viernes, 19 de enero de 2007

Del peligro de la geometría

(algunos ya conocéis a Sotanovsky,personajucho que se me ha pegado a la suela del zapato como una mierda de perro que se quiere ir de paseo. Otros no los conocéis y tan contentos. El caos es que el mamón, a fuerza de seguirme y soportar mis putadas, se ha ganado un librín aún inédito, al que perteneces este cuentín. Vale, ya está)
Pentágono


Tal vez entonces veas a Sotanovsky dentro de la ventana de un bar, recortado y solo pese al periódico y los vecinos de la mesa vecina, pese al tintineo de vasos que nunca se rompen y líquidos que se derraman sin dejar más huella que el rastro fugaz de su paso por la mesa, perseguidos por el paño mecánico del camarero que ha limpiado ya demasiados cafés volcados como para indagar sobre la causa de uno más.
Tal vez entonces te detengas a encender un cigarrillo a contraviento, capillita de dedos para proteger la llama que se apaga y se apaga, con un paquete prisionero bajo la cárcel del brazo y el maletín haciendo equilibrio entre dos rodillas y el soplido de la brisa encajonada de edificios despeinándote las ganas de fumar.
Tal vez entonces pase una mujer entre la ventana del bar que aprisiona a Sotanovsky en su solemne soledad acompañada de café volcado y tu lucha perdida por encender un cigarrillo a destiempo y a desgana, mientras un niño con el vaquero roto a la altura de las esperanzas ofrece sin entusiasmo unos bolígrafos para escribir qué a una señora de cierta edad incierta que se preocupa ciertamente por la desgraciada condición del chico, por su edad de estar en el colegio y tu papá en qué trabaja, nene, que se preocupa ciertamente por todo lo del chico antes de olvidarlo para siempre, porque bolígrafos ya tengo.
Tal vez entonces el vendedor de revistas de la esquina escuche algo en la radio que le cosquillea la oreja roja de fríos repetidos, algo nuevo y sorpresivo que le congele el cinismo de tanta mentira impresa vendida para ganar dinero con el que comprar más mentira impresa vendida para ganar dinero, y el comprador habitual descubra que algo pasa en esa oreja y esa radio, sin dejar de fingir que estudia las revistas técnicas cuando en realidad la pupila entrenada remonta el pezón de papel satinado de la chica de la revista con cara de puta cansada y pezón de chica de revista encerrada en plástico de bolsa de plástico y pezón.
Tal vez entonces el policía que surca el río de baldosas de la peatonal con el paso seguro del que conoce las corrientes subterráneas que llevan olas de gente sin espuma de aquí para allá, detenga el pie para convertirse en un punto más de una figura geométrica humana irregular, un pentágono imposible con un vértice en Sotanovsky que llora sin lágrimas tras la ventana del bar, otro vértice opuesto en tu mano tu cigarrillo todavía sin encender tu maletín tu corbata de lunes, otro en el niño que no vende sus bolígrafos a un señor que lo ignora (la vieja ya se escapó por la tangente), otro en el vendedor de revistas y su fortaleza de lata desplegable y su eterno cliente catador de pezones de papel satinado, y el vértice que falta en el policía con un pie que no llega a pisar la baldosa como si en el río subterráneo y peatonal hubiera pirañas y no papeles de chocolates, envoltorios de caramelos, pañuelos de papel, un chicle a medio mascar buscando zapato que lo lleve de viaje, un sobre con condones que alguien echará de menos cuando sea tarde o acaso nunca extrañe porque los llevaba sólo para engañar a su pito con promesas intangibles, la esquina partida de una carta con letra de mujer en la que se leen las palabras «lo mejor es dejarlo» sin especificar adónde, una foto de carné de un chico demasiado joven para jubilar la rebeldía y sin embargo, una entrada de cine partida como comprobante burocrático de que alguien pagó, vio, soñó y salió a la luz sin sacar conclusiones, un paquete de cigarrillos vacío de humo, dos monedas demasiado pequeñas para que nadie se arriesgue a doblar el orgullo y descuidar la popa al recogerlas, un cochecito de juguete en miniatura con las ruedas mordisqueadas. Y un cardumen de pies inquietos nadando por su cuenta sin saber dónde carajo hay un mar en el que desembocar.
Tal vez entonces te percates de que la mujer, provocación del pentágono inaudito, no es un punto más de la figura, sino una bisectriz que la parte en dos mitades iguales -y que se jodan Euclides, Pitágoras y compañía si no se puede-, con el abrigo bailándole una danza sensual pero respetuosa a las pantorrillas y los zapatos envidiándole la tarea pero no la vista.
Tal vez entonces, rueda que rueda la rueda de tu encendedor, te olvides de la chispa y el filtro ya mojado de intentos, porque algo pasa o tiene que pasar, algo para que todo esto tenga una razón geométrica de ser: Sotanovsky el vendedor el niño el policía y tu cigarrillo mojado en el filtro; algo que dice la radio del vendedor de prensa o sabe el chico pero olvidará, algo que detiene en el aire el pie del policía por miedo a un paso más, algo que volvió triste sin remedio Sotanovsky tras la ventana del bar y el café derramado sobre la mesa, algo que te impide aspirar fuerte para atraer la llama por fin del puto encendedor hasta el cigarrillo que ya no te interesa fumar.
Tal vez entonces estalle una bomba y todos vuelen en pedazos con la certeza de haberlo sabido una fracción de segundo antes, aunque como tantas estadísticas no sirva para nada.
Tal vez entonces el vendedor de prensa grite un gol una revolución el fin del mundo o me tocó la lotería.
Tal vez entonces el niño muera de repente sobre el asfalto sin que a la vieja le toque siquiera saberlo y arrepentirse de no haberle comprado un juego de bolígrafos para escribir qué.
Tal vez entonces la mujer saque un revólver del abrigo y dispare contra un Sotanovky triste que al fin y al cabo ya lo sabía, como lo sabía el policía del pie en el aire y el chico hecho al fino olfato de los peligros de la calle y lo sabía tu mano con el encendedor soltando llama y lo sabía el vendedor que desgrana las mañanas mirando gente pasar buscando una salida al mar, pero no lo sabía el falso cliente de las revistas técnicas que sólo sabe de pezones envueltos en plástico.
Tal vez entonces ocurra cualquiera de estas cosas.
O no ocurra ninguna.
Pero con seguridad te quemarás la mano y arrojarás el encendedor al río de baldosas infestado de pies.
Y un segundo después el pentágono no habrá existido nunca.

