Dicen que el rollo del blog pasa por escribir algo cada día y publicarlo en él, una especie de diario íntimo compartido con todo el que se asome, una quinceañera desvergonzada, como siempre lo han sido las quinceañeras, pero con menos disimulo que antaño.
O sea que lo hago mal, porque escribo todos los días, en la cabeza, tal vez para callar las voces que me fastidian, pero me cuesta encender el ordenador, abrir el archivo, teclear, toda esa estupidez, todo ese TRABAJO. Lo siento, herr Marx, en eso estaba usted equivocado y el best seller biblia tenía razón: el trabajo no dignifica, es una jodida maldición. Hemos nacido para tumbarnos a mirar el techo, mojarnos los pies en el arroyo (sólo la punta de los pies), follar, beber, soñar y morir un día. El resto es la gran mentira que mantiene en marcha la máquina.
Da igual quien maneje los controles: la máquina siempre es la máquina y nosotros las piezas de recambio.
En resumen; querido diario electrónico de los cojones: que escribiré cuando me salga de los ídem, o cuando las voces canten demasiado alto en mi cabeza. Como ahora. Odio ese casting de reproches y promesas no cumplidas en mi cráneo, odio al coro de los pepitos grillos que cobran el paro en la oficina de mi conciencia. Mi cerebro no es una selección para la próxima edición de Operación Fracaso, no lo permito. Entonces, blog y lo que salga.
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Tengo que acudir a los ciber por un problema de comunicación. Con Telefónica. El drama de nuestros tiempos es la dificultad para entenderse. No somos inteligibles, ninguno de nosotros.
Telefónica entendió que debía cortarme el suministro porque no pagué a tiempo una factura excesiva.
Yo entendí que si era excesiva, no debía pagarla.
Ellos entendieron que la manera de hacerme entrar en razón, era seguir enviándome facturas enormes por un servicio que ya NO PODIA USAR.
Yo entendí que se trataba de un error y así se lo dije a la operadora.
Ella entendió que lo que debía hacer era pagar primero y protestar después.
Yo entendí que era al revés.
Ellos entendieron que con una elegante amenaza del departamento jurídico yo comprendería.
Y yo entendí que lo que debían hacer era coger a su departamento jurídico, sus kilómetros de línea telefónica, sus postes para los cables (o las tuberías, si van bajo tierra), y metérselo todo en su cósmico culo multinacional.
Entendieron que no debían llamarme más.
Y yo entendí que no me quedaba otra salida que ir de ciber en ciber.
No es tan difícil, después de todo.
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El nombre de la cosa. Del blog.
Siempre buscas el camino más difícil, Salem, dice la voz. Con lo fácil que hubiera sido ponerle otro nombre al blog, yo qué sé: poemasalpaso, cibercuentos, cacadigital, lo que sea, pero llamarle a un blog elhuevoizquierodeltalento es como suscribir un seguro de que no lo leerán ni siquiera tus amigos, si es que te queda alguno.
Que te jodan, voz. Qué coño sabrás tu de caminos, si te limitas a quedarte ahí dentro, tocando los cojones con tu te lo dije cada vez que piso una mierda de perro por la calle. Además, por si no lo sabías, los caminos difíciles están sembrados de los mejores bares y las peores mujeres. O puede que sea al revés.
Lo del nombre de la cosa viene por el título de mi última novela inédita y van siete, aunque cuatro de ellas las quiero revisar, reírme de mi ingenuidad de entonces, y de la cobardía que me empujaba a enmascarar situaciones y personajes reales bajo toallas tibias y complacientes.
¿Es que has dejado de hacerlo, Salem?
Si, puta voz, hasta dónde puedo, sí. Lo único que he aprendido del anonimato literario es que puedes escribir TODO lo que te atreves a decirte a ti mismo, y no dañarás a nadie. O a casi nadie. Porque como no publicas, al menos has soltado eso que te pesaba.
Como si fuera una mierda, qué bella imagen, Salem.
Es que ES una mierda, mierda de voz. Nunca ha sido otra cosa, ni para mí ni para nadie. Picasso pintaba su mierda, Rimbaud la escribía, Chet Baker la soplaba por la trompeta y Bill Gates nos vende la suya a precio de oro. ¿Es que no te habías enterado todavía?
…………………………..
