jueves, 24 de mayo de 2012

Buenos Aires, tercer tiempo

Nunca sé ni sabré si el paso del tiempo lo vuelve a uno más sabio o sólo menos exigente. De lo primero dudo a partir de mi propia experiencia, de lo segundo, también. Apenas he conseguido, en tantos años, cometer algunos errores nuevos, y repetir cada vez menos -o eso quiero creer- mis viejos errores. Y al mismo tiempo (siempre el tiempo), cada vez ejerzo menos el amanerado verbo tolerar. Tampoco voy armando líos por ahí, simplemente me aparto cuando no me creo el guión de la película, aunque no descarto, un día, pegarle una patada a la cámara.
En resumen, que escribir es delatarse y releer lo que uno ha escrito impone aplicarse los rayos x que nunca tuve, para saber  si he cambiado yo, o ha cambiado todo lo demás.
sigo, felizmente, sin saberlo.



Hace 20 años, la primera vez que volví a la Argentina, escribí este poema, triste quizás, pero entonces cierto:

VOLVER


Siempre el cristal
grueso presente
desde barajas a ezeiza y viceversa
(con perdón de benedetti).
Y me busco emociones impaciente
mientras el resto de mundo y del pasaje
–que es lo mismo–
duerme
duerme.
Espero un pellizco de nostalgia
ahora que vuelvo
un temblor de viejos días archivados
sombra de rostros
y ciertas manos de mujer
que sin nombre me tocan la memoria.
Pero nada llega
ahora que llego
ni la alegría obligatoria del retorno
ni el temblor de pies en tierra conocida
ni la familia ni las calles
ni los besos
que me dejé de guardia en las esquinas.

Esta es mi tierra me digo
y no lo siento
porque está escrito que mi patria
es la distancia
los aviones
los olvidos.

De modo que me dibujo el alborozo
me impongo los abrazos
y me paso un mes esperando sobresaltos.
Al volver
el cristal vuelve conmigo
y trae escrito su destino de frontera.

No he podido volver a los momentos
no he podido volver a los recuerdos
no he podido volver.
Sólo he venido.

Mi patria
al fin lo asumo
ha sido siempre este cristal
y sus ausencias.




Volví en varias ocasiones, siempre bien recibido por los míos y por los viejos amigos, pero siempre también con la sensación de no ser ni de allá ni de aquí, como en la canción de Facundo Cabral, pero sin sentirla ya como bandera, acaso como anticipo de epitafio. En Argentina y en España, la gente empezaba a preguntarme si no tenía planeado "volverme", mi acento se afilaba en las "J" y en el vocabulario, aunque mis "z" seguían intactas e inexistentes. Quise responder a esa pregunta recurrente en otro poema, y me salió más tristón todavía:



MILONGA DEL SOMBRERO NEGRO


Llevo 20 años sin responder
la pregunta del dilema: volver o no volver
Volver a dónde
volver a qué.
Si todavía albergo en la nariz sin olfato
el aire de eucalipto en diagonal
de ciertos otoños de neuquén
y en el dedo medio de la mano izquierda
me sigue quemando el asombro feliz
de la entrepierna de una muchacha inolvidable
que creo
se llamaba mabel.

Volver a dónde
volver a qué.
Si aquél sombrero negro
de imposible vaquero
que me arrebató el viento el verano del 86
no ha dejado de volar
con sus alas de cuero
entre puerto madryn y esquel.
Y el nene de mofletes colorados
que escapaba de un perro negro
en una bicicleta de mujer
sueña algunas noches cuando tiene miedo
con el perro aquél.

Volver a dónde
volver a qué.
Si en córdoba hay un empedrado con las huellas de mi cara
y las viejas que vivían a la vuelta del estadio de talleres
siguen hablando de las noches en que una novia
loca
me perseguía desnudo hasta la calle
para dejarme entrar
una hora después.
Si floté en la nada de las aguas
de las termas de rio hondo
a los trece y a las dos de la mañana
y no quise dejar de flotar
desde esa vez .

Volver a dónde
volver a qué .
Si cuando me enfado digo jilipollas
pero cuando me enculo
se me escapa un pelotudo
que rescata todos los acentos olvidados
en la pe
y tengo las mismas ganas de ir al baño
que aquél día
que llegué a barajas y corrí a tirar de la cadena
para ver si lo de corilis era cierto
o sólo otra mentira de la cia.

Volver a dónde
volver a qué.
Si en ceuta sembré un hijo africano con ojos de cometa
y en melilla una hija con alas en los pies
y no supe
ni pude
quedarme a verlos crecer .
Si he nadado en tres mares
si en madrid he dormido
si soñé en marrakesh
y todos los vientos me sonaban
al viento silbador
que me enseñó a escribirme los poemas
mientras volvía andando a casa del colegio
por haberme gastado en cerveza o cigarrillos
la plata para el colectivo.

Soy el que siempre está de paso
soy el que nunca ha venido
soy ese hombre espaldas
tan ocupado en irse siempre
que nunca tiene tiempo
de volver .

Volver a dónde
volver a cuándo
volver a qué.


Ahora acabo de volver de volver, es decir que estuve 15 días en la ciudad en que nací, además de un feliz paso por Mar del Plata y el Festival Azabache y el reencuentro con los nuevos amigos (algunos de los cuales ya son tan hermanos como si hubiéramos crecido juntos), y con parte de la familia y, especialmente, con el país y con Buenos Aires.
Y mientras desayunaba en un café de San Telmo, a mano y con mi letra jeroglífica, escribí este otro poema:


POSTAL DE SAN TELMO 
CON PANTERA DE FONDO




En la esquina de San Juan y Tacuarí,
donde el croissant vuelve a llamarse medialuna,
mojo en café el regreso a mi país
donde nunca se si soy turista o retornado.

Por la calle el arte grita en los murales
escenas de espanto y esperanza,
y en la esquina el policía de chaleco naranja
me da mas miedo que los ladrones en potencia.

El aire huele a tango de discepolo,
cantado por charly cuando charly estaba flaco.
Los diarios hablan de dos países  diferentes,
pero es el mismo que dejé, destrozado e intacto.

Y yo,
como si San Telmo fuera la glorieta de Quevedo,
escribo un mal poema para nadie,
que solo es para ti,
tan cerca y lejos.

Y como soy un boludo sin remedio
me siento todo feliz que puede serlo
un gilipollas
enamorado
y argentino.


Cada vez que vuelvo
me estoy yendo.

Cada vez que me voy
me quedo un poco.

Ojalá estuvieras esta noche aquí,
para escribir juntos
sobre uncolchón prestado,
nuestra  versión definitiva
de la Balada para un loco.


Lo dicho: no sé si ha mejorado el país o acaso terminé de asumir, en este viaje, mi condición de hombre de dos orillas; saber que cuando estoy aquí, me falta un pedacito que siempre queda allá; y cuando estoy allá, echo de menos un trozo de mí que siempre se queda a esperarme, sin apuro, por los bares de Madrid.
O a lo mejor, fiel a esta tendencia mía a los destiempos, en estos tiempos de crisis en los que las sonrisas cuestan cada vez más caras, estoy aprendiendo, sin querer, a ser feliz. -





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