pintado para el nuevo caso del investigador jubilado creado por Sasturain y situado en los años finales de la última dictadura argentina.

Etchenike, que se presentó en 1985 y 1987 con Manual para perdedores (en dos tomos) y siguió sus andanzas en 1988 con Arena en los zapatos, es un oficial de la policía viudo y jubilado, que ha vendido su casa para montar un despacho de detectives a una edad en que otros se dedican a espiar minifaldas desde el banco de un plaza o controlar el trabajo de los albañiles en las obras públicas. Es como si, saturado por lo que ocurre en el país, en el que la justicia se ha convertido en una farsa, el veterano decidiera hacer justicia con minúsculas por su cuenta,a la manera de un Marlowe porteño y otoñal, que necesita creer en algo para no reventar de asco acumulado.

Casi veinte años después, Sasturain recupera a Etchenike y supongo que no es casual que lo haga, ahora que todo aquello suena a leyenda para los chicos de veintipocos. Más que meterse en el panfleto - y podría y habría con qué- el escritor corta y cose a medida y con puntadas certeras un policial clásico en la forma y teñido de un humor que también se podría definir como chandleriano si no fuera porque Sasturain lleva más de tres décadas ejerciéndolo.

Escoge con acierto una trama en la que la vida personal y el pasado de Etchenike se ven implicados en la investigación, con lo que logra -viejo zorro- que los que llegamos tarde al personaje andemos como locos buscando los libros anteriores del detective jubilado. Y sin embargo, Pagaría por no verte es independiente. se puede leer y disfrutar sin saber nada anterior del personaje.

Otra ventaja son los capítulos cortos, cada uno con su propio título y cargados de sentido. No sobre una palabra ni un diálogo, y cuando llegas al final, dan ganas de correr a por más Etchenike.

Uno, que modestamente lleva adelante una cruzada para reivindicar la figura del detective privado, ahora que todo son maderos con GPS incorporado o investigadores de sillón y archivo, no puede menos que celebrar la épica cotidiana de un personaje que sigue adelante porque no aprendió a caminar hacia atrás, y para el que la conciencia y la almohada son la misma cosa.

La pregunta es: ¿qué coño pasa que estos libros no se editan aquí?

En cuanto junte un dinero, contrato a Etchenike para que lo averigüe...







Para lectores españoles sin miedo a comprar por internet, el cambio hace que podamos pedirlos por ese medio y (si somos listos y encargamos algún libro más para rentabilizar el envío, "Arena en los zapatos", por ejemplo), el coste final siga siendo inferior o similar al que pagaríamos si lo compráramos en la librería de la vuelta de le esquina. Adjunto un link, pero hay más, que uno no está a comisión de nadie:
http://www.tematika.com/libros/ficcion_y_literatura--1/novelas--1/argentina--3/pagaria_por_no_verte--473430.htm


Para saber más: http://es.wikipedia.org/wiki/Juan_Sasturain

7 comentarios:

Said dijo...

Aca que por motivos que aun desconozco vine a dar a estos rumbos y me llamo la atencion el nombre de este libro que presentas... el de sasturain... donde me puse a pensar si yo pagaria por no verla, yo creo que he llegado ya al punto de solo pensar en eso... pero, pediria mejor que le den el dinero a ella y que se vaya si asi lo decide(porque seguro le hace falta)... pero a mi ya no me da, ni tampoco me quita. Historias de cama, de cuna, de vida.


Saludos Carlos, que por ahi dice mi acta de nacimiento que me llamo igual, pero no le creo.

Leo Zelada dijo...

Asalto Poético a la Noche en Blanco en Plaza San Idelfonso

Invitamos a poetas e iconoclastas en general al recital poético que se realizara en la Noche en Blanco. La acción se llevará a cabo a partir de las 3 de la madrugada en la plaza San Ildefonso de Malasaña. Allí nos verán con altavoz en mano esparciendo poesía viva por las calles de Madrid. Todo aquel que desee leer puede hacerlo sin restricción alguna. Están invitados a asaltar Troya con nosotros.

Anónimo dijo...

sir salem,
el título es fabuloso,
es de esos que sin saber nada de su autor o de q pie cojea
sólo x el título lo compras.

y emcima, ahora, sabiendo algo más,
pues valor añadido

meloapunto.

Abel dijo...

Buenas Carlos!
Mi nombre es Abel, suelo ir al bukoswki de vez en cuando. Un día tuve la suerte de verte leer un poema que me llegó, y me llegó mucho, al fin lo he conseguido: País robado, país borrado. Quería publicarlo en mi blog, si usted da ese permiso.

