Nada que demostrar o sostener, ninguna moraleja. Y si por casualidad surge alguna, será una moraleja con fecha de caducidad, de las que pierden el gas después de unas horas y pensadas de día parecen menos convincentes. Y nada convenientes.
La cerveza-ficción no pretende explicar o criticar a la sociedad en que se crea, aunque puede, en casos muy especiales y fundamentados, abogar por causas justas como la extensión del cierre de los bares o la rebaja del precio de las bebidas en los mismos.
Se puede mentir, inventar y hasta deformar, porque si no dejaría de ser literatura para convertirse en autopsia de la realidad, sociología de barra, filosofía de bar, metafísica etílica y noctámbula, en resumen: un coñazo.
Y de eso ya tenemos bastante.
Segundo principio de la cerveza-ficción: No es necesario ingerir bebidas
espirituosas para escribirla. Pero ayuda cantidad.
No es el efecto del alcohol el que impulsa las narraciones, aunque en muchos casos las aceita, les presta agilidad a sus ruedas pequeñas e indecisas, tipo carro de supermercado, y propicia la dualidad realidad-irrealidad que caracteriza a las narraciones de este modesto género que he dado en llamar cerveza-ficción.
No debe confundirse el papel optativo pero recomendable del alcohol- sea o no derivado del lúpulo- con el verdadero motor de las historias; es un medio y no un fin en sí, forma parte de la tinta pero nunca es el papel del relato. Y no es una opción estética, aunque en muchos casos su presencia y consumo acabe vinculándolo a la narración como pretexto. ¿Hay mayor tranquilidad que leer una historia delirante que acabamos de escribir y saber que si es una bazofia, siempre podremos decir y decirnos aquello de “cuando lo escribí estaba como una cuba”?
Numerosos autores con y sin renombre u obra que los justifique, han usado el alcohol como una musa complaciente, como algodón para tapar los oídos a los ruidos ajenos, los de los caseros reclamando el alquiler atrasado, los de las esposas reclamando atención o dinero, los de sus jefes de tristes trabajos reclamando más aplicación, Martínez, que está usted en la luna todo el tiempo. Y aún así, el cometido de la bebida en la construcción de narraciones de cerveza- ficción no está tan claro. No olvidemos que el escritor es un ser esencialmente vanidoso y tangencialmente egoísta, por lo que difícilmente admitirá que es la bebida la que le hace escribir, ni siquiera que le sirve de ayuda, aunque sostenga este argumento cuando alguien del círculo próximo le advierta que empina demasiado el codo.
En realidad, la importancia de la bebida en este tipo de relato reside en la localización, el escenario de acto de beber mientras ves los elementos de tu próxima historia: los bares. Pero eso nos lleva al tercer principio de la cerveza- ficción.
Tercer principio de la cerveza-ficción: Aunque no todo acabe en un bar, debe comenzar en un bar o referirse a un bar aunque sea en el recuerdo.
La vida, la verdadera vida mentirosa, ocurre en los bares. Aunque uno beba en ellos un refresco de naranja (Espacio disponible para publicidad).
La gente tiene una concepción equivocada de la utilidad de un bar. Se suele creer que es un sitio para hacer relaciones laborales después del horario de trabajo, para ligar o compararse, para seguir compitiendo como si no bastaran diez horas diarias o más de torneo desigual, para ser otros sin dejar de ser los mismos, para beber, lisa y abundantemente. Y puede que un bar sirva para todo eso, pero no es su función principal.
La gente va a los bares para sacar de paseo sus historias, dejar que estiren las piernas y que en más de un caso, luzcan esas mismas piernas. No se trata sólo de observar y tomar notas, sino de vivir bebas o no licores- ese absurdo coherente de la noche, que empieza en la barra y acaba cuando sale el sol, ya sea tras las ventanas o en las entrepiernas. Y es al abrir esas ventanas o entrepiernas donde encontraremos el material para nuestras historias de cerveza-ficción. (También podemos encontrar un resfriado o una infección venérea, pero el oficio de escribir tiene sus riesgos).