Pero volviendo al nombre de la cosa, ahora que la voz se ha callado por unos minutos (no creo que la haya vencido, pero por la hora que es, supongo que ha salido a desayunar y no volverá hasta mediodía. Es una voz municipal, funcionarial, una voz estatal y autonómica), el blog lleva el nombre de la novela que cita, la que ha estado a punto de publicarse dos veces en los últimos dos años, y puede que publique en 2007, al tercer intento, dicen que va la vencida. O puede que yo me de por vencido. Da igual.
El título El huevo izquierdo del talento me ha impedido –en parte- publicarla en los intentos anteriores. Pero como dice la voz, me gustan los caminos intrincados. Y como decía antes, es mi mierda. Nadie tiene derecho a ponerle nombre a la mierda de otro. Puede que dejes que te bauticen un hijo, si estás es el rollo cristiano, pero nunca dejes que te bauticen tu mierda.
Y además de evocar la novela, tiene que ver con el asunto del ego. Cuando la escribí, pensé que todos los que nos dedicamos a sumar empeños por contar, pintar o cantar algo que no sirve para nada pero NOS SIRVE para no tirarnos bajo las ruedas afiladas del próximo metro, lo hacíamos por ego. Lo sigo pensando. Sólo que entonces localicé el ego en el huevo izquierdo, o adjudiqué al ego un par de cojones (vale también ovarios, chicas, no quiero líos en ese aspecto) y en el izquierdo estaba la parte más irracional, el ego puro que te hace dibujar y dibujar, Igor, Daviz, no sólo para vender o alcanzar la fama, con su carga de tías buenas y buenos filetes y mejores vinos. Eso son coartadas como las que se imponía el joven Arturo Bandini en Pregúntale al polvo, coartadas de Fante cuando recordaba esa juventud sin un duro y con el sueño de llegar a ser un escritor de éxito como único colchón.
Cuando vas cumpliendo años descubres que todo ese rollo te importa una mierda (una mierda de otro), que lo haces porque eres imbécil y te gusta serlo, por el ego, por el huevo izquierdo del talento.
Aunque últimamente, cuando estaba por cumplir los 47 años, he vuelto a pensar en el asunto y creo que el talento no tiene huevos ni ovarios, y que el ego, en todo caso, no será algo pasivo. El ego del talento se empalma cuando TE GUSTA eso que has hecho, cuando le gusta a ALGUIEN. El ego será la polla o el clítoris del talento, irracional, caprichoso, invencible mientras está tieso. Vaya, creo que ya tengo título para la próxima novela. Mira por dónde.
Y la voz, cuando vuelva, que se joda.
Se parece a la voz de la señorita de la Telefónica. Y como ella, no hace más que decirme que soy un maleducado. Aunque la voz de Telefónica, si alguna vez leyera mi novela, cosa improbable, acaso dejaría de sumar y restar y se dejaría llevar por las sensaciones, puede que abriera y cerrara las piernas, comprimiendo, y en algún pasaje tórrido, que no faltan, en la soledad de su cuarto, quizás se tocara levemente al principio y con más fuerza después. ¿Por qué no?
La otra voz, mi voz interna y molesta, no tiene piernas. Ni huevos. Ni coño. Ni talento.
Pero al menos ya ha desayunado. Yo aún no lo he hecho.
Hasta mañana. O cuando sea.
Y vigila tu mierda, amigo, amiga. Es lo único que tienes.
Que te jodan, voz. Qué coño sabrás tu de caminos, si te limitas a quedarte ahí dentro, tocando los cojones con tu te lo dije cada vez que piso una mierda de perro por la calle. Además, por si no lo sabías, los caminos difíciles están sembrados de los mejores bares y las peores mujeres. O puede que sea al revés.
Lo del nombre de la cosa viene por el título de mi última novela inédita y van siete, aunque cuatro de ellas las quiero revisar, reírme de mi ingenuidad de entonces, y de la cobardía que me empujaba a enmascarar situaciones y personajes reales bajo toallas tibias y complacientes.
¿Es que has dejado de hacerlo, Salem?
Si, puta voz, hasta dónde puedo, sí. Lo único que he aprendido del anonimato literario es que puedes escribir TODO lo que te atreves a decirte a ti mismo, y no dañarás a nadie. O a casi nadie. Porque como no publicas, al menos has soltado eso que te pesaba.
Como si fuera una mierda, qué bella imagen, Salem.
