http://balacera.blogia.com/2008/051901-carta-abierta-a-don-carlos-salem-y-a-quien-la-quiera-recibir-.php
Carta abierta a don Carlos Salem (y a quien la quiera recibir)
Estimado don Carlos:
Buena la ha hecho usted con sus dos últimas novelas, Camino de ida y Matar y guardar la ropa. Porque si hace unas semanas, con Camino de ida, me pasaba un par de tardes ignorando los lloros de mi perro, que reclamaba como procede su derecho a salir al parque a evacuar, con Matar y guardar la ropa he tenido que aguantar sus exigentes mordiscos en los tobillos mientras devoraba (yo, que mi perro, no muy dado a la lectura, muestra una respetable preferencia por el pienso del Mercadona) la segunda de sus novelas.
Claro, es muy fácil lo que usted hace, enganchar al lector con una trama imposible y aparentemente ligera. Aunque fácil no es la palabra, y si no que nos lo pregunten a quienes, de vez en cuando, tratamos de inventar algo que ofrecer a nuestros lectores.
Y es que uno lee la contraportada de la novela y se dice que una historia en la que el protagonista es un asesino a sueldo de vacaciones en un camping nudista de Murcia en el que veranean también su ex mujer, la nueva pareja de esta (un juez implacable con la delincuencia organizada), un inspector que hace tiempo que sospecha que el protagonista no es trigo limpio y un amigo de la infancia, uno se dice, repito, que esa historia no puede desarrollarse sino en una novela intrascendente, facilona, divertida, para pasar el rato sin hacerse demasiadas preguntas.
Craso error, por supuesto. Sí, las delirantes situaciones expuestas en la trama de la novela llevan a pensar así, incluso en ocasiones me sorprendo pensando que tal demostración de capacidad imaginativa sólo puede ser fruto de la ingesta masiva de psicotrópicos varios por parte del autor. Sin embargo, la lectura calmada de la novela (siempre y cuando seamos capaces de contener la carcajada) destapa algo mucho más interesante, una serie de cargas de profundidad que dejan patente que actúa usted con absoluta lucidez (o que los psicotrópicos le sientan mejor que a la mayoría de los mortales, al menos mejor que a mí). Porque a través de esas situaciones absurdas a las que usted somete a su pobre protagonista, obligado a ocultar sus continuas erecciones mientras deambula por el mundo desnudo y casi desarmado, encontramos a un padre de familia corriente y moliente pero obligado a ocultar algo menos evidente que una erección en un camping nudista: su doble vida como visitador médico y asesino a sueldo al servicio de la Empresa.
Como padre de familia deberá enfrentarse a la evolución que experimentan sus hijos conforme van descubriendo que detrás del padre comercial se oculta alguien con un trabajo y unas virtudes mucho más interesantes o a una ex mujer que se sorprende cuando, años después, vuelve a reconocer al hombre del que se enamoró y que quedó eclipsado por una profesión poco glamourosa.
Como asesino a sueldo deberá debatirse entre la misión encargada (de la que no conoce los detalles), la protección de los seres a los que quiere y la sensación permanente de que alguien le quiere tender una trampa.
Pero, don Carlos, ¿qué le ha hecho a usted este pobre hombre para que me lo maltrate de este modo? Menos mal que ha tenido usted el detallazo de ponerle un acompañante de excepción, ese Andrés Camilleri, profesor de literatura retirado y actualmente escritor de novelas policíacas, desempeñando un papel para el que parece haber nacido. De hecho, cuando a partir de ahora lea una novela de este buen hombre, no podré dejar de imaginármelo en pelota picada y hablando de pintura o gastronomía mientras disfruta con unas copas bien cargadas.
De momento, y a la espera de que nos obsequie usted con una nueva muestra de su portentosa imaginación y talento literario, me quedo con una máxima de uno de sus personajes que trataré de llevar a rajatabla: “Cuando te encuentres en peligro, utiliza primero la cabeza. Si no funciona, usa las manos. Y si todo falla, utiliza los cojones.” Una frase con más trascendencia de la que puede parecer en un principio.
