La soledad no tiene nada de romántico
y el frío me congela la nariz
y la culpa de imaginar a los que duermen entre cartones siete noches por semana
La soledad no es una ventana abierta
a un mundo de posibilidades
diga lo que diga el coaching
tu madre o la astrología.
La soledad es una puerta
que se cierra
lentamente en tu cara
sin que intentes
ni sepas impedirlo.
Es una caricia de la nada.
Una calle desierta de Palencia en invierno a las siete de la mañana.
Un regalo sin egoísmo.
Un adiós sin destinatario.
Un suicidio sin coartadas.
Y hablas por teléfono
con una mujer la que amaste
y todo es bello y dulcemente triste
porque felicidad
es un verbo que se conjuga en pasado perfecto
y no en presente de mierda.
Y llega el miedo y ya no puede quitarte nada.
Soledad es esta ausencia
de mí mismo que me acecha
en casi todas las esquinas
cuando me levanto demasiado temprano
sabiendo que ya es tarde para todo lo importante.
Soledad es ganas de volver a fumar
aunque sea para confundir
una vez más
arder con quemarme.
Y me pregunto
cuándo dejaron de amarme
mis amantes
por qué no han abierto aún los bares
y dónde
coño
está Hopper
cuando lo necesitas.
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