Un saludo y hasta la proxima

Abel dijo...

Buenas Carlos!
Mi nombre es Abel, suelo ir por el buk de vez en cuando. Un día tuve la suerte de escucharte un poema: País robado, país borrado
Ese poema me llegó, y muy muy hondo. Me gusta mucho la historia, y el tema argentino siempre está ahí. La noche de los lápices, texto de la madres de la plaza de mayo, esos aviones cargados con personas y tiradas al mar, ese acto patrio de las malvinas, pan y circo visualizado en el mundial del 78...
Si usted da el permiso me gustaría publicarlo en mi blog. Te dejo el mail, abelaparicio@gmail.com

Un saludo

Adrià dijo...

Temita.

Pillé la revista Squier del mes pasado en un aeropuerto (era eso o el Hola y la napia de Leticia)…ya ya ya.

Salía un crítica así buenorra de tu último libro.

No se cuanto pesan esas cosas, le dejé allí pero si quieres regreso y la robo.

No me pidas comprarla.

tony wilson dijo...

Carlos,
me estoy recagando de la risa con tus cuentos. el pedo más bellos del mundo (más besho como diría alguna medialuna de la esquina). dirijo una revista en bs as. Tiempos de Neón (la última revista cortada al cuchillo)
y bueno loco me encantaria cortar a cuchillo alguna fragmento tuyo , alguna idea y ponerla .
tiemposdeneón@gmail.com

Carlos, no te conocía sos un groso.
Cheever, Miller, Gutierrez seguro te quieren.

acá un cuento que salió en un revista de decoraciones hace una ssemanas (es que la editora ni se tomó la molestia de leerla)

Wedding Planner S.A.

Empecé robando cotillón. Corría el año 1998 y los casamientos abundaban. Recibía todo tipo de invitaciones para asistir a las bodas más glamorosas y extravagantes. Fiestas en el Palacio Saint Susy de Victoria, en el country Santa Barbra, en Pacheco, al Thatchersalt en Palermo Queen, en Trinity Beaches en el Tigre, entre tantas sofisticadas locaciones con nombres bien pelutodos que tanto le gustan a la clase media, media alta argentina. El compromiso para asistir y la lista de regalos eran siempre un dolor de huevos. Nunca fui una persona muy sociable que digamos. Pero pareciera ser que mi desprecio despertaba en los demás un incómodo aprecio hacia mí. Mi inestabilidad y falta de vocación me había llevado por varios colegios en mi infancia, por varias universidades en la adolescencia y por muchísimos trabajos en mi adultez. Así conocí a infinidad de personas. Sin habérmelo propuesto mi lista de contactos se había hecho infinita. Todo el mundo sabía quién era. Parecía que todos veían en mí a un personaje interesante, un rara avis, un personaje que hacía juego con el decorado. Pero en el fondo yo odiaba todo tipo de evento o convención social. No soportaba los grupos, detestaba las fiestas y, más que nada, detestaba los casamientos.
Creo que fue como mecanismo de autodefensa, pero con el tiempo comencé a creer que algún día no sólo lograría amortizar los gastos, sino que además amasaría una fortuna gracias a las bodas.
Me gustaba ser impuntual pero al revés, siempre llegaba un ratito antes. Evitaba la tediosa ceremonia en la iglesia y me dirigía directamente al lugar de los hechos que realmente me importaban, el salón de fiesta, el vino, los escotes y la gran celebración.
Antes de entrar tenía la extraña costumbre de leer unos cuantos poemas del etílico Bukowski, no sé bien por qué pero eso me inspiraba siempre a pasar una buena noche.

Conocí a un genio

Conocí a un genio en el tren
hoy
como de 6 años de edad
se sentó a mi lado
y mientras el tren
avanzaba a lo largo de la costa
llegamos hasta el océano
entonces él me miró
y dijo,
no es hermoso.
Fue la primera vez que me
percaté
de ello.
Carlos Bukowski

