miércoles, 8 de mayo de 2013
A una mujer que fuma
Nunca he podido querer a una mujer que no fumara.
Son tonterías lo sé
que soy un tonto
atado a la películas que vi
cuando era niño
cuando era algo
que vivía esas imágenes
a 24 emociones por segundo.
Pero lo mío con el humo y las mujeres
que lo expulsan y lo beben
es más que la mitología irregular
de una butaca
y es que nunca he podido querer a una mujer
que no fumara.
Hay algo distinguido
algo animal
algo que desafía la propia y femenina nicotina
en una bella mujer que fuma
espere
o no
al hombre de su vida
al golpe de su vida
al desengaño de su vida.
Y por supuesto
no haría falta matizar
que nada tiene que ver esta fascinación
con la fálica pintura de una mujer y un puro
-seamos maduros
aunque seamos hombres-
porque
la imaginación es humo
y la sensibilidad la brasa
y al otro extremo ella eleva la barbilla
y traga el humo
y el pelo se desliza hacia atrás
y entorna ojos
que siempre guardan el mejor-peor de los secretos.
Y el humo sabe
por efímero y constante
que en el momento en que ella le da vida
le da muerte
y todo después será este deshacerse
en arabescos
que nadie sabrá leer a ciencia cierta
porque con una bella mujer que fuma
cualquier ciencia es incierta.
Quedan teólogos de lo supuesto femenino
que niegan al fumar delicadezas
¿quién la pide?
hablamos de mujeres y no de porcelanas
hablamos de corrientes
de corrientes en contra
de dedos como dagas
como alas
como alivios
cuando sostienen el frágil cigarrillo
y lo convierten en algo más
que un cigarrillo
en algo menos que una breve alegoría.
Y sin embargo
cuando te veo fumar
y no me miras
repito siempre la sensación
de que soy yo eso que fumas.
Y me hago humo en un momento
humo feliz de andar girando en remolinos
de conocerte dentro
y sin pensar
jamás
en ceniceros.
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