Cuarto principio de la cerveza ficción: Todo está inventado,
pero nadie ha leído todos los libros que existen.
Cualquier lector o aspirante a escritor que pretenda enrolarse en la filas de la cerveza-ficción, se encontrará de inmediato con algún espabilado que le señalará con suficiencia que el género que aquí presentamos no es para nada novedoso. A listillo en cuestión le sobrarán ejemplos, comenzando tal vez por Bukowski y Miller, saltando por Lowry o ciertos cuentos de Carver, para seguir con Chandler o Kerouac.
Que no cunda el pánico ni se desate la violencia: el erudito tiene razón, ya que lo que esta denominación pretende no es innovar ni revolucionar las letras. Nada de eso. Se trata de ponerle un nombre a algo que ya existe, e intentar obtener a cambio algún dinero o favores sexuales. Como la medicina alternativa, pero sin tener que engullir cuarenta y cuatro pastillas al día.
Quinto principio de la cerveza ficción: La literatura es una exageración.
Se intuye en el primer principio, pero exige un desarrollo. Los fanáticos de la “verosimilitud”, los que ponen pegas hasta a la ingenuidad de Caperucita Roja frente a las argucias del Lobo Feroz, rara vez se sorprenden de que el jodido lobo hable o pueda hacerse pasar por una dulce abuelita. Cualquier relato exagera el asunto a tratar, al seleccionar o enfatizar momentos y aspectos para dejar otros en segundo plano. Se pretende poner en relieve algo y para ello hay que ocultar lo demás. Sin embargo, en lo que a cerveza-ficción se refiere, es necesario que la mentira sea verdadera al menos en una mínima proporción, que lo narrado tenga un origen cierto, fruto de la experiencia o de la observación. Y como el que pasa demasiado tiempo en los bares acaba viendo doble, es indudable que la observación se vuelve más abundante, aunque un tanto borrosa.
Sexto principio de la cerveza ficción: El género no importa
No faltará quien “acuse” a este tipo de relatos de machistas y destinados exclusivamente al público masculino del tipo garrulo medio. Nada más equivocado. En lo que se refiere a la noche, los bares y los deseos desatados, la chicas (y apréndelo pronto si quieres tener material para tus relatos de cerveza-ficción o comerte una rosca de cuando en cuando), sólo se diferencian de los chicos porque orinan sentadas ( aunque en los bares a los que me refiero, y por motivos de higiene, practican en realidad un delicado equilibrio digno de un tratado que refute la Ley de la Gravedad). Muchos de los relatos de este libro podrían haber sido escritos por una mujer, cambiando sólo el género del narrador y la ropa interior del mismo.
El verdadero machismo, me temo, consiste en referirse a las mujeres como seres etéreos, carentes de pasiones instantáneas, y tratarlas luego como objetos caros o baratos. Tomad nota, lectoras: tras esta dura apariencia se esconde un tipo sensible (A ver si cuela.)
Sexto principio de la cerveza ficción: La posteridad no existe.
No te plantees cada relato como si el firmarlo o llegar a publicarlo pudiera acabar con tus posibilidades de recibir el Premio Nobel en el futuro lejano. No te lo darán nunca, y si lo hacen, serás tan viejo que no te darás cuenta. Conozco a docenas de excelentes escritores paralizados en la mitad de su primera novela porque aspiran a cambiar el mundo con ella. Pretenden hacer de su primera obra una obra maestra que les inmortalice. Yo suelo preguntarles qué escribirán después de esa novela perfecta, si logran acabarla. Y ellos piden otra copa y se quedan cavilando, porque no lo habían pensado.
Para escribir cerveza-ficción tienes que renunciar a esos prejuicios. Lo más probable es que este género resulte efímero y caiga pronto en el olvido.
Pero debes luchar para evitar que eso suceda.
Para que lo que ves de noche no se borre de día.
Para que los amores perdidos y los vasos derramados tengan sentido.
Y para que yo pueda vender este libro de relatos de cerveza-ficción y otro similar que estoy escribiendo.
Esta ronda la pagas tú.
La próxima, que la apunten en mi cuenta.
Carlos Salem
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