Suyo siempre,
Buena la ha hecho usted con sus dos últimas novelas, Camino de ida y Matar y guardar la ropa. Porque si hace unas semanas, con Camino de ida, me pasaba un par de tardes ignorando los lloros de mi perro, que reclamaba como procede su derecho a salir al parque a evacuar, con Matar y guardar la ropa he tenido que aguantar sus exigentes mordiscos en los tobillos mientras devoraba (yo, que mi perro, no muy dado a la lectura, muestra una respetable preferencia por el pienso del Mercadona) la segunda de sus novelas.
Claro, es muy fácil lo que usted hace, enganchar al lector con una trama imposible y aparentemente ligera. Aunque fácil no es la palabra, y si no que nos lo pregunten a quienes, de vez en cuando, tratamos de inventar algo que ofrecer a nuestros lectores.
Y es que uno lee la contraportada de la novela y se dice que una historia en la que el protagonista es un asesino a sueldo de vacaciones en un camping nudista de Murcia en el que veranean también su ex mujer, la nueva pareja de esta (un juez implacable con la delincuencia organizada), un inspector que hace tiempo que sospecha que el protagonista no es trigo limpio y un amigo de la infancia, uno se dice, repito, que esa historia no puede desarrollarse sino en una novela intrascendente, facilona, divertida, para pasar el rato sin hacerse demasiadas preguntas.
Craso error, por supuesto. Sí, las delirantes situaciones expuestas en la trama de la novela llevan a pensar así, incluso en ocasiones me sorprendo pensando que tal demostración de capacidad imaginativa sólo puede ser fruto de la ingesta masiva de psicotrópicos varios por parte del autor. Sin embargo, la lectura calmada de la novela (siempre y cuando seamos capaces de contener la carcajada) destapa algo mucho más interesante, una serie de cargas de profundidad que dejan patente que actúa usted con absoluta lucidez (o que los psicotrópicos le sientan mejor que a la mayoría de los mortales, al menos mejor que a mí). Porque a través de esas situaciones absurdas a las que usted somete a su pobre protagonista, obligado a ocultar sus continuas erecciones mientras deambula por el mundo desnudo y casi desarmado, encontramos a un padre de familia corriente y moliente pero obligado a ocultar algo menos evidente que una erección en un camping nudista: su doble vida como visitador médico y asesino a sueldo al servicio de la Empresa.
Como padre de familia deberá enfrentarse a la evolución que experimentan sus hijos conforme van descubriendo que detrás del padre comercial se oculta alguien con un trabajo y unas virtudes mucho más interesantes o a una ex mujer que se sorprende cuando, años después, vuelve a reconocer al hombre del que se enamoró y que quedó eclipsado por una profesión poco glamourosa.
Como asesino a sueldo deberá debatirse entre la misión encargada (de la que no conoce los detalles), la protección de los seres a los que quiere y la sensación permanente de que alguien le quiere tender una trampa.
Pero, don Carlos, ¿qué le ha hecho a usted este pobre hombre para que me lo maltrate de este modo? Menos mal que ha tenido usted el detallazo de ponerle un acompañante de excepción, ese Andrés Camilleri, profesor de literatura retirado y actualmente escritor de novelas policíacas, desempeñando un papel para el que parece haber nacido. De hecho, cuando a partir de ahora lea una novela de este buen hombre, no podré dejar de imaginármelo en pelota picada y hablando de pintura o gastronomía mientras disfruta con unas copas bien cargadas.
De momento, y a la espera de que nos obsequie usted con una nueva muestra de su portentosa imaginación y talento literario, me quedo con una máxima de uno de sus personajes que trataré de llevar a rajatabla: “Cuando te encuentres en peligro, utiliza primero la cabeza. Si no funciona, usa las manos. Y si todo falla, utiliza los cojones.” Una frase con más trascendencia de la que puede parecer en un principio.
Suyo siempre,
Ricardo Bosque
MATAR Y GUARDAR LA ROPA
Carlos Salem
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