4 comentarios:

. dijo...

...tal vez intuyo que hay un guevo
de gente que se está perdiendo
algo grande, porque este blog tuyo
va creciendo y aunque somos pocos(pero no cóbardes)los lectores o al menos los que clickan disfrutamos un guevo(otra vez)(ahora el derecho) de tus letras.
ya lo oí, y ahora otra vez tranquila y pausadamente lo disfruto.

un saludo theskompuesto de gsus.

Anónimo dijo...

inquietante, muy inquietante eso de las figuras geométricas formadas con los pasos de la gente. Voy a por lo demás, que parece que es bastante.
Lucyliu

Anónimo dijo...

tio te he ido escuchando durante todo el relato, el ritmo que le ponías y to..jajajaj...casi casi veia tu cara de pirata iluminada encima de un par de pierrrnas de rejilla con una falda muuuuy corta.
el caso:
"con el vaquero roto a la altura de las esperanzas".
sin más.

Anónimo dijo...

Yo estuve en esa esquina, ese día ,puedo jurarlo ,tengo testigos... ¿no me creeís? Salem: yo era el tío triste en la mesa del bar y la muujer que lo miraba, era el niño pobre y la puta vieja, el comprador de prono y hasta el condón olvidado en la peatonal, yo era todos, salvo el pasma, desde luego.
Camaleónbicolor.