Es que ES una mierda, mierda de voz. Nunca ha sido otra cosa, ni para mí ni para nadie. Picasso pintaba su mierda, Rimbaud la escribía, Chet Baker la soplaba por la trompeta y Bill Gates nos vende la suya a precio de oro. ¿Es que no te habías enterado todavía?
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Pero volviendo al nombre de la cosa, ahora que la voz se ha callado por unos minutos (no creo que la haya vencido, pero por la hora que es, supongo que ha salido a desayunar y no volverá hasta mediodía. Es una voz municipal, funcionarial, una voz estatal y autonómica), el blog lleva el nombre de la novela que cita, la que ha estado a punto de publicarse dos veces en los últimos dos años, y puede que publique en 2007, al tercer intento, dicen que va la vencida. O puede que yo me de por vencido. Da igual.
El título El huevo izquierdo del talento me ha impedido –en parte- publicarla en los intentos anteriores. Pero como dice la voz, me gustan los caminos intrincados. Y como decía antes, es mi mierda. Nadie tiene derecho a ponerle nombre a la mierda de otro. Puede que dejes que te bauticen un hijo, si estás es el rollo cristiano, pero nunca dejes que te bauticen tu mierda.
Y además de evocar la novela, tiene que ver con el asunto del ego. Cuando la escribí, pensé que todos los que nos dedicamos a sumar empeños por contar, pintar o cantar algo que no sirve para nada pero NOS SIRVE para no tirarnos bajo las ruedas afiladas del próximo metro, lo hacíamos por ego. Lo sigo pensando. Sólo que entonces localicé el ego en el huevo izquierdo, o adjudiqué al ego un par de cojones (vale también ovarios, chicas, no quiero líos en ese aspecto) y en el izquierdo estaba la parte más irracional, el ego puro que te hace dibujar y dibujar, Igor, Daviz, no sólo para vender o alcanzar la fama, con su carga de tías buenas y buenos filetes y mejores vinos. Eso son coartadas como las que se imponía el joven Arturo Bandini en Pregúntale al polvo, coartadas de Fante cuando recordaba esa juventud sin un duro y con el sueño de llegar a ser un escritor de éxito como único colchón.
Cuando vas cumpliendo años descubres que todo ese rollo te importa una mierda (una mierda de otro), que lo haces porque eres imbécil y te gusta serlo, por el ego, por el huevo izquierdo del talento.
Aunque últimamente, cuando estaba por cumplir los 47 años, he vuelto a pensar en el asunto y creo que el talento no tiene huevos ni ovarios, y que el ego, en todo caso, no será algo pasivo. El ego del talento se empalma cuando TE GUSTA eso que has hecho, cuando le gusta a ALGUIEN. El ego será la polla o el clítoris del talento, irracional, caprichoso, invencible mientras está tieso. Vaya, creo que ya tengo título para la próxima novela. Mira por dónde.
Y la voz, cuando vuelva, que se joda.
Se parece a la voz de la señorita de la Telefónica. Y como ella, no hace más que decirme que soy un maleducado. Aunque la voz de Telefónica, si alguna vez leyera mi novela, cosa improbable, acaso dejaría de sumar y restar y se dejaría llevar por las sensaciones, puede que abriera y cerrara las piernas, comprimiendo, y en algún pasaje tórrido, que no faltan, en la soledad de su cuarto, quizás se tocara levemente al principio y con más fuerza después. ¿Por qué no?
La otra voz, mi voz interna y molesta, no tiene piernas. Ni huevos. Ni coño. Ni talento.
Pero al menos ya ha desayunado. Yo aún no lo he hecho.
Hasta mañana. O cuando sea.
Y vigila tu mierda, amigo, amiga. Es lo único que tienes.
3 comentarios:
intuyo maestro que esto será leído
ésta noche, yo de momento voy
aplaudiendo.
oye mira.. te cuento...
la mierda de tu cumple, de telefónica, de mi afónica lectura de "cancer de laringe" que ya tengo a los 22.. que hoy te daré un achuchón de los bonitos.
mi Salem, las voces putas de tu cabeza, mándamelas un día pa ver que hacemos con eso de la mierda.
¿Dónde habéis estado? Quiero decir que llegué por casualidad y quiero quedarme, intuyo un grupo o algo parecido, pero quiero más...
LauraLA
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