Cócteles, delicatessens, ponche, elegancia, sonrisas Kolinos, buenos modales, falseterías, miradas paranoicas, ansiedades, celos, envidia, elegancia, colmillos afilados, y toda suerte de azares que pronto nos llevarían hasta una mesa. Con quiénes compartiría la cena, eso era siempre una lotería. Yo raramente tenía suerte. Nunca conocía a nadie y todos debíamos aparentar una diplomática cordialidad. Y llegaban los campeones aliados, con el tema elegido, algún tema de Eros Ramazzotti, Cristian Castro, Bono and Pavarotti, Ros Stugart, The final Countdown de Europe, el rompe tímpanos y cristales I will always love you de Whitney Houston, o cualquier tema que identificase los sueños e ilusiones de la pareja homenajeada. Llegaba el video, las fotos y los recuerdos, donde yo siempre era olvidado. Luego un primer plato, unas pastas, una pasta pasta grandota, un raviol artístico, un baile, unos clasiquitos del rock and roll donde todos mostrarían sus estúpidas dotes aprendidas en la adolescencia, twist and shouts sacudiendo las caderas como patos sin patas. Y luego otro plato, carne, un lomaso acompañado de papas… Y otra rueda de baile con salsa donde, ahí sí, todos demostrarían sus coreografías de clases mal tomadas en algún taller de countryclub. La vuelta a las mesas, más video, más fotos, y el vals que nadie sabrá bailar. Y luego, por fin, el postre, la torta, y el momento más esperado: la fiesta Carioca y su cotillón de vanidades.
Disimulada y estratégicamente ubicaba la bolsa o el armario donde estaban guardados los artículos más preciados. Yo era el rey carioca y nadie se atrevería a quitarme nada. Iba por todo, con los codos bien altos como quien espera un centro de corner llegaba al area dispuesto a apropiarme de todo. Mi mesa rebalsaba en cotillón: el gorro de bruja flúo, la galera de terciopelo safari, el sombrero arlequín con antifaz, una máscara del elefante con gran trompa, un galerón psicodélico flúo, el gorro banana de goma espuma, una peluca elvis, marilyn, afro, rastafari, ruleros, peluca multicolor, sombrero mejicano, sombrero faraón de lujo, turbante tiara de flúo, máscaras caratontas con narizotas, anteojos culo de botella y bigotes exagerados, maracas, maracas con forma de lata de cerveza, de pancho, de yogur, cornetas, moños de tela, porras de plástico, collares luminosos, anguilas eléctricas, garrotes prehistóricos y bates de basebol de goma, alitas de ángel, cuernos de diablo… Los invitados generalmente se quedaban sin nada, el cotillón era todo para mí.
Así monté mi primer negocio independiente. La cantidad de cotillón que recolecté en esos tiempos me alcanzó para abastecer a varios organizadores de bodas.
Pero fui por más, y con el tiempo comencé a dedicarme al planeamiento y organización de bodas y cada vez más bodas de la alta sociedad. Me convertí en un creador de momentos. Del tren, del subte y la calle conseguía a los más miserables y talentosos músicos, los disfrafazaba contratándolos para musicalizar las jornadas. El discjockey era siempre la estrella, mi amigo Dj Milton, de Maluco Beleza. Viejos amigos de mi paso por la gastronomía me daban una mano con la comida, pan y paté mentirosamente decorado, kanikama refrescado con agua salada, caviar vencido (nadie notaba la diferencia) y el alcohol, bueno, el alcohol era bueno, buenos vinos, rica cerveza, champagne francés y whisky importado. Un buen equipo de fotógrafos y yo mismo me encargaba del armado y la edición del videito.
El video. Ahí estaba mi verdadero negocio. Semanas antes de la boda seguía detectivescamente a la pareja en cuestión, filmándola y pescándola infraganti.
Con ex novios o amantes ocasionales. Todos siempre tenían una historia paralela que ocultar y despedir, y si no la tenían yo mismo la creaba, pues me había convertido en el más hábil y canalla creador de momentos.
Un día antes, me las ingeniaba para hacerle llegar una nota a los novios por separado en donde, anónimamente, les exigía una suma importante de plata, si no querían que en algún momento de la fiesta sus condenables aventuras e infidelidades fueran exhibidas en el proyector para la indignación, estupor y regocigo de la conservadora platea, y para el enfurecimiento de su flamante cónyuge.
El dinero que levantaba por boda era importante.
Era el mejor en lo que hacía y cada vez más gente me contrataba.

Un día tuve la revelación. Ya entrado el año 2000, sentí una nueva ola venir, y me creí preparado para surfearla. Me di cuenta de que lo tenía montado, tenía algo grande, tenía entre manos un negocio redondo y no de ricota, un negocio redondo y de agridulces canapés. Un negocio de odios y rencores. Porque el odio y el rencor también merecen festejarse.

Hoy me dedico a organizar fiestas de divorciados. No me